Don Carlos Solano estuvo muy cerca de la muerte en 1948, tanto que ocho compañeros y amigos suyos fueron ejecutados durante la guerra civil que enfrentó y dividió al país durante cuarenta días.
A este cartaginés, vecino de El Tejar de El Guarco, nadie lo conoce por su nombre, todos le dicen “Cala”. Ahora tiene 88 años y es un hombre humilde y alegre. En su pueblo todos le guardan admiración y cariño.
Es liberacionista de cepa, por eso el 12 de abril de 1948, al enterarse de que José Figueres Ferrer necesitaba voluntarios decidió presentarse en el antiguo cuartel en Cartago (ahora Colegio San Luis Gonzaga).
“Yo estaba en San Carlos, toda la vida he sido transportista, y decidí irme hasta Cartago y presentarme. Era un lunes y ese día los de la Cruz Roja me pusieron una insignia, como un pañuelo amarrado en el brazo, para que fuera a recoger un cadáver en Paraíso y llevarlo hasta el hospital de Cartago. Después nos pidieron que hiciéramos guardia en Cerrito, entonces nos subimos en una cazadora, iban ocho amigos y compañeros más”, recuerda.
Solano llevó a un equipo de La Teja a hacer el recorrido de 13 kilómetros que hizo aquel día, cuando él y sus amigos llegaron hasta Cerrito (calle Volcancillo, en San Isidro de El Tejar). Recuerda que escalaron con las uñas para trepar por aquella montaña desde donde podían vigilar si soldados rivales pasaban para tratar de llegar a Cartago. Algunos de esos soldados habían sido mandados por Nicaragua para ayudar al entonces presidente tico, Teodoro Picado.
“Llegamos desde las nueve de la noche, hacía mucho frío y lloviznaba. Yo tenía diecinueve años, teníamos que esperar a que llegara un relevo, pasamos toda la noche y al amanecer los relevos no llegaron. Maximiliano Quesada estaba a cargo y le preguntamos si seguíamos esperando o si bajábamos, entonces nos dijo que nos fuéramos y bajamos ese cerro y, como dicen, nos raspamos hasta las nalgas”, contó.
“Cala” y sus compañeros Roberto Cordero Cordero, Juan Rafael Monge Vega, Alfredo Quirós Orozco, Rolando Arias Madriz y Maximiliano Quesada y tres más cuyos nombres no se tienen se fueron caminando para buscar la pulpería La Vuelta, a unos 800 metros (ese negocio aún existe y tiene 130 años).
Sorpresa terrible
“Nosotros veníamos tiritando de frío, nos instalamos afuera de la pulpería con los rifles, a los minutos, yo me asomé para ver el camino y me di cuenta de que venía una fila de unos 350 soldados. En ese momento le dije a Maximiliano ‘ahí vienen los nicas’, entonces tiramos las armas entre unas matas”, recordó.
En los oídos de don Carlos todavía resuena la frase que gritaban los extranjeros: “¡Viva la Guardia Nacional de Nicaragua!”. La Guardia, como se le decía también, era la Policía de Anastasio Somoza, conocida por su forma inhumana de tratar a la gente.
Lo que siguió fue terrible.
“Ellos nos rodearon y nos dijeron ‘salgan con las manos en alto, ¿qué hacen por aquí?’; nosotros les dijimos que nos habían traído y que nos habían dejado en ese lugar, que no sabíamos porqué. En ese momento nos agarraron a patadas y nos pegaron con las culatas de los rifles, nos dieron una paliza”, detalla “Cala”.
Los soldados de Somoza quería saber por dónde se llegaba a Cartago y Maximiliano se ofreció para explicarles.
Los militares somocistas iban dispuestos a todo, empujaron a los ticos a la calle y los formaron en una fila.
“Nos dijeron ‘empiecen a caminar, hijueputas monos’. Nos llevaban encañonados y al primero que mataron fue a Maximiliano, como a los ochocientos metros, en un portón antes del puente de San Isidro”, recordó don Carlos con tristeza.
Dice que los soldados empezaron a disparar contra cada uno de sus amigos, algunos trataron de correr y quedaron sin vida en las cercas.
“Para mí fue terrible y muy doloroso ver lo que pasaba. Yo era el último en la fila, cuando ya me tocaba mis manos y agaché la cabeza. Cuando yo ya sentía el balazo, uno de los nicas dijo ‘no lo maten porque está herido’. Yo no tenía nada, era la insignia que la Cruz Roja me había puesto, pero eso me salvó y yo me quedé callado”, explica.
Don Carlos empezó a caminar con los soldados, siempre como prisionero, pero con la idea de que en cualquier momento lo matarían.
“Cuando íbamos caminando por el puente del río Coris venía un grupo de soldados, entre ellos Ludwig 'Vico’ Starke (uno de los hombres cercanos a Figueres) con una ametralladora pegada al pecho y estaba listo para disparar contra lo que fuera, incluso traían un tanque. Entonces nos tuvimos que tirar por el río, el agua nos llevaba por la cintura, yo me acordé que andaba la billetera y el carnet del partido entonces me la saqué y la resbalé por el pantalón para hundirla completa porque si me la revisaban me mataban”.
Aquella angustia parecía interminable.
Cuando “Cala” y los militares llegaron al puente sobre el río Reventado hubo varios balazos y recuerda que uno le silbó cerca de la cabeza.
“Donde la bala pegó yo sentí que se levantó el polvo, me toqué la cabeza pero no me había pasado nada, hubo un enfrentamiento entre soldados de Figueres”, dijo. El ejército de figuerista tenía tomada la entrada a El Tejar, donde ahora está la plaza, los nicaragüenses no podían pasar de ese punto.
“En ese lugar hubo una matazón al enfrentarse los nicas y los liberacionistas. Al final los nicas hicieron la retirada, pero ya conmigo solo quedaron cuatro”, comentó.
Don Carlos asegura que a él lo tuvieron en una casa donde ahora está Importadora Monge en El Tejar y en ese lugar, después de semejante enfrentamiento, lo pusieron a caminar otra vez.
“En todo momento estuve seguro de que al final me iban a matar”, dice.
A esas alturas tenía tres días de no comer, caminaba con los cuatro soldados extranjeros por ríos y cafetales. Recuerda que un día incluso lo treparon a un palo para ver cuándo saldrían al alto de Ochomogo.
“Eran las cinco de la tarde del trece de abril cuando los soldados me dieron un salveque cargado de tiros. Yo siempre iba de último en la fila, entonces en la madrugada vi un zanjón y los tire ahí, ellos ni cuenta se dieron, íbamos camino a Bermejo”, apunta.
La situación era tan tensa y había tantos soldados nicaragüenses en el país que, algunas veces, en medio del conflicto se enfrentaban entre ellos.
“Cala” cuenta que llegó un momento en el que se cansó mucho y seguía pensando que no iba a salir vivo de aquello, que debía buscar la manera de escapar y así lo hizo.
Entre la noche y la madrugada del 14 empezó a caminar hacia la derecha y dejó perdidos a los soldados que lo llevaban. Dice que se topó con un grupo de gente con el que caminó varias horas y después siguió solo.
Llegó hasta la finca de un gringo en la carretera a Coris cuando creyó que estaba a salvo, un hombre a lo lejos lo encañó y le gritó “¡alto ahí… camine con las manos en alto!”. “Cala” obedeció y cuando se acercó se dio cuenta de que era un hombre llamado Manuel Brenes, conocido suyo.
“Me preguntó qué andaba haciendo y le conté que había salido con mis ocho compañeros y que los habían matado a todos, le pedí que me llevara donde el capitán de la guardia, yo me quería ir para Cartago, pero él me explicó que era peligroso porque nicas y mariachis (hombres afines al gobierno de Teodoro Picado) andaban matando”, contó.
Don Pepe le agradeció
A Solano lo llevaron adonde el capitán, quien le dio un arma y le pidió que pasara la noche con ellos para no ponerlo en peligro.
Al día siguiente un hermano de Cala y tres relevos llegaron por él. Todos se sorprendieron al darse cuenta de que estaba vivo.
“Me llevaron al cuartel, ahí había una mesa redonda en la que estaba Pepe Figueres, el padre (Benjamín) Núñez, el mayor (Marcial) Aguiluz y Frank Marshall, ellos me pidieron que les contara con lujo de detalle todo lo que había ocurrido. Don Pepe después de dijo que fuera a transportes y sacara un carro a mi nombre para que me fuera a mi casa, yo vivía doscientos metros al sur de la basílica”, recordó.
Solano asegura que cuando llegó a su casa había un gentío. Nadie podía creer que estaba vivo, su familia había pasado muchas horas de angustia y todas las noticias que habían llegado lo daban por muerto.
“Don Pepe Figueres después me invitó a la entrada triunfal en San José”, comentó.
Una vez acabada la guerra, “Cala” se dedicó a ganarse la vida como transportista y ahora está pensionado pero le duele no tener pensión de excombatiente.
“Yo dejé un poco que el tiempo pasara porque trabajaba y cuando quise ir a pedirla llevé testigos y todas las pruebas y me dijeron que ya no se podía, don Pepe me la hubiera dado sin dudarlo, he ido varias veces, pero siempre la respuesta es no”, sostiene.
Este excombatiente guarda como un tesoro varios periódicos de aquella época y un reconocimiento por su valor.