¡Max es un verdadero milagro! El día que lo asaltaron en las noticias lo dieron por muerto, incluso, lo trasladaron en una carroza fúnebre.
Por eso, en su casa cada noviembre le festejan un segundo cumpleaños, pues en ese mes del 2003, fue víctima de un asalto en el que los delincuentes le pegaron ocho balazos, uno a milímetros del corazón y otro en la sien izquierda.
Esta es la primera vez que este hombre de 46 años cuenta lo vivido hace ya casi 15 años, cuando salía de una reunión de trabajo, poco antes del mediodía, en el edificio del BAC ubicado en Pavas.
Desde que escuchó el automóvil venir a toda velocidad y desacelerar cuando estaba casi frente a él presintió que algo malo se avecinaba; sin embargo, los maleantes al percatarse que Max estaba en todas, volvieron a acelerar como para despistar.
Lo malo fue que en ese momento, la llamada de un cliente a su teléfono celular lo hizo bajar la guardia, lo que aprovecharon los integrantes de la peligrosa banda del oeste de Chepe para dar vuelta, atravesar el carro en media calle y abordarlo.
“Se bajó el chofer del carro rojo, totalmente polarizado, con arma en mano y mientras alistaba la computadora portátil y el celular para entregárselo y le decía que tranquilo, que yo iba a darle todo, me mandó el primer disparo a los pies. La bala me entró por el dedo gordo del pie derecho, rebotó en el suelo y me volvió a dar en el dedo medio del pie y me lo despedazó”, recordó el sobreviviente que para entonces tenía 31 años.
“Nunca había recibido un balazo, le pregunté por qué lo hacía si yo le iba a entregar todo y no le importó, levantó el arma y volvió a dispararme, esta vez a la altura del fémur. Yo solo brincaba tratando de capearme los disparos y me mandó otro al brazo izquierdo, ahí fue donde me dije, tengo que hacer algo porque yo no me voy a morir aquí como si fuera tiro al blanco”, recordó.
Max era campeón de artes marciales e integrante de la selección nacional de taekwondo y kick boxing, por lo que aprovechó que el asaltante se le acercó y se fue contra él, le hizo una llave, lo levantó, lo pasó por encima de su cuerpo, lo tiró al suelo y le agarró el arma, la volteó hacia el cuerpo del asaltante apuntando hacia los genitales.
“El asaltante me volvió a ver como pidiéndome que no lo matara, incluso, la gente me pregunta por qué no lo hice, pero como creyente sé que Dios todo lo ve. Si yo hubiera decidido matar a ese hombre, tal vez no estaría hoy aquí. Tenía su vida en mis manos, pero mi error fue pensar que él estaba solo.
"Mientras lo tenía inmovilizado sentí un balazo en el lado derecho del pecho y otro en el antebrazo izquierdo que me dañó el nervio ulnar del brazo izquierdo que es una lesión irreversible que me dejó problemas de sensibilidad y otro montón de secuelas en ese brazo”, contó este valiente luchador.
Cuando volvió a ver de dónde venían los balazos, vio a los tres hombres armados disparándole. El arma que había logrado quitarle a su agresor la tenía aún en la mano, pero el brazo lo tenía como caído y no le respondía. Esto fue aprovechado por el asaltante para arrebatarle el arma y dispararle en el corazón a quemarropa, pero la bala no llegó al blanco, por un ligero movimiento que hizo la víctima que desvió la dirección de la misma y a la postre le salvó la vida.
No contentos, los asaltantes le pusieron el arma en la cabeza para dispararle, pero como les golpeó el arma, la bala solo lo rozó.
Mensaje lleno de fe
Cuando le dispararon al corazón, Max abrazó a su atacante y le dije al oído, “Dios está conmigo y usted no va a ser el que me va a matar, hoy yo no muero”. El tipo se le quedó viendo como diciéndole, qué estúpido, le acabo de pegar un balazo en el corazón y me dice eso.
Pese a eso, Max sacó las últimas fuerzas y a como pudo, se levantó de donde lo habían dejado mal herido, a la par de la carretera principal de Pavas, caminó hacia el centro de carretera y paró el primer carro que vio. Resultó ser una carroza fúnebre, la rodeó, abrió la puerta del acompañante y así bañado en sangre como estaba, se tiró de jupa en el asiento y a como pudo porque ya le costaba respirar y hablar le pidió que por el amor de Dios lo llevara al hospital.
“Sinceramente desde mi espíritu, mi alma y mi corazón yo sentía eso. Perdí tres litros de sangre, entré en coma por la pérdida de sangre, sufrí fallo respiratorio y luego cardíaco al entrar al quirófano, ya no podía más”, contó el sobreviviente.
“La gente le gritaba que no me ayudara, que me dejara ahí acostado, que me iba a morir dentro del carro, pero yo sabía que si me quedaba ahí, me desangraría y moriría, por lo que se metería en un broncón”, recordó el ahora trabajador turístico.
Edwin, era el nombre de esa alma caritativa que lo llevó en su carro hasta el Colegio de Médicos ubicado en Sabana sur, ahí lo dejó en el jardín, mientras proseguía con su viaje hacia el cementerio Metropolitano.
Eso sí, antes había llamado a su tía Levinia Vargas, quien trabajaba en dicha institución, para que coordinara la ambulancia y la atención médica primaria. “Tía llame, está muy grave”, le dijo.
“Lo que Edwin hizo, pese al riesgo que conllevaba fue un acto de humanidad. Tanto mi sobrino como yo estuvimos pendientes de él y su salud. Incluso, a mí me hubiese gustado poder acompañarlo en ese momento en la ambulancia aunque no lo conocía, pero como estaba trabajando no podía”, contó contó doña Levinia.
Lenta recuperación
Lo llevaron al hospital San Juan de Dios, ahí estuvo en sala de operaciones por siete horas y 45 minutos, Max asegura que su alma vio desde arriba como lo operaban los médicos.
Su recuperación fue bastante lenta, estuvo un mes en coma. Once meses y 25 días internado en el Hospital del Trauma. Anduvo dos años en silla de ruedas, luego pasó a caminar con andadera, después con bastón hasta que finalmente no requirió ningún apoyo para movilizarse.
Solito en su casa y con un gimnasio improvisado que montó con algunas máquinas que le regalaron, empezó a ejercitarse para recobrar poco a poco la movilidad. Uno de los balazos le dañó el hígado y el brazo izquierdo le quedó como caído cerca de año y medio.
Ahora maneja, camina, habla y hasta anda en bici. Tiene una vida normal, dentro de lo que cabe. El día del asalto pesaba 89 kilos y cuando le dieron de alta pesaba 55, era otra persona, pero poco a poco se ha recuperado. Su vida sana y atlética le sirvió mucho para sobrevivir a semejante ataque, que lo dejó con una discapacidad del 67% según la Caja.
En todos estos años le han hecho 14 operaciones, algunas reconstructivas, pero también debió emprender una batalla legal para ser atendido, pues luego de un año incapacitado lo despidieron del banco, por lo que perdió el seguro, y en la Caja y el INS lo dejaron de atender, a pesar de que aún le faltaban muchos tratamientos y cirugías.
Luego de cinco años de lucha, le ganó los juicios a la Caja y al INS, lo pensionaron y le dieron atención médica vitalicia, aunque la pensión fue tan solo de ¢119.000, pese a que para ese momento ganaba millón y medio de colones.
Max nos pidió que protegiéramos su identidad por temor a represalias, pues aunque tres de los cuatro asaltantes están muertos y el otro está preso, durante el proceso legal él y su familia sufrieron muchas amenazas de muerte.
Su positivismo lo ayudó a salir adelante y ahora comparte su testimonio en las iglesias y dedica el 30% de sus ingresos y su tiempo a ayudar a otros.