Don Dagoberto Méndez, hoy con 70 años, vio en vivo y a todo color la explosión del Arenal que el lunes 29 de julio de 1968 dejó 89 muertos en Pueblo Nuevo y en Tabacón de San Carlos, los dos lugares más afectados.
Allí cayeron piedras de hasta 6 metros y de unos 6 mil kilos.
En aquella época Dagoberto era un güila de 20 años y trabajaba en el Departamento de Vías del Ministerio de Obras Públicas y Transportes.
Una cuadrilla de seis hombres debían ir desde San José hasta La Fortuna para hacer un estudio en relación con la construcción de una calle en Pueblo Nuevo.
Recuerda don Dagoberto que había empezado a inicios de junio de 1968, pero algunos días podían trabajar y otros no por ser la época lluviosa. Los barreales les impedían movilizarse.
Cuenta que la noche del 28 de julio, unas horas antes de la trágica erupción, en Pueblo Nuevo y en Tabacón se sintieron varios temblores.
“Yo era de Santa Ana (en San José) y había fiestas, entonces yo vacilaba con mis compañeros de que estaba temblando porque la fiesta (en Santa Ana) estaba muy buena”, dice.
“En aquel momento lo que pensábamos era que se trataba de simples temblores, no que ese cerro se iba a convertir en un volcán”.
Al día siguiente, Dago y sus compañeros decidieron ir a una finca lechera a tomar leche y desde ese lugar vieron algo que pocas personas llegan a presenciar en la vida.
“Llegamos pasaditas de las siete de la mañana y en eso uno de los compañeros me dijo ‘vuelva a ver para arriba’ y lo que vi fue impresionante, el cerro se reventó”, recuerda.
Hasta ese momento se pensaba que el Arenal era un cerro. Llevaba 400 años sin actividad intensa y se había cubierto completamente de vegetación. La confusión era lógica.
“El cerro hizo una boca y por ahí empezaron a salir gases, piedras y una lluvia de polvo. Nosotros estábamos llenos de polvo, era como si tuviéramos en todo el cuerpo cemento en polvo. Se escuchaba el ruido como de una tormenta eléctrica, fue algo impresionante”, detalló.
Piensa que si aquel día hubieran estado más cerca del volcán el único recuerdo que quedaría de él sería el nombre en la lápida de su tumba.
Dago y sus compañeros se quedaron viendo la erupción unos minutos, hasta que cayeron en cuenta lo anormal que era que una montaña reventara de la nada.
“Estábamos asustados y agarramos el carro del MOPT, que era marca International, y nos dirigimos para el lado de Tilarán”.
Volcán los ‘persiguió’
Mientras huían de la furia del Arenal, los gases y las piedras que lanzaba parecían perseguirlos.
“Era una avalancha la que se nos vino. Sabíamos que si eso nos alcanzaba nos iba a matar, la muerte nos estaba persiguiendo, por momentos pensé que íbamos a morir”.
Antes de ponerse a salvo en Tilarán pasaron mil congojas.
“Mientras escapábamos el carro se quedó varado. Era mucha la impotencia que sentíamos porque no podíamos avanzar. Un compañero le hizo algo al carro y pudimos salir, en el camino nos topamos a gente y por dicha la pudimos ayudar”, menciona.
De Tilarán siguieron hacia Cañas y por último se dirigieron a San José. Dagoberto se fue para la casa y los compañeros agarraron para radio Monumental, que estaba entonces en la avenida Central de San José. Allí contaron lo que habían visto y se dieron cuenta de que, incluida la gente de la radioemisora, casi nadie en la capital sabía la tragedia que se vivía en Tabacón y en Pueblo Nuevo.
“Cuando llegué a mi casa mis papás me preguntaron qué me había pasado, les conté y me dijeron que qué dicha que estaba bien. Para esos años la gente no tenía teléfonos en sus casas y las noticias no corrían tan rápido como ahora”, añadió.
“Todo eso me generó un trauma, al principio fue muy difícil porque vi a gente muerta que había conocido en Pueblo Nuevo, pero por dicha lo fui superando”.
Medio siglo después de la tragedia, don Dago nos cuenta que ha visitado La Fortuna, pero jamás iría a Pueblo Nuevo.