Doña Miriam Segura Sánchez tiene 63 años y fue testigo de la mortal erupción del Arenal el 29 de julio de 1968, exactamente medio siglo atrás.
El evento se inició a las 7:30 de la mañana y mató a 89 personas en Pueblo Nuevo y Tabacón. Ella vivía en este segundo pueblo.
Hasta aquel lunes apocalíptico se pensaba que el Arenal era un cerro. Llevaba 400 años inactivo, algo que contribuyó a la confusión.
Cuenta Miriam que cuando ocurrió aquello ella tenía 13 años, vivía con su padre, don Rafael Ángel Segura, de 46 años, y sus hermanos Germán, de 8 años, y Orlando, de 10 años.
Recuerda que antes de que el cerro explotara se sintieron socollones que movieron la tierra de una forma que ella desconocía.
A la familia le pareció muy extraño, sobre todo porque en la Semana Santa de aquel mismo año ella, su papá y sus hermanos habían caminado hasta la cumbre del cerro.
“Para subir eran como siete horas. Era muy cansado, pero ir viendo todo era muy bonito. Fuimos a almorzar arriba, estuvimos en la punta y en el hueco lo que se veía era como que un tractor se había metido a hacer trabajos. Se veía toda La Fortuna, no salían gases ni nada de eso, parecía una simple montaña”.
Todo esto nos lo contó este jueves en nuestra redacción, adonde viajó desde Orotina, donde vive ahora.
De los temblores dice: “eran muy fuertes. Yo era la mayor (de los hermanos), entonces me asomé por una ventana que tenía vista hacia el volcán y vi que la tierra se movía como si fuera el mar”, detalla.
“Por esa ventana vi cómo se reventó el volcán, salían un montón de piedras, humo y polvo; se escuchaba como un avión volando encima de la casa”.
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De inmediato el papá les dijo a los tres que estuvieran tranquilos.
“Nos dijo que debíamos ir adonde él fuera porque vivíamos con él, no con nuestra mamá, y que no podíamos llorar. Él era muy estricto y aunque tuviéramos ganas de llorar no podíamos hacerlo porque nos iba peor”, destacó. Así que los niños no lloraron.
A doña Miriam todavía le duele acordarse de todo lo que ocurrió aquel 29 de julio. Reconoce que a veces llora al pensar que muchas de las personas que murieron eran conocidas.
“En este momento me estoy haciendo la fuerte, es difícil hacerme a la idea de saber que viví todo eso. Ahora lo cuento con más tranquilidad, pero al principio muy difícil”, dijo mientras le temblaban las manos.
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A pesar de estar en una zona peligrosa por la expulsión de gases, que al momento de la erupción bajaron a 100 kilómetros por hora y con una temperatura de 200 de grados; ella, sus hermanos y el papá se vieron obligados a quedarse en Tabacón, que junto a Pueblo Nuevo fueron los pueblos más afectados.
“Nos tuvimos que quedar ahí, estábamos llenos de polvo y sucios, no teníamos cómo salir, fue hasta el otro día (30 de julio) que pudimos irnos. A nosotros nos ayudó el periodista de La Nación Miguel Salguero, a mí me ayudó a cargar una maleta que llevábamos”, recuerda.
Salguero fue entonces a la zona devastada un día después de la erupción, entrevistó al papá de doña Miriam para la información que publicaría.
El señor dijo: “Fue una cosa espantosa. Se oyó un gran retumbo. Luego lanzó fuego y agua y de todo. Un calor que casi lo quemaba a uno. Yo me quedé metido en la casa, anoche se pasé sentado toda la noche, se oían retumbos y rayos”.
El testimonio salió en la edición del 1 de agosto de 1968, cuando el diario valía 40 céntimos.
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Salguero detalló en su nota que Miriam tenía puestos zapatos de tacón y que iba detrás de su padre, pero adelante de sus hermanos, Germán y Orlando.
“Recuerdo muy bien todo eso, él (Salguero) iba hablando con mi papá mientras nosotros caminábamos. Los tacones se hundían en la tierra, eran los únicos zapatos que tenía y con eso estaba caminando”.
Según contó, mientras el periodista hacía preguntas avanzaban hacia el lado contrario del volcán, es decir, hacia Tilarán.
“En el camino nos encontramos a una persona que nos llevó en carro a Tilarán, nos quedamos viviendo ahí cuatro meses y luego nos fuimos a Limón. Yo me quedé ahí hasta los dieciocho años porque me casé”, dijo.
Recuerdo de papel
Doña Miriam conserva La Nación de aquel 1 de agosto de 1968, cuando ella y su familia fueron noticia por ser las últimas personas que abandonaron Tabacón.
“Para mi es muy especial, es un recuerdo de todo lo que viví. Recuerdo que lo agarré (el diario) porque estaba botado, había una familia que siempre lo compraba entonces lo tiraban. Este fue el único que pude rescatar, ya está viejo y deteriorado pero ahí se leen los nombres de mi papá, de mis hermanos y el mío, cuando cuento la historia también sacó este periódico”, añadió.
Le preguntamos si ahora, cincuenta años después de la tragedia, se atrevería a regresar a Tabacón y su respuesta fue que no, aunque sí ha pasado por La Fortuna.
Desde los que se casó, a los 18 años, vive en Limonal de Orotina, lejos de los volcanes y de los malos recuerdos que la erupción le dejó cuando era apenas una niña.