“Una madre jamás pierde la esperanza, una madre jamás pierde la fe", dice María de los Ángeles Blackshaw García, mamá de una chiquita de 8 años cuya desaparición sacudió al país en 1989.
El nombre Wendolyn Blackshaw sigue fresco en la memoria de muchos porque la prensa nacional cubrió con intensidad su triste desaparición hace ya casi treinta años. Todo el mundo hablaba de ella. Todos querían que la historia tuviera un final feliz.
"Mi corazón me sigue diciendo que ella está viva, por eso mi gran sueño es verla algún día pasar por la puerta de la casa y darnos un gran abrazo”, afirma doña María con la ilusión intacta. “Como en mi pecho la siento viva, sigo esperando que mi sueño se cumpla”, nos comentó cuando la visitamos en su casa de Zetillal de Guadalupe.
“En estos veintinueve años he hecho hasta lo imposible por encontrarla, he andado prácticamente por toda Costa Rica. He seguido todas las pistas que me han dado. Yo la sigo buscando, sin embargo, en el OIJ parece que ya nadie se acuerda de mi hija perdida”, afirma.
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Hace dos años doña María se recargó de esperanzas y se fue para el OIJ. Quería ver si alguien le decía algo sobre su caso, pero dice que ni la atendieron bien. No le dieron pelota y menos detalles. “Me dijeron que tenía que volver a llevar todas las fotos, explicar qué pasó y cuándo pasó, o sea, casi me dijeron que debía volver a empezar a dar los datos, como si fuera una niña recién desaparecida”, afirma con tristeza.
El caso de Wendolyn no es para nada nuevo como. La hija mayor de doña María se perdió el 4 de agosto del 1989 cuando volvía de la escuela a la casa, a los 8 años. Entonces la familia vivía en la urbanización Korobó, en Guadalupe. Wendolyn cumpliría 38 años el próximo 8 de noviembre.
Su imagen salía a diario en los noticieros y en los periódicos, hasta que de pronto todos dejaron de hablar de ella, todos menos su familia, que la recuerda a diario.
Malditos 400 metros
La última persona que vio a Wendolyn fue su maestra de escuela, la Roberto Cantillano Vindas, en Ipís de Goicoechea. La vio antes de que doblara esquina para quedar a solo 400 metros de la casa.
“Wendolyn se devolvió para decirle adiós a la maestra, después de eso jamás nadie la ha vuelto a ver”, explica la mamá.
Lo que le pasó a Wendolyn ocurrió en esos 400 metros, pero nadie, ni el OIJ, ha logrado echar luz sobre el misterio. Es más, nadie parece haber visto nada. O vio y sigue callando.
Doña María recuerda con facilidad todo lo que vivió a partir de aquel día. Asegura que todos los días son como aquel amargo viernes de 1989 cuando llegó del trabajo, a eso de las cinco de la tarde, llamó a una hermana para ver si Wendolyn estaba con ella y le dijeron que nadie la había visto.
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“El primer año de desaparecida fue uno de los más duros. La casa estaba todos los días llena de familiares, amigos, vecinos, periodistas, agentes del OIJ. Era algo de locos, los canales de televisión dejaban las cámaras y las luces en mi sala porque de por sí al otro día tenían que volver.
“Recibía llamadas de todos lados del país y a todas horas. Incluso hubo llamadas en las que me decían que revisara esta o aquella acequia, que ahí había un saco y que ella estaba adentro descuartizada... Han sido las peores llamadas de mi vida. Fueron días de demasiado sufrimiento, demasiado dolor. Yo quería como irme lejos y no volver a recibir llamadas tan crueles. Si no me volví loca fue por la ayuda de Dios, Él es quien me permite, con su amor, que me levante todos los días y siga con mi vida”.
Doña María no podía dejarse vencer. Debía velar por Yahaira, su hija menor, que entonces tenía dos años.
Tiempo perdido
Costa Rica era en 1989 un país muy distinto al de ahora, para bien y para mal. Y el OIJ también era otro en aquel tiempo. A doña María le duele aún que se haya perdido tanto tiempo desde que ella reportó a su hija desaparecida hasta que el OIJ comenzó la investigación.
“La reporté a eso de las cinco de la tarde del cuatro de agosto y el OIJ llegó como a la misma hora del otro día. Se perdieron horas muy valiosas porque ella se perdió a eso de las once de la mañana, ellos (el OIJ) nunca reaccionaron a tiempo. Me mandaban a revisar debajo de las camas, que fuera a buscarla donde los amiguitos...".
Todo fue en vano. Parecía que se la había tragado la tierra.
“Volví a llamar a eso de las ocho de la noche y me mandaron al Hospital de Niños, a las tres de la mañana, ya del cinco de agosto, me recibieron la denuncia en el OIJ y aparecieron a las cinco de la tarde, trece horas después. Los agentes que vinieron comenzaron la gran búsqueda debajo de las camas de mi casa y me decían: ‘no se preocupe por nada, esto se soluciona pronto’. Ya van veintinueve años y no se ha solucionado”.
Dolor eterno
Doña María jamás olvidará que en transcurso del primer año de la desaparición de Wendolyn recibió una llamada muy extraña. Le dijeron que fuera a la estatua de León Cortés, en La Sabana, porque iban a pasar con una microbús a dejarle el bulto con los útiles y el uniformito de escuela de Wendolyn, pero que a la chiquita no se la iban a dar.
Doña María se puso de acuerdo con el OIJ y fueron hasta La Sabana. Los agentes se escondieron y ella esperó tres horas en vano porque nunca apareció nadie.
Era quizás otra broma macabra, de esas que nunca faltan incluso en situaciones de tanto dolor como el que vivía la familia de Wendolyn.
“Uno llora tanto que se le secan las lágrimas porque el dolor de una madre es para toda la vida. Mi hija está viva en mi corazón, yo la recuerdo todos los días pero a sus ocho añitos, exactamente igual que el día en que desapareció, jamás la he imaginado a sus actuales treinta y siete años, ya casi treinta y ocho", explica doña María.
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“Ella era una niña muy tranquila, muy aplicada en la escuela, muy alegre. El día que desapareció nos levantamos las dos de madrugada porque tenía dos exámenes, uno de Español y otro de Matemáticas. Estudiamos juntas, a ella no le gustaba salir mal. Tengo esos exámenes guardados, la maestra (quien ya falleció) me los dio. Todo lo de Wendolyn lo tengo guardado porque mi corazón la siente viva. por eso mi fe sigue intacta”.