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Japoneses sobrevivientes de la bomba atómica vinieron a Tiquicia a dar testimonio

“Es el peor infierno que puede vivir un ser humano”

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“Las personas se arrastraban con la piel quemada, algunos llevaban en sus manos los ojos que se les habían desprendido de la cara, había cuerpos de todas las edades carbonizados, los árboles fueron arrancados de raíz y los edificios convertidos en polvo.

"Lo único que quería hacer la gente era tirarse al río porque el cuerpo se les quemaba pero el río estaba lleno de muertos y los que tomaron agua murieron al poco tiempo porque estaba contaminada… la bomba atómica es el peor infierno que puede vivir un ser humano”. Con la voz quebrada y los ojos cargados de lágrimas, el japonés Jouji Ueda, lleno de dolor, le contó a Costa Rica lo que vivieron él y toda su familia en la Segunda Guerra Mundial.

Ueda nació el 15 de febrero de 1942, tenía tres años cuando el lunes el 6 de agosto de 1945, a las 8:15 de la mañana, una bomba atómica fabricada y tirada por Estados Unidos, que utilizó un avión Boeing B-29 que se llamaba “Enola Gay”, cayó sobre la ciudad de Hiroshima, matando inmediatamente a 80 mil personas y otras 70 mil fallecieron hasta finales de 1945. Al diabólico explosivo lo llamaron “Little Boy” (Niño Pequeño).

Kaoru Shinagawa (izquierda), Terumi Kuramori (centro) y Jouji Ueda, sobrevivientes de las bombas atómicas en la Segunda Guerra Mundial que cayeron sobre Japón, luchan porque el mundo elimine esas catastróficas armas. Foto Diana Méndez. (Diana Mendez)

“Mi mamá me cuenta que los heridos eran acomodados, prácticamente tirados, en escuelas e iglesias. Como la mayoría de doctores murieron con la explosión, no había quien los atendiera, entonces se morían lentamente. Hacíamos montañas de muertos para quemarlos y muchas veces al prenderle fuego a una de esa montañas se escuchaban gritos de alguien que todavía estaba vivo. Los muertos quedaban tan hinchados que realmente uno no sabía si era un hombre o una mujer, todo era un infierno interminable”, explicó Ueda, quien recordó que en agosto hace demasiado calor en Japón por eso a los sobrevivientes que estaban tirados en camas las heridas se les llenaban de gusanos y era poco lo que podían ayudarles.

Muerte y más muerte

Terumi Kuramor, nació el 8 de enero de 1944, ella es de la ciudad de Nagasaki, donde el 9 de agosto de 1945 a las 11:02 de la mañana, tres días después de la bomba de Hiroshima, Estados Unidos estalló otra que llamaron “Fat Man” (Hombre Gordo), lanzada por un avión B-29 llamado The Great Artist (El Gran Artista); inmediatamente murieron 40 mil personas y 80 mil más fallecieron al final de 1945.

“Mi mamá, un hermano mayor y yo nos metimos en un refugio antibombas y por eso no tuvimos heridas graves, mi papá y una hermana mayor estaban trabajando en el centro de Nagasaki, pero también quedaron vivos por eso como familia celebramos estar todos vivos… pero diez años más tarde y después de mucho sufrir con un cáncer, mi papá murió, 9 años después, mis dos hermanos mayores con hemorragias incontrolables y sin pelo, también fallecieron. Ese es el infierno de una bomba atómica que mata al instante y también mata lentamente”, afirma Kuramor.

Kaoru Shinagawa es sobreviviente de segunda generación, no había nacido en 1945, él nació el 6 de octubre de 1950, su mamá estaba a dos kilómetros del centro de Hiroshima, trabajando en una fábrica de cigarros, cuando la bomba atómica explotó.

Terumi Kuramori no descansará hasta convencer al mundo que su ciudad, Nagasaki, debe ser la última en el planeta en vivir el sufrimiento de una bomba atómica. Foto Diana Méndez. (Diana Mendez)

“Cinco días después de que explotó la bomba fue que llegaron las cuadrillas de rescate, esos rescatistas comenzaron a ser afectados por la radiación y poco a poco iban muriendo, porque Hiroshima era una ciudad contaminada por completo, era un infierno, algo que no debe vivir jamás ningún ser humano”, dijo.

Nunca olvidar para nunca repetir

En Japón a los sobrevivientes de las bombas atómicas les llaman “Hibakushas”, ellos llegaron a Tiquicia este jueves 26 de julio en el “Barco de la Paz” para hablarles a los ticos de los horrores de las bombas atómicas y luchar porque el planeta elimine las más de 15 mil que todavía existen, siendo básicamente Estados Unidos y Rusia los que tienen la mayor cantidad.

Desde el 2008, el Barco de la Paz, que siempre zarpa de Japón, realiza lo que se conoce como “Viaje Global por un Mundo Libre de Armas Nucleares: Proyecto Hibakusha del Barco de la Paz”. Hasta estos días finales de julio del 2018, más de 170 Hibakushas han viajado por el planeta dando sus testimonios y suplicando por un mundo desnuclearizado. En este viaje, Ueda, Kuramori y Shinagawa, visitarán 25 puertos en 24 países alrededor del mundo.

Kaoru Shinagawa ahora es guía turístico voluntario, a todos los turistas que puede les cuenta el infierno que se vivió en Hiroshima con la explosión atómica. Foto Diana Méndez. (Diana Mendez)

No pudieron estar en el país más de 24 horas, este mismo jueves 26 de julio salieron, pero antes realizaron un foro en la Universidad Latina de Costa Rica, en la sede de San Pedro de Montes de Oca, llamado: “Perdonar y no olvidar para construir un mundo de paz, libre de armas nucleares”. De dos a cuatro de la tarde, con mucho dolor, recordaron una de las peores atrocidades que ha cometido la humanidad para que nadie olvide y para que todos luchen porque jamás se repita, para que, como dijeron los tres en una misma voz: “nosotros seamos los últimos Hibakushas de la historia de la humanidad, no queremos ni uno más”.

Eduardo Vega

Eduardo Vega

Periodista desde 1994. Bachiller en Análisis de Sistemas de la Universidad Federada y egresado del posgrado en Comunicación de la UCR. Periodista del Año de La Teja en el 2017. Cubrió la Copa del Mundo Sub-20 de la FIFA en el 2001 en Argentina; la Copa del Mundo Mayor de la FIFA del 2010 en Sudáfrica; Copa de Oro en el 2007.

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