La vieja Cinchona es un pueblo fantasma. No asustan, ni se ven espantos, nada de eso; es un pueblo donde mandan el silencio y la soledad.
Después del terremoto 91 familias debieron ser llevadas a otros lugares. Ese no era el número total, otras dejaron el lugar por su cuenta.
Pese a esas circunstancias no pierde el encanto ni la belleza del paisaje y si los visitantes tienen suerte puede encontrar algún saíno, o tepezcuintle o algún aves.
La forma más fácil de ir es llegando a la soda y mirador Cinchona, un kilómetro al sur de la antigua fábrica El Angel. Allí, al puro frente, hay unas gradas improvisadas que debe subir.
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Arriba encontrará un trillo y no hay que adentrarse mucho para dar con la capilla, la primera estructura que se topan los visitantes. Tiene una especie de campanario con una cruz, que quedó en pie, pero la campana enorme y pesada fue robada.
Al lado, una entrada en forma de arco indica que el cementerio está a la par de la iglesia.
La capilla en realidad es un galerón y uno piensa que está en ruinas, pero al asomarse por las ventanas se ve que aún le dan mantenimiento.
Uno de los trillos va a dar al camino principal de lo que era Cinchona. Se ve el salón comunal en el suelo, estructuras caídas y algunas casas en pie con la fachada en buen estado pero con enormes grietas en las paredes o de viaje inclinadas. En una de las casas hay un rótulo que dice “Se vende” que ha permanecido en el tiempo.
A las orillas hay matas de mora, árboles de guayaba y de cas. Cuentan que la noche es oscuritica, pero con luna llena y foco dan ganas de caminar.