La catedral de Limón es muy diferente a otras templos del país por muchas razones, pero sobre todo porque tiene adentro una de las pocas obras que ha elaborado para el país, el afamado escultor nacional Jorge Jiménez Deredia.
Cuando los miembros de la Iglesia católica buscaron al artista para proponerle el proyecto, este puso las cosas en claro de una vez y les explicó a las autoridades de la iglesia y al arquitecto encargado que si lo que querían era la imagen de un Cristo con espinas, muerto, crucificado y con la sangre en la frente, él podía recomendarles quién se los podía hacer.
“Si me piden que les haga uno, necesito que me dejen crear mi propia obra y hacer un Cristo de esperanza para Limón. Necesito hacer una obra que represente la vida y la superación de la muerte”, explicó el escultor radicado en Italia.
A los religiosos les pareció la propuesta y la aceptaron, por lo que hablaron de inmediato con el arquitecto Raúl Goddard para que abriera un hueco en la pared con el fin de colocar la primera imagen de Cristo, ya que esta es la que representa el sacrificio y la muerte de Jesús.
Junto a esta aparecen otros dos Cristos en el altar, el del medio que lleva la esperanza y el resucitado, que luce un tono más negro y brillante.
“Es una representación de una génesis del Cristo, de una transmutación de la vida que aparentemente viene de la muerte y regresa a la vida por la esperanza, y que despierta ese sentimiento en los limonenses. No es un Cristo muerto, sino uno que nos dice que estamos aquí, que tenemos una misión e ilusión”, explicó Jiménez, quien colocó su obra en el 2002.
Fue de esta forma que Deredia le dio vida a la obra Cristo trino, la cual, según él, refleja la esperanza, una característica de su trabajo. Las tres figuras de la escultura representan este proceso: el paso de la muerte a la vida, de la oscuridad a la penumbra, y de la penumbra a la luz. La obra en bronce mide 5,25 x 3,80 metros.
De aniversario
Justamente el 1° de octubre, la catedral de Limón cumplió ocho años de haber sido consagrada y más allá de la figura escultórica que adorna el altar, esta iglesia rompe con muchos otros conceptos de las templos nacionales.
En su interior no hay columnas y es una figura muy distinta al típico rectángulo. Tampoco encontrará el crucifijo o los confesionarios de madera junto a las paredes, más bien cuenta con unos salones donde el feligrés sostiene una conversación con el sacerdote.
Otra particularidad es que no hay un púlpito que destaque al sacerdote por encima de los fieles.
La iglesia, que mide 1.600 metros cuadrados, tiene capacidad para 600 personas sentadas y dispone de ventilación natural gracias a las aberturas que tiene en la pared, pensando en el calor que impera en el Caribe.
La catedral costó ¢600 millones, suma que fue recolectada por el pueblo mediante rifas y turnos, así como mediante donaciones de la Iglesia católica, empresas privadas y el Gobierno y llegó a sustituir la antigua catedral que había resultado dañada en el terremoto del 22 de abril de 1991.
El diseño y los planos se empezaron a hacer en 1999 y unos cuatro años después comenzó la construcción, la cual tardó seis años, ya que tuvieron que detenerse en varias ocasiones debido a la falta de recursos.
Lo que sí se rescató de la vieja iglesia fue el campanario original y los vitrales antiguos que se combinaron con los nuevos.