El barco vuelve a puerto con un grupo de enérgicas “abuelitas” japonesas luciendo trajes de neopreno. Acaban de pasar dos horas explorando los fondos submarinos buscando moluscos, en las oscuras aguas del océano Pacífico, frente a la ciudad nipona de Soba, en la península de Shima.
Las “ama” en Japón son buceadoras de apnea, sin equipamientos de submarinismo tradicionales, es decir, a pulmón libre y con entre 60 y 80 años de edad. Algunas andan con la espalda encorvada, pero parecen jovencitas cuando se sumergen.
En su origen practicaban esta profesión para alimentar a sus familias en las regiones rurales y aisladas, donde las posibilidades de trabajo eran escasas. En el siglo XIX, también buceaban en busca de ostras de perlas salvajes.
"Tengo la sensación de ser una sirena en mitad de los peces. Es un sentimiento fantástico", explica Hideko Koguchi. Arrodillada en el suelo junto con sus compañeras, cuenta los turbos "sazae", una especie de caracol marino.
Cuando ella viste su vestido de “ama” –máscara, aletas y traje negro de neopreno–, Hideko olvida el peso de los años, 62, de los que 30 los ha pasado ejerciendo esta profesión. Ella afirma querer bucear “20 años más”.
Durante la temporada, que dura diez meses, la asociación local de pescadores, que estudia la meteorología y el oleaje, da la salida por la mañana a través de un altavoz.
Bajan con poco
El equipamiento de estas “ama” –literalmente “mujeres del mar”– es escaso: una boya que señala su presencia en la superficie y una red para recoger las conchas.
Una vez que la bandera es izada en el barco, ellas se tiran de cabeza al mar, descienden a una docena de metros de profundidad, a menudo durante más de un minuto, y vuelven a ascender... diez, veinte, treinta veces, incansablemente.
En esta mañana soleada de otoño, son apenas 40, un número que disminuye con el paso de los años en esta aldea de Kuzaki y las otras regiones del archipiélago. En total, se han censado oficialmente menos de 2.000 en Japón, frente a las más de 12.000 de los años 30, según las cifras del museo del mar de Toba.
Según restos de herramientas encontrados, la tradición remonta "al menos 3.000 años", cuenta Shuzo Kogure, investigador de la Universidad oceanográfica de Tokio (Tumsat) y especializado en las "ama".
Aunque esta profesión no está reservada sólo a las mujeres, son ellas las que atraen las miradas. Fotos antiguas y tarjetas postales en blanco y negro las muestran con el pecho desnudo, una práctica en realidad limitada que terminó en el siglo XX pero que permanece ligada a la imagen de las "ama", durante mucho tiempo erigidas como "exóticos objetos de fantasía", según el profesor.
Lejos de estos clichés, "antes, las jóvenes se convertían en 'ama' al salir de la universidad". Era como un rito de transición, explica Sakichi Okuda, director de la cooperativa de pescadores.
Como Hideko Koguchi y su hermana, que bucean juntas y que aprendieron esta profesión desde muy jóvenes, junto con su madre y su abuela. Aunque para su familia, la tradición se acabará aquí: sus hijos se han ido a vivir a la ciudad, en busca de trabajos más estables.
Actualmente "no es viable emprender este camino", asegura Okuda. Para preservar esta cultura, "primero hay que preguntarse cómo aumentar los ingresos de las buceadoras".
Ciertas “ama” han sido reclutadas por el sector turístico pero para mantener la autenticidad, “proteger y transmitir los valores de las ‘ama’, su forma de vida, hay que abrir la puerta a mujeres al margen del linaje familiar. Si podemos aceptar este cambio, el futuro no será tan sombrío”, asegura el experto universitario Kogure.