En teoría, la ley respeta sus derechos y por eso Blerta esperaba poder convertirse en Blert. Pero en la práctica, la comunidad LGTB de Kosovo vive bajo la sombra, condenada a la clandestinidad en una sociedad patriarcal.
A sus 28 años, Blerta/Blert Morina, quien sigue un tratamiento hormonal para convertirse en hombre, ha tenido que enfrentarse al rechazo de la administración que no quiere cambiarle el nombre, pese a las leyes en teoría progresistas de Kosovo, independiente de Serbia desde hace diez años.
Pero decidió no conformarse y llevar su caso ante la Corte Constitucional, la más alta jurisdicción de su país. No solo para luchar por su causa, sino también para sacar a la comunidad LGTB (lesbianas, gais, transexuales y bisexuales) de su país de la clandestinidad y el miedo.
“Para mí es muy importante proseguir este camino. Es el primer caso, tenemos que demostrar que podemos llegar hasta el final”, dice Morina en la sede de su asociación, el Centro por la Igualdad y la Libertad (CEL), cuya ubicación quiere mantener en secreto.
Pristina, la capital de Kosovo, es una ciudad de medio millón de habitantes y no tiene ningún establecimiento para la comunidad LGTB.
Solo se consideran "seguros" dos bares y en la prensa suelen aparecer casos de homosexuales expulsados violentamente de los cafés por los gerentes.
En su web, la asociación de Blert Morina no indica la dirección. Para llegar hay que recurrir al boca a boca dentro de una comunidad que tiene unas 1.800 personas en la capital, según sus cálculos.
Según un estudio de 2015 del National Democratic Institute (NDI), un centro de reflexión estadounidense, Kosovo sería el país más homofóbico de los Balcanes, una región con fama de poco tolerante.
Más del 80% de los kosovares que pertenecen a la comunidad LGTB, dicen haber sido víctimas de insultos, mientras que un 29% señaló agresiones físicas.
Kosovo tiene 1,8 millones de habitantes, en su inmensa mayoría musulmanes, con una minoría de musulmanes radicales.