La vida de Francisco “Chico” Hernández, ídolo de todos los tiempos del Saprissa, sin duda estuvo marcada por las sonrisas que despertó en todos los que tenía alrededor, su familia, compañeros y naturalmente los miles de fanáticos a lo largo y ancho de Costa Rica.
Chico murió a los 69 años, este lunes en su casa, en Moravia, de una forma muy tranquila, acompañado de toda su familia.
Basta hablar con cualquiera de sus allegados para darse cuenta que más allá de sus goles, perfecto dominio del balón, gambeta y centros medidos a la cabeza del compañero, su principal característica era su agradable carácter y magnifica forma de ser.
“Vea, así sin mentirle, que yo me diera cuenta, nunca en la vida escuché a una sola persona hablar mal de Chico o dar una queja, él a quien conocía le caía bien o se hacía su amigo”, nos dijo de manera muy directa don Wálter Mora, más conocido como Pajarito, un entrañable amigo de Hernández con quien compartió por muchos años.
Con pesar, don Wálter se acordó que vio hace como un mes a don Chico en un banco en Moravia y le dijo que se tenían que tomar cafecito, pero lamentablemente el tiempo no les alcanzó.
Lo que nos dijo Mora lo comprobamos desde que pusimos un pie en la Funeraria La Piedad, en el puro centro de Moravia, donde se celebró la vela del jugador que debutó con los morados en 1967 con solo 17 años y se despidió en 1983 con la misma camiseta, la única que vistió en su carrera.
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Cuando llegamos a las 11 de la mañana y nos recibió Fabián, hijo de don Chico, la asistencia era bastante, en una mesa estaban diversas luminarias de los años 60 y 70 con las que jugó en el Monstruo, por otro lado familia, amigos y excompañeros del INS, donde trabajó cuando dejó el fútbol, compañeros de selección nacional y hasta algunos rivales en la cancha.
Puras leyendas
Los diversos arreglos florales que no paraban de llegar eran claras muestras de cariño, los cuales ubicaban a un lado del ataúd sobre la que había dos fotos, una de Chico solo con el uniforme del Saprissa cuando arrancó de joven y otra en la que aparecía con su hermano, Fernando “Príncipe” Hernández y el brasileño Edson Arantes Do Nascimento, más conocido como Pelé.
Su familia disfrutaba con él por su amorosa forma de ser, sus compañeros reían por las ocurrencias que tenía en entrenamientos y la afición por el solo hecho de verlo jugar y darles diez campeonatos. Cartón lleno.
“Juan nació de las ligas menores con su hermano, fue riñón morado desde siempre, un gran jugador y viera que alegre era, a todo le sacaba bromas y chistes, yo no recuerdo algún momento verlo enojado, la risa era una de las cosas que lo distinguía”, comentó don Juan Gutiérrez, portero de aquel Saprissa de los años 70.
Las glorias moradas presentes sonreían recordando las anécdotas de Chico y los partidos en los que se lucía, como la vez que le metió una bailada a la defensa del Santos de Brasil en un amistoso en el viejo Estadio Nacional.
Al lado del memorable guardameta, estaba sentado otro jugador que le agradece a Chico haberle puesto cualquier cantidad de goles en su carrera, Carlos Solano, centro delantero de aquella máquina imparable que era la "S" y que consiguió un hexacampeonato. Al jugar de extremo derecho, muchas de las asistencias que daba Hernández le caían Carlos
“El fútbol por ser colectivo siempre hay muchos complementos dentro del terreno de juego y uno de esos excepcionales era ‘Chico’ Hernández. Con él uno jugaba con mucha intuición, uno ya sabía lo que él iba a hacer cuando tenía la pelota en sus pies, uno ya se ubicaba, sabía que iba a meter un centro de muy buena calidad, me puso cualquier cantidad de goles", recordó Solano.
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En esa misma mesa compartiendo anécdotas estaban Álvaro “Yaco” Sánchez y Hernán Morales, quienes fueron primero compañeros y después rivales, pero ante todo amigos de Chico.
“Yo no he visto jugadores que tiren centros como lo hacía Chico, no, no, de eso ya no hay, pregúntele a Carlos que se los ponía a la cabeza, era otra cosa”, metió por su parte la cuchara Yaco.
Amigo y padrino
A ese grupo le faltaba una ficha indispensable y un gran amigo de Hernández, tanto así que eran compadres, hablamos de Edgar Marín, con quien compartía posición como extremo derecho. Guita, como le llaman al memorable goleador, era uno de los más dolidos en ese salón, sin duda alguna.
“Era el padrino de mi hijo Daniel, a Chico yo lo conocí desde chiquitillo, era de mis mejores amigos, ahora me siento muy afectado por la noticia, cuando jugábamos juntos era una maravilla, me ponía los pases al espacio yo picaba y le entraba, ya cuando me fui a Estados Unidos él se quedó en mi lugar”, recordó uno de los cracks de la época.
Entre una de las anécdotas curiosas, Enrique Díaz, quien conoció a don Chico en los 80, recordó una vez que se toparon cuando eran rivales y el Zancudo jugaba con el Herediano.
“Yo jugué primero en contra de Chico, estaba con Heredia y me tocaba marcarlo, viera que complicado que era, una vez en el Estadio Nacional recuerdo que a mi me expulsaron porque lo fui a marcar y le entré muy fuerte, ya me había driblado, el árbitro era Berny Ulloa, son cosas que me sucedieron, después fuimos compañeros em Saprissa aunque por poco tiempo”, recordó el Zancudo.
No podíamos irnos de la vela, sin llevarnos un mensaje de su familia dirigido a toda esa afición nacional que también está de luto porque la admiración por don Chico trascendía más allá de los colores.
“Es bonito seguir los buenos ejemplos y tomarlos para la vida propia, seguir a los equipos y a los ídolos de una forma sana, que hagan deporte siempre, se mantengan activos y piensen en su salud, a mí me alegra que mi papá haya inspirado a tanto niño de la época a seguir sus pasos en esto tan lindo que es el deporte”, comentó.
Fabián nunca jugó al fútbol, aunque es la pregunta que le hacía la gran mayoría de gente cuando lo conocía y se enteraba de quién era hijo, pero ojo que sus sobrinos, Daniel y Sebastián, los gemelitos de Pilar, la otra hija de don Chico, están en las categorías menores de la UCR, tratando de llevar el espíritu y el legado de un ídolo morado.