Durante quince años como policía de la Fuerza Pública en Jacó, Marco Adanis Rojas aprendió muchas cosas sobre el cuido de los huevos de tortuga, para luego liberar a los animalitos en la playa y así salvarlos.

Por eso, hace tres años se puso la capa de héroe y comenzó a aplicar ese conocimiento con los nidos que se encuentran a lo largo de playa Guacalillo, donde vive Marco, de 56 años de edad.

Aunque él es sumamente modesto y no le gusta recibir elogios, la verdad es que es el salvador de las tortugas en esta playa, ubicada en el Pacífico Central, en el cantón puntarenense de Garabito.

No podíamos perder la oportunidad de hablar con él sobre esta hermosa tarea que él solito se encomendó, pues aunque las tortugas siempre han llegado a esta playa, sus huevos siempre terminaban en manos de personas que los venden o se los comen.

“Eso me nació desde que era policía. Le ayudábamos al Minae (Ministerio de Ambiente) decomisando los huevos de tortuga a la gente que los sacaba. En playa Hermosa había un criadero, un vivero, ahí las llevábamos”, recordó Marco.

Fue así como este porteño se instruyó con el manejo adecuado de los huevos, las formas idóneas de mantenerlos y los tiempos de espera hasta que nazcan las tortugas y que las puedan liberar.

“Los expertos les ponían fechas, los enumeraban, hasta le ponían la hora de los decomisos para saber cuándo podían nacer. Había un biólogo que nos enseñó muchísimo”, añadió.

¡Se la juega solito!

Este hombre suma cinco años de vivir en esta playa, más conocida por la acumulación de basura que queda sobre su arena por el mal manejo de los residuos de quienes viven en el Valle Central y que arrastra la corriente del río Tárcoles, cuya desembocadura afecta enormemente a Guacalillo.

Pero este hombre quiere cambiar esa imagen y que la gente conozca más sobre la presencia de las tortugas verde y lora, que durante muchísimos años han llegado a esa playa para dejar sus huevos, aunque lamentablemente, la mayoría queda en manos de los ladrones.

“Llevo 3 años en esto. Voy en la mañana o en la noche y recorro en la playa cuatro o cinco kilómetros en busca de los nidos. Los que puede agarrar los entierro en ciertas partes de la playa para que la gente no lo note y dejo señas para buscarlos después”, explicó.

Aproximadamente dos meses después, él regresa a los nidos, pues es el tiempo promedio en que las tortugas tardan en nacer. Cuando confirma que están a punto de quebrar los huevos, alista todo el protocolo para liberarlas en la playa y que puedan llegar al agua.

Cada año salva entre 6 y 7 nidos y podrían ser muchos más, de no ser por su principal depredador: el ser humano. “Por año puedo liberar 600 tortugas. Aquí en playa Guacalillo y en otras playas como Bajamar, Tárcoles y Azul, toda una vida ha existido el desove de la tortuga verde y lora, hasta de la baula encontré un nido hace como dos años”, relató.

Y la tristeza lo invade cuando llega tarde a un punto de desove. Incluso, en los últimos días encontró tres nidos cuyos huevos habían desaparecido.

“Tengo una pasión por ayudar a estas tortuguitas. En cada anidada que encuentro recojo entre 100 y 150 huevos, algunas no nacen bien y mueren y cuando las libero usualmente son 80 o 90 las que están vivas y llegan al mar”.

A cumplir un sueño

Hace muchos años, Marco también trabajó como pescador y fue testigo de muchas cosas terribles con las tortugas, al ver cómo sus compañeros las pescaban y mataban para comerlas. Desde ese entonces le nació el gusanillo por cuidar, algún día, a estos animalitos.

Y conforme pasaron los años, encontró en Guacalillo la mejor oportunidad para hacerlo. “La gente no le ha puesto amor y no vuelven a ver a estas tortugas tan lindas que tienen años que salen a desovar. Nadie ha tomado la iniciativa, lo que hacen es llevarse los huevos y se los comen o los venden. Yo quiero cambiar eso”, contó Marco, a quien usualmente los nietos ayudan en los días de liberación.

Y esa labor le ha generado algunos encontronazos cuando ha llegado al momento exacto en que alguien se está robando los huevos. Él trata de que se arrepientan, algunas veces lo logra, otras no.

“Son chavalos que los venden para comprar licor, pero destruyen la naturaleza. Cómo es posible que el primer depredador sea el ser humano, cuando las tortugas llegan a desovar a la playa”, detalló.

Marco sueña con recibir toda la ayuda que se requiere para construir un vivero donde pueda mantener los huevos. Hace poco, la Asociación de Desarrollo del pueblo le dio una lámpara, unos guantes y un sarán “para ver si hago un vivero, ese es mi sueño”.

También quiere abrir una página en Facebook con el nombre “Protector de la flora y fauna”. Cuando no anda en su labor de salvador de tortugas, Marco se dedica a chambear, más que todo como taxista o chapeando terrenos.