Angie Pinzón es una mamá como pocas. Es diseñadora de sitios web, creadora de contenido y streamer de videojuegos. Quizás muchos la reconocen por sus videos y su perfil en línea: Petite.Pinzon.
Pero lo que poco saben, es que Angie, hoy a sus 31 años, comparte la pasión por los videojuegos con su mayor amor: su hija, Miranda, de 7 años.
La historia de Angie, similar a la de muchos gamers, comenzó con un Nintendo y un largo camino en carretera de frente.
“Mi hermano, Edgardo, y yo, nos criamos en Panamá y casi siempre viajábamos en bus, eran viajes de hasta siete horas”, explicó.
“A mí mamá o a mi papá, no recuerdo, se le ocurrió darnos un Game Boy, entonces todos los viajes, las seis-siete horas, las pasábamos jugando”.
Desde juegos clásicos como Pokémon, pasando por el mítico Earthworm Jim y, hasta la joya oculta de Prehistorik Man, entre más pasaba jugando, más era la espinita por los videojuegos.
Pero, según explicó Angie, ese amor por los videojuegos se multiplicó pasando las horas jugando Super Smash, un juego de peleas con personajes de Nintendo, junto a uno de sus primos en su consola Nintendo 64.
“Literal no tengo otros recuerdos con él, que no sean jugando”, comentó entre risas.
“Nuestros papás trabajaban demasiado o teníamos demasiados viajes que hacer, entonces esa era nuestra forma de pasar las horas. Ya después de eso salió el Game Cube, me volví adicta, y de ahí en adelante, todas las consolas las empezamos a tener”.
“Los hijos de doctores pasan mucho tiempo solos, entonces era nuestra forma de pasar el tiempo”, dijo.
Una pasión que se hereda
Ahora, aunque sea difícil creerlo, esa pasión de pasar horas frente a una pantalla jugando no se mantuvo con el tiempo y conforme creció, se alejó de ese mundo.
“Es algo chistoso, porque después de que salí de la U dejé de jugar, como que me harté y lo dejé. Pasaron los años, yo realmente no estaba jugando nada”, comentó.
Lo que Angie no esperaba, era que esa espinita iba a volver una vez más del lugar más inesperado.
“Suena raro, pero desde que me convertí en mamá y Miranda comenzó a jugar, yo también lo retomé”.
Según cuenta, cada una tiene su espacio en el que se sientan y pasan las horas jugando. No importa si es Roblox, Minecraft o Brawl Stars, lo importante es que comparten esa pasión juntas.
“Cuando estoy con ella o tenemos citas, porque de verdad me gusta tener citas con ella una vez a la semana, dejamos los teléfonos y me gusta mucho escucharla, que sepa que su opinión importa, por más pequeña que sea”.
La mamá soñada
No obstante, a veces es complicado equilibrar el ser madre con los videojuegos, la creación de contenido y el streming, pero Angie ha logrado balancearse entre sus dos facetas, para convertirse en la mamá que soñaba.
“Es un tema en el que yo, en el momento en que decidí ser mamá, me dije: ‘hey, no voy a cometer los mismos errores que tal vez cometieron mis papás conmigo.
“Me gusta que ella sepa que si quiere jugar todo el día, podemos hacerlo juntas; si quiere parar, hablar y salir a comer, también podemos hacerlo. Lo importante es que ella sepa que estoy ahí”, continuó.
“Nos llevamos superbién, es como mi minimejor amiga”.
Curiosamente, para cualquiera que no viva esta pasión por los videojuegos, ser mamá y jugar son actividades excluyentes. Muchos piensan que con la edad y los hijos, esa ganas de jugar desaparece.
Y si es cierto que disminuyen, solo los gamers de verdad se ven jugando, el control conectado a la consola y ellos a un soporte vital.
“Ser papá no significa dejar de jugar, ser papá lo regresa a uno a esa época donde uno fue niño y poder compartir eso con los hijos es chivísima. Lo más bonito que tuviste siendo gamer, se lo estás inculcando a tu hijo.
“Los videojuegos es algo que uno usa como terapia. Me gustaría que siga siendo mi tipo de terapia, mi tipo de socialización. Siento que es un pequeño escape, yo no voy y me hago masaje, yo voy y me siento a jugar.
“Me encantaría seguir aplicando esto, incluso cuando ya esté cerca del lecho de muerte”, concluyó entre risas.