Este jueves falleció la querida Janet Pérez, más conocida como la Trafiquina, una nicaragüense que cuidaba carros y hace más de cinco años se ganó el corazón de Ítalo Marenco.
Una mujer de baja estatura, de piel morena (algo quemada por el sol), con un gran carisma y corazón, era la encargada de alegrarle todas las mañanas al presentador de Giros, situación que empezó poco antes de la pandemia del covid-19.
Aunque en las redes sociales del conductor de “Giros” todos conocieron a esta mujer como “la Trafiquina”, su nombre es Janeth Pérez Espinoza.
Ella era una nicaragüense, de 54 años, quien estuvo casi 13 años cuidando carros en las inmediaciones del residencial El Bosque, en San Francisco de Dos Ríos, donde permanecía de 5 a. m. a 6:30 p. m.
Por su dulce forma de ser no solo se ganó el cariño de Marenco, sino de todos los conductores que pasaron por ahí, a quienes les daba la bendición de una forma muy particular, ya que lo hacía con baile incluido, y si topaban con suerte hasta se iban de beso con trompita, eso sí, si le regalaban una monedita.
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Ítalo contó que su amistad con esta señora, quien vivía sola en un cuartito cerca de ahí, nació desde que le tocó empezar a ir a dejar a su hija donde su suegra, en San Francisco, quien se la cuida durante la mañana mientras él está en el programa de canal 6.
La Trafi solo tenía un hijo, mismo con el que, gracias a Ítalo, se reencontró en Nicaragua poco antes de morir, pues le pidió ayuda al comunicador para ir a ver a su familia, principalmente a sus nietas.
Su esquinita era su segundo hogar
Doña Janneth aseguraba que esa esquina, entre el AM PM y Super Baterías, era su segundo hogar y que no se ve encerrada en una casa o en una oficina.
“A mí me gusta aquí. Todo el tiempo la gente me ayuda con café o pan cuando tengo hambre y aunque soy pobre tengo muchos amigos”, nos contó en su momento.
La Trafiquina aseguró que ella ni sabía que Italo salía en la televisión y que al igual que el resto de los conductores que pasan por ahí, les agradece cada colón y cada gesto de ayuda que le dan.
“Yo los regaño. Les digo: ‘No, con el teléfono no tiene que manejar’. Y me hacen caso. Todos son mis amigos y me conocen. También les digo: ‘A las seis de la tarde yo me voy, así que cierren ventanas’ y me hacen caso”, nos dijo con orgullo en el 2020.
Ella aseguraba que no había día en que no rezara por su amigo Ítalo y por todos los demás que siempre la ayudaban, porque sabía que al que es agradecido le va bien en la vida.
“Yo seguiré aquí hasta que Dios diga, a mí me gusta trabajar aquí”, decía feliz.