El asesinato de un conocido poeta, costumbrista y folclorista casi queda impune por la falta de pruebas científicas y el mal manejo policial de la escena, sin embargo, las declaraciones de los testigos permitieron amarrar el caso y que la justicia no se olvidara de don Augusto Matarrita Carazo, de 64 años.
Como era de esperarse, la defensa del acusado del caso trató de traerse la sentencia abajo y que la anularan por falta de pruebas e inconsistencias, pero los magistrados y los jueces consideraron que lo dicho por los testigos era suficientemente fuerte.
El 28 de abril del 2004 un hermano de don Augusto lo fue a buscar a la casa, en el barrio San Martín de Nicoya, en Guanacaste, a eso de las 7 a. m. para que le prestara un carretillo.
Al llegar se topó con un vecino que le comentó que su hermano parecía que no estaba y al llegar a la vivienda la puerta estaba sin seguro, el hermano llamó a don Augusto y como no le contestó, entró a buscarlo.
El poeta estaba en la cama con una herida en el lado derecho del pecho, estaba atado de pies y manos y además un pañuelo le tapaba la boca. El cuerpo tenía puestas dos almohadas, una a cada lado. En la casa no se veía gran desorden.
“Lo primero que se decía era que lo habían atacado cuando estaba dormido y que posiblemente estábamos ante un robo, pero al no existir desorden sería un familiar quien podría identificar si algo faltaba en la vivienda”, dijo uno de los policías que atendió el caso y a quien no podemos identificar porque en su cargo hace vigilancias para investigaciones.
Añadió: “por cómo se encontró el cuerpo era imposible que una sola persona lo atacara, era un señor conocido y querido entre sus vecinos y eso provocó más tensión, porque en la comunidad la gente quería que se capturara a los sospechosos y existía una sensación de miedo”.
La madrugada en que ocurrió el crimen los perros ladraron mucho, incluso un vecino del fallecido aseguró que a eso de las 2 a. m. observó la luz de afuera de la casa encendida, por lo que pensó que se había levantado para ver a qué le ladraban los animales.
Venta en tres horas
“En la casa recogieron evidencias y luego se supo que faltaban dos televisores y un radio, era una persona que no tenía problemas con nadie, se había pensionado poco antes de que lo asesinaran, él trabajó muchos años como operador de radio en el Ministerio de Obras Públicas y Transportes”, reveló el policía.
Tres horas luego del crimen ya las pertenencias del fallecido habían sido vendidas.
Los investigadores entrevistaron a varias personas y gracias a eso detuvieron a cinco hombres.
“Una de esas personas que eran sospechosas en ese momento era conocida de don Augusto, incluso se dice que en algún momento hasta la había compartido algo de comer, él era una persona que por su aporte a la cultura era un hombre muy participativo y cercano para todos”, recordó el oficial.
En el expediente del caso 04-000236-0069-PE se detalla cómo ocurrieron los hechos y cómo al final solo un hombre de apellido Segura pudo ser sentenciado a 30 años de cárcel, cinco por robo agravado y 25 por homicidio calificado. Esa pena se dictó el 28 de abril del 2005.
Sin embargo, pocos meses después la sentencia se vino abajo y cuatro de los sospechosos fueron absueltos porque no existía ninguna prueba contra ellos, solo contra Segura.
Incluso, el fiscal Cristian Fernández pidió 50 años de cárcel, pues para él la pena por robo agravado debía ser más alta, pues el imputado se aprovechó de la soledad del fallecido, su avanzada edad y la clandestinidad de la noche para entrar a la casa.
“El ofendido no encontró seguridad ni en su propia casa”, dice una de las apelaciones de la sentencia del fiscal.
Los jueces reprochan al imputado que le dio muerte a la víctima para robarle sus bienes, porque ya para ese momento estaba amordazado y atado de manos y pies.
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Sangre, pelos, huellas
“Las pruebas en el juicio eran bastante débiles y casi se creyó que los iban a dejar a todos libres, pero la congruencia entre los testigos fue lo que hizo justicia”, añadió el policía.
Los investigadores encontraron ropa con sangre, pero la sangre era del imputado, quien recientemente se había hecho un tatuaje, también encontraron cinco pelos en la escena del crimen, pero ninguno pertenecía a Segura.
Además, en la casa de don Augusto fueron encontradas huellas en el refrigerador, pero estas tampoco permitieron identificar a ninguna persona por las técnicas de aquel entonces. De haber sido en estos tiempos, quizá el caso hubiera dado algún giro.
Por si fuera poco, la sentencia fue apelada varias veces ya que la defensa reclamaba que los oficiales no hicieron un acta de decomiso, por ejemplo, cuando recuperaron lo robado.
“Esta irregularidad se suma a la deficiente investigación realizada en este caso por la policía judicial, que no sólo hizo un mal manejo de la escena, sin que se hayan al menos registrado fotográficamente los hallazgos y la evidencia encontrada, por ejemplo la huella de zapato encontrada sobre un colchón de otro dormitorio de la vivienda en la que se apreció desorden, así como la posición del ofendido, el guante de látex recogido de la cama y el resto de la escena”, reclaman los magistrados de la Sala Tercera en una de las apelaciones de la sentencia.
Pero todo cambió con el relato de los testigos y ni eso logró que la sentencia se anulara.
Una vecina de don Augusto, de apellido Segura, declaró en el debate que escuchó al hombre pedir ayuda y que su hijo escuchó una conversación entre varias personas.
“Él (su hijo) incluso llegó a pensar que la víctima estaba conversando con alguien; posterior a ello su madre logró observar a dos sujetos, uno de ellos en bicicleta cargando un bulto y el otro llevaba al hombro un televisor, lo que sugiere evidentemente la participación de al menos dos personas en el robo y el homicidio, uno de ellos era Segura (imputado)”, detalla la sentencia.
Otros dos testigos, una mujer de apellidos Cárdenas y un hombre de apellido Salas, también involucraron al hombre.
“Cárdenas señaló que el imputado llegó a su casa con los bienes sustraídos y se cambió de ropa en horas de la madrugada, próximas a la hora del homicidio”, menciona la sentencia.
La resolución añade: “que durante su testimonio Salas se dio cuenta no sólo de que fue Segura quien alrededor de las tres de la mañana del día siguiente al homicidio, le ofreció dos televisores y un equipo de sonido ‘de paquete’, bienes que recogió minutos después en la casa de Segura, sino que además narró cómo ya en horas de la mañana de ese mismo día, el imputado llegó a cobrarle el resto del dinero y le dijo que se había involucrado en ‘tamaño bronca’ de altas penas por esos objetos”.
El sentenciado le pidió al hombre 10 mil colones para dejarle los bienes y luego le pidió otro monto igual.
Salas, uno de los testigos, además fue sincero ante los jueces y contó que apenas él supo que los artículos estaban relacionados a una situación grave se deshizo de ellos por temor de verse involucrado.
Incluso en el juicio hubo un testigo que reconoció que él le había dado uno de los televisores que fueron robados a don Augusto como pago de unos trabajitos que él le hizo.
Ese tele tiraba una mancha amarilla cuando se encendía y por eso cuando la policía lo tuvo en sus manos, supo que era el mismo aparato.
Cárdenas, la otra testigo, en aquel momento estaba enamorada de Salas (el imputado) y contó durante el juicio que cuando lo capturaron, miembros de una banda a la que él pertenecía la vapulearon porque aseguraban que ella lo había cantado.
La testigo reconoció que Salas --el imputado-- nunca le dijo que había matado a don Augusto, pero dice que un sujeto que no recuerda, ni identifica, llegó la mañana del mismo día del crimen a decirles a ambos, pues estaban juntos: “se palmó el roco” y la reacción de Salas fue de total descontrol y autoreproche.
Ella supo que la víctima era don Augusto cuatro días después.
Ese reconocimiento directo de los testigos con Segura lo mantienen en prisión, así lo confirmó el Ministerio de Justicia.
Han pasado 20 años y la justicia no logró capturar a los demás sospechosos del crimen.
La última vez que se supo algo del caso de don Augusto fue el 8 de junio del 2007, cuando el cuerpo de Matarrita fue exhumado del cementerio de la Ciudad Colonial, los forenses tomaron una muestra de ADN de su fémur izquierdo luego de que una mujer reclamara que él era el padre de su hija de nueve años y reclamaba los derechos de la herencia.
Sin embargo, el resultado de la diligencia se desconoce, en la página del Tribunal Supremo de Elecciones no se registra ninguna hija reconocida posterior a la muerte.
“Era un señor que aportó mucho a la cultura y que es recordado entre las generaciones que somos más viejitos”, manifestó el oficial.