Sucesos

Rescatista de la Cruz Roja: “Íbamos por 22 personas y encontramos 23 cuerpos”

Tragedia cumple 30 años, ocurrió seis minutos después del despegue y ahora solo una placa y una cruz recuerdan lo ocurrido en esa montaña

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José Campos es rescatista y experto en montaña, tiene 34 años de estar en la Unidad de Montaña de la Cruz Roja y participó en la búsqueda y rescate del TI-SAB. Fotografía José Cordero (Jose Cordero)

José Campos recuerda el accidente como si hubiera ocurrido ayer, pero han pasado ya 30 años desde que el avión de Sansa TI-SAB se estrelló en el cerro Pico Blanco.

José y otros expertos en montañismo de la Cruz Roja tuvieron que caminar mucho y esforzarse hasta llegar al sitio donde cayó la nave, punto en el cual confirmaron que habían fallecido 23 personas, una más de las que se creía al inicio.

Este miércoles 15 de enero se cumplieron las tres décadas de la tragedia, uno de los accidentes aéreos que más víctimas ha dejado en el país.

El vuelo 032 iba para Palmar Sur y Coto 47 y había salido del aeropuerto Juan Santamaría a las 8:15 de la mañana, pero seis minutos después ya no se sabía su ubicación.

El aviocar TI-SAB de Sansa no solo jalaba pasajeros sino que también daba ayuda en inundaciones. Foto: La Nación 1990 (archivo LN)

José Campos es hoy el subcoordinador operativo de la Unidad de Montaña de la Cruz Roja, grupo fundado en 1985. Hoy la unidad sigue trabajando no solo en rescates sino también en devolverles la paz a muchas familias y, como parte de su misión, la próxima semana reclutarán voluntarios (ver nota aparte).

Aquel día de 1990 el aviocar cayó cerca del cerro Cedral y del río Negro, pero muchos recuerdan el hecho como “el accidente en Pico Blanco”.

En el avión iban nueve ticos, entre ellos cuatro tripulantes: el piloto Carlos Echeverría Rodríguez, el copiloto Diego Prieto Vargas, el sobrecargo Jorge Alfaro y el también piloto Fernando Campos (que supervisaba el vuelo).

Como pasajeros iban la microbióloga Ileana Ramírez, el agrónomo Sergio Umaña, el odontólogo Danilo Pacheco, Luis Francisco Murillo y la niña Adriana Umaña (2 añitos).

(Iba otra niña pequeña, hija de una estadounidense, pero eso se supo después).

Completaban el grupo 14 extranjeros entre canadienses, estadounidenses, panameños y un sueco.

Esta cruz y la placa fueron puestas por las familias de las víctimas tiempo después. Foto: José Campos.

Campos recuerda que lo llamaron para avisarle que la misma nave y los pilotos con quienes había viajado a Limón durante unas inundaciones uno o dos años antes estaban desaparecidos en Pico Blanco. De inmediato agarró su mochila y se dispuso, junto a otros socorristas, a caminar por la montaña hasta encontrarlos.

El aviocar quedó en partes tras el impacto. Foto: La Nación 1990

Larga caminata

Así cuenta José parte de lo vivido.

“Para estas fechas Pico Blanco siempre está nublando y estos vientos tan fuertes pudieron ser parte de las causas del accidente. Recuerdo que empezamos a subir, no había coordenadas y menos GPS (localizador por medio de satélites), ni siquiera celulares, con lo que contábamos era con una brújula y un mapa”, recuerda.

El rescatista y sus compañeros entraron a la zona por San Antonio de Escazú y, a pesar de todo, iban con la esperanza de encontrar a la gente con vida.

“Caminamos varias horas, pero un baquiano que subió por Palmichal (Acosta) estaba orinando en un sendero y el viento hizo que le llegara un fuerte olor a gasolina y eso lo hizo reaccionar. Al ir a buscar de qué se trataba encontró el avión y corrió a dar aviso", explica Campos.

Cuando llegaron al lugar donde había caído el avión ya era de noche y se dieron cuenta de que no se había incendiado, pero estaba completamente destruido.

Con ramas y cobijas armaron las camillas para sacarlos los cuerpos de la montaña. Foto: La Nación 1990

"A la derecha pegó contra un roble, giró y pegó contra la montaña, no había sobrevivientes. Íbamos por veintidós personas y encontramos veintitrés cuerpos (una estadounidense llevaba con ella una niña que no había sido tomada en cuenta). Eso nos complicó la historia, tuvimos que levantar todo el fuselaje para buscar, ¿quién nos garantizaba que otro de los pasajeros no había hecho lo mismo? Movimos todo porque teníamos temor de que hubiese más víctimas, pero no fue así”.

Con ayuda y mapa los socorristas buscaban el posible punto donde el avión cayó. Foto: La Nación 1990

José asegura que cuando lograron juntar todos los cuerpos era muy tarde, así que debían esperar que llegara ayuda para sacarlos. Entonces tomaron la decisión de acampar y retomar los trabajos al día siguiente.

“Más de cien personas participaron en el rescate, se esperó a que llegara el juez para poder sacar los cuerpos de la montaña en una sola caravana. Por el tipo de terreno no existía posibilidad de que un helicóptero aterrizara y nos ayudara”, detalla Campos.

El avión no se incendio porque las puntas de las alas pegaron primero. Foto: La Nación 1990

En el rescate de los cuerpos también participó Alexánder Solís, actual presidente de la Comisión Nacional de Emergencias y que entonces era voluntario de la Cruz Roja, institución a la que había ingresado a los 12 años.

“Yo estaba en la Unidad de Montaña, nos fuimos hasta Tarbaca, donde se había instalado un campamento; primero mandaron a los más experimentados para que entraran y entre esos no estaba yo, pero después de que los localizaron (los cuerpos) ya ingresé con otro grupo. Duramos como tres o cuatro horas para llegar el avión”, dijo Solís.

Una de las cosas que recuerda don Alex es que usaron cobijas de la CNE y ramas fuertes para improvisar camillas en las cuales llevar los cadáveres.

Campos debió recurrir a una motosierra para ir quitando árboles pequeños y abrir campo, una tarea intensa en una montaña tupida.

“Aquello parecía una procesión hacia abajo”, recuerda Campos.

Los familiares de los extranjeros estuvieron varias veces el sitio del accidente. Foto: La Nación 1990

Solís dice que rescatar los cuerpos de las niñas fue tan impactante que los embargó el silencio.

“Recuerdo que había curiosos y personas inescrupulosas, nosotros íbamos jalando los cuerpos y nos golpeaban con tal de llevarse el equipaje y cosas de valor”, añade Solís.

Decenas de carros de los cuerpos de socorro se encargaron de llevar los cuerpos hasta la morgue, que hace 30 años estaba cerca del San Juan de Dios.

Cinco horas

Para llegar desde San Antonio de Escazú al sitio donde cayó el avión se puede durar unas cinco horas.

En el lugar hay una cruz y una placa colocada por familias de las víctimas.

“La municipalidad (de Escazú) y vecinos limpiaron los restos que quedaban. Entre esos restos estuvieron muchos años la cola con la bandera de Costa Rica, sé que algunas familias a veces suben para hacer alguna oración por sus seres queridos”, dice Campos.

Grato recuerdo

Andrés Echeverría, sobrino del piloto Carlos Echeverría, cuenta que cuando ocurrió el accidente él tenía nueve años y ver la labor de los cuerpos de socorro lo motivó para ingresar después a la Cruz Roja.

Hasta el presidente de la época Óscar Arias participó en los funerales. Foto: La Nación 1990 (Nacion)

“Mi tío pasaba muy ocupado, pero siempre era el alma de las fiestas familiares, era el único tío hombre que tenía.

"Para mí fue el mejor tío que un sobrino puede tener, recuerdo que hasta nos llevó de paseo a (playa) Sámara en al avión, siempre fue una persona muy luchadora y trabajadora. Su sueño fue siempre ser piloto”, dijo Andrés.

Asegura que para su familia fue muy duro perder a Carlos, pero señala que el tiempo les ha permitiendo sanar las heridas y los recuerdos bonitos que les dejó han ido superando al dolor.

Silvia Coto

Silvia Coto

Periodista de sucesos y judiciales. Bachiller en Ciencias de la Comunicación Colectiva con énfasis en Periodismo. Labora en Grupo Nación desde el 2010.

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