Hubiera sido más difícil quitarle un confite a un chiquito a la salida de la escuela, que el vergonzoso robo del pasado sábado en la Academia Nacional de Policía, en La Roxana de Pococí.
En un momento quise comparar ese atraco como quitarle un racimo de bananos a un mono, pero también hubiera sido muchísimo más dificil enfrentar al animal que el ridículo vivido por nuestras autoridades.
Y es que ni sacar pecho pueden al decir que el arsenal fue rápidamente recuperado el domingo, en una casa cercana a la escuela policial, porque si no es por una llamada confidencial que cantó a los delincuentes, quién sabe dónde estarían esas armas o en qué golpe ya las habrían usado.
Y para terminarla de embarrar, el armamento de Seguridad Pública estaba en una oficina con acceso restringido. Así que, en teoría, no debería ser difícil dar con el o los gatos caseros que se apuntaron a la fechoría, la cual deja al descubierto la fragilidad con las que se manejan temas tan sensibles para la seguridad de los ticos, como lo es la obligación de custodiar materal bélico de alto poder.
El golpe dado por los hampones pone en entredicho, una vez más, los métodos de reclutamiento de los oficiales de la Fuerza Pública, y las condiciones en las que trabajan, porque si bien reconozco la cantidad de oficiales (mujeres y hombres) abnegados y honestos, siempre se logran colar potenciales delincuentes con uniforme que facilito caen ante las tentaciones de avispados mafiosos.
Don Michael Soto, Ministro de Seguridad, no puede dejar ningún portillo abierto en este caso y debe cerrar la investigación como Dios manda, porque definitivamente quedó muy mal parado.