Rosa Ángela Sancho y sus hijos Fernando y Karina Hernández aprendieron a ser fuertes gracias a la adversidad.
La fatalidad los golpeó cuando perdieron a dos seres queridos en un accidente acuático en el río Colorado, que está entre El Rosario de Naranjo y bajo Los Alfaro, en Grecia.
Quienes murieron fueron el esposo de Rosa –Carlos Hernández– y Steven, de 6 años, el otro hijo de la pareja.
Cuenta esta madre que después de la pérdida doble, durante el día ella se mostraba fuerte para darles ánimo a Fernando y a Karina, pero pasaba las noches llorando.
Carlos y Steven murieron el viernes 12 de julio de 1996, durante el último fin de semana de las vacaciones de medio año.
La familia no había salido a pasear en los días libres porque Carlos tenía un problema en un pie. Pero los hijos varones le rogaron para que los llevara a pescar, algo que siempre les encantó.
Al final lo convencieron y en la casa se quedaron Rosa y Karina, que era una bebé de dos años y medio.
Fernando, que tenía entonces 9 años, recuerda que además de él. Carlos y Steven iban dos señores muy cercanos a la familia.
Los cinco caminaron por media montaña en busca del río y debían ir abriendo campo porque la vegetación estaba alta y espesa.
De pronto empezó la pesadilla. Steven resbaló y rodó, por lo que Fernando trató de salvarlo, pero también cayó por la ladera, se golpeó y perdió el conocimiento.
Los hombres amigos de la familia le contarían después a Fernando que Steven cayó al agua y que él, Fernando, quedó sobre una piedra. Eso le salvó la vida.
Cuando no vio a sus hijos, Carlos se lanzó al agua con la intención de salvarlos.
Cuando recuperó el conocimiento, Fernando vio que arriba estaba el puente Rafael Yglesias. Él estaba tan abajo que las personas le parecían hormigas y recuerda que empezó a hacerles señas con unos baldes que tenía cerca.
En ese momento Fernando no podía mover las piernas y tenía muchos golpes en la cara.
Una vez conocida la desgracia empezó la búsqueda. El cuerpo de Carlos fue hallado el mismo día del accidente y tres días después encontraron el cadáver de Steven. Estaba un poco más abajo de la represa de La Garita.
Padre e hijo fueron sepultados el mismo día y juntos en el cementerio de Naranjo.
Antes del terrible accidente la familia vivía en el barrio San José de Alajuela, pero después se fue para Santa Eulalia de Atenas, donde la familia de Rosa.
Mujer guerrera
Rosa dice hoy que el tiempo que siguió a la muerte de Carlos y de Steven no fue para nada sencillo.
Veintitrés años después aún se le quiebra la voz cuando recuerda las pérdidas.
“Fueron momentos difíciles, me enojé mucho con Dios, muchas veces creí que no iba a salir adelante. Mis dos hijos fueron mi sostén y yo me decía ‘tengo que salir adelante por ellos’. Tenía que darles una vida diferente”.
Rosa estaba dedicada a ser ama de casa y había trabajado en algunas fábricas. Pero decidió que quería ser profesional, así que entró a la UNED y se graduó como maestra.
Claro, antes de obtener el título lidió con todo el dolor que fue perder al esposo y al hijito.
“En el día prefería tragarme todo para que nadie me viera sufrir, pero por las noches lloraba, ahogaba mi sufrimiento en el estudio. Además me gustaba coser y trabajé en una soda, todo esto hizo que ocupara mi tiempo, pero no calmó el dolor de mi corazón”.
Tiempos duros
Fernando recuerda que hubo momentos en los que solo tenían para comer arroz con huevo. A veces no había plata para comprar ropa o regalos, pero la mamá siempre estuvo al lado de sus dos hijos.
“Teníamos huevos porque mi abuela tenía gallinas y nos los regalaba, pero a pesar del dolor mi mamá siempre luchó y cuando cumplí trece años asumí el papel del hombre de la casa para ayudarle a ella para que saliéramos adelante”, dice Fernando.
“Mi mamá pasó noches sin dormir por los estudios que llevaba y la presión que sentía, pero logró graduarse de bachillerato de Educación”, recordó.
Ese fue un gran ejemplo para todos.
Ya con el título de maestra en la mano el esfuerzo fue doble. Rosa comenzó a trabajar y salía de Atenas a las 3 de la mañana y regresaba a las 7 de la noche. Hacía los viajes agarrando buses, con aventones o caminando.
“Cuando yo cursaba sexto de la escuela, mi mamá se iba para el trabajo. Entonces yo me levantaba a las cinco de la mañana, alistaba a mi hermana, le daba desayuno y la llevaba al kínder. Luego me devolvía y antes del mediodía regresaba para recogerla y dejarla donde una tía que la cuidaba”, recuerda Fernando.
Y cuando entró al colegio no fue muy diferente.
“Por lo general los adolescentes después de clases se van a mejenguear, pero en mi caso no lo podía hacer. A las cinco de la tarde me ponía a cocinar para que cuando mi mamá llegara ya hubiera arroz y algo hecho”, añade.
Con el esfuerzo propio y la ayuda de parientes lograron estabilizarse.
Tercer golpe que les llevó a la paz
Pero las pruebas para la familia no habían acabado.
Tuvieron que vivir el homicidio de un tío al que le decían Moncho, quien fue como una figura paterna debido a que siempre les tendió la mano.
Luego Fernando se casó en el 2007 y tuvo su primer hija –Alana–, que nació antes de tiempo y murió a los 11 meses de haber llegado al mundo.
“Hemos tenido momentos difíciles, de mucho dolor, pero uno debe aceptar que Dios está trabajando en nosotros. Los papás son fundamentales en la vida de uno, pero a mí nunca me faltó el consejo ni la mano amiga.
"Mi mamá siempre luchó y aunque uno quiere descarriarse, tuve una mujer que estuvo encima mío, exigiéndome para sacar los estudios y tratar de ser mejor”.
“Mi hermano y yo éramos muy unidos y pude comprender el dolor de una madre o de un padre cuando mi hija falleció, es una ausencia y un dolor inexplicables”, mencionó Fernando.
Doña Rosa cuenta que su nieta murió en sus brazos y fue en ese momento que pudo entregar el dolor por la ausencia de sus seres queridos.
Con el pasar del tiempo doña Rosa rehizo su vida, volvió a encontrar el amor y se casó hace 14 años.
Fernando sigue al lado de su esposa desde hace 12 años y tienen una niña de 7 años. La hija menor de doña Rosa, Karina, es madre de una niña.
La familia conserva como un tesoro fotos de las personas a las que han querido pero ya no están. Así las recuerdan con amor.