Una herencia preciosa es la que cosechó el mecánico Dagoberto Salas Sandí, quien era vecino de la urbanización Las Rosas, en San Juan de Santa Bárbara, en Heredia.
Le conocían como el Gordo y es recordado como un hombre que siempre ayudaba y confiaba en los demás.
A pesar de su buen corazón, fue víctima de la maldad y, lamentablemente, la justicia lo dejó en el olvido.
Este 16 de mayo se cumplió una década desde que el mecánico fue víctima de un grupo de delincuentes que lo atacó en su propia casa, el sitio que, en apariencia, era el más seguro para él y que le permitía trabajar en lo que amaba: arreglando motos y vendiendo repuestos.
Según trascendió, los antisociales se hicieron pasar por clientes, pero cuando Salas se dio cuenta de sus intenciones los enfrentó y mató a uno de los antisociales de varios disparos, pero los otros se salieron con la suya y acabaron con la vida del mecánico a punta de balazos.
Herencia invaluable
Los familiares y las personas que compartieron con el Gordo, jamás olvidarán su gran bondad y espíritu de lucha que lo caracterizaban.
De todas las muestras de cariño que don Dago pudo dar mientras vivió, a dos personas les dejó un legado invaluable, aunque, desafortunadamente, él nunca llegó a ver los frutos de sus buenas acciones; pero su familia sí y a sus miembros los llena de orgullo saber que es el resultado de las buenas acciones de Dagoberto.
Así lo manifestó su hermana, María Isabel Salas, quien lo veía como si fuera su hijo mayor.
“Era mi hermano menor y lo amaba como a mi hijo, lo críe porque mi mamá trabajaba y yo era la mayor, entonces para mí era como mi hijo mayor, de hecho, cuando me casé él siguió a mi lado siempre”, señaló la hermana.
Dagoberto solo tuvo un hijo y tan solo pudieron compartir doce años, ya que la delincuencia se encargó de separarlos.
Además, de su hijo, en el barrio hay otro muchacho que Dagoberto ayudó y quiso como si fuera su segundo hijo.
En ambos muchachos dejó sólidas bases que en la actualidad les permiten ser personas de bien, según detalla doña María Isabel, el tiempo que compartió con ellos fue suficiente para ser un buen ejemplo.
“Mi hermano era un papá soltero prácticamente, aunque siempre tuvo la ayuda de mi mamá y nosotros sus hermanos, su hijo por decisión propia quiso vivir con el papá”, recordó María Isabel.
Mucho orgullo
Su hermana recalcó que se siente orgullosa de Dagoberto y la formación que dejó, aunque lamentó que él haya podido compartir más con su familia y las personas que lo rodeaban.
“Hay un caso del que me siento muy orgullosa, hay un muchacho que no tenía papá y en cualquier momento se descarrilaba, pero mi hermano Dago comenzó a jalarlo a su lado y le decía: ‘venga, ayúdeme, límpieme esto para pagarle, él le enseñó a trabajar’.
“Ahora este muchacho me dice: ‘gracias al Gordo’. Él me lo dice porque se refiere a que su vida cambió para bien al estar cerca de mi hermano.
“Este muchacho tomaba (licor) y mi hermano Dagoberto nunca le pudo quitar ese vicio, pero cuando Dagoberto murió, este muchacho me dijo en el cementerio: ‘aquí se lo prometo, que no vuelvo a tomar’”, manifestó la hermana de don Dagoberto y cumplió.
La muerte de Dagoberto cambió todo y aunque fue doloroso, terminó de hacer cambios en la vida del muchacho que siempre vio como a su segundo hijo.
“Hasta el día de hoy este muchacho se casó y tiene una niñita, recuerdo que la primera moto que compró me la enseñó y me dijo: ‘véala, compré una moto igual a la del Gordo’, le dije que si Dagoberto hubiera visto esa moto se sentiría orgulloso, después compró un carro y mi hermano también se hubiera alegrado un montón.
“En la actualidad este muchacho es muy trabajador y la esposa me comenta: ‘esto se lo debo al Gordo, porque es tan trabajador y todo lo hace para nosotros’, mientras que él me dice: ‘para que el Gordo este orgulloso de mí, en dónde sea que esté'”, recuerda la hermana.
Esos testimonios son parte del legado imborrable que dejó este mecánico de Santa Bárbara de Heredia.
Ataque ocurrió en la casa
Era normal que personas llegaran a la vivienda de Dago, porque su hogar era el sitio en el que hacía sus negocios.
El domingo 16 de mayo del 2004, cerca de las 7:55 p.m., llegaron a buscarlo unos hombres en moto, que fingieron ser clientes, sin embargo, eran delincuentes que buscaban robarse las motos que él tenía en su taller. Los sujetos lo amenazaron, y Dago trató de defender lo que le pertenecía, pero el robo se volvió violento y los balazos retumbaron en la comunidad.
Luego los antisociales huyeron en moto y se llevaron pertenencias de la vivienda, ya que debido a lo sucedido no se pudieron llevar las motos.
Dagoberto recibió dos tiros en el pecho, aún con vida lo llevaron al hospital San Vicente de Paúl en Heredia, donde falleció poco después de haber ingresado.
En la casa de Dagoberto quedó un hombre muerto, se trataba de uno de los ladrones, de apellidos Aguilar Quirós, de 31 años, a quien sus compinches dejaron botado tras la balacera.
El cuerpo del delincuente fue encontrado en la cocina, a la par se ubicó un revólver de calibre 38, confirmó la Policía.
Los delincuentes dejaron a uno de los suyos tirado, pero no olvidaron llevarse parte de las pertenencias del Gordo.
Esa noche el hijo del mecánico no estaba en la casa, María Isabel afirma que quizás la tragedia hubiese sido peor para la familia, por lo que agradecen tener al hijo de Dago vivo, ya que a través de él ven a su ser querido.
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Justicia les quedó debiendo
Hubo dos hombres sospechosos por este homicidio, se trataba de dos sujetos de apellidos Jiménez y García, a quienes detuvieron mediante unos allanamientos realizados en Pavas, San José.
Estos tenían las pertenencias que faltaban en la casa de Dago, tal como cascos. Además, un vecino de la víctima los reconoció.
Ellos fueron llevados a juicio en julio del 2015 y en medio del dolor la familia solo pensaba en obtener un poco de justicia terrenal.
Sin embargo, se llenaron de dolor y frustración, cuando les dijeron que el debate lo anularon por falta de pericias por parte de los investigadores y la Fiscalía.
“Para nosotros fue tan desgastante estar ahí (en los Tribunales), día tras día y ver que no se llegaba a nada, le dije a mi hermano: nos vamos a volver locos para que nos digan esto, nos dijeron que pusiéramos de nuevo la demanda.
“Decidimos dejar todo en manos de Dios, porque no era de Él repetir todo este proceso tan duro, solo queríamos paz”.