Como un regalo de Navidad, el 22 de diciembre del 2010, la indígena Olivia Bejarano Bejarano volvió a respirar libertad después de estar encerrada dos años y once meses en la cárcel El Buen Pastor, en San Rafael Arriba de Desampa.
A esta mujer el Consejo de Gobierno le otorgó un indulto, es decir, el perdón, luego de haber sido condenada por asesinato. La decisión fue tomada por razones humanitarias.
El caso de Olivia fue muy polémico. A principios del 2008 esta indígena ngöbe fue condenada a trece años de cárcel tras enfrentar un juicio en español que nunca entendió bien porque solo habla fluidamente el dialecto de la etnia ngöbe (al sur del país), además, durante el proceso penal no contó con un traductor o intérprete.
El homicidio en que se involucró a Olivia ocurrió el 27 de enero del 2008, en Copey de Limoncito. Ese día ella; su esposo, Ceferino García Bejarano; su hermano Genaro Bejarano Bejarano y Rubén García Bejarano dieron muerte a golpes, con leños, a Joaquín Bejarano Bejarano, de 30 años, según la acusación de la Fiscalía.
En medio de la montaña
Ocho años después La Teja dio con ella para saber cómo está, cómo vive.
Asentada en una humilde casita de madera en Copey Arriba de Limoncito, de Coto Brus, contactamos a Olivia. Desde el pueblo más cercano a la reserva Guaymí hay que caminar dos horas para llegar. En ese lugar no hay plaza, ni pulpería. Dice doña Olivia que vive muy poquita gente y que no hay agua potable (solo de naciente) ni luz (pero la Caja les facilitó un panel solar).
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Ella efectivamente no entiende bien el español y le cuesta conjugar los verbos, pero nos respondió algunas preguntas.
Actualmente vive con su esposo Ceferino, quien cumplió su condena por el mismo crimen, y aparte de los dos hijos que tenían en aquel entonces (Argelio, de 17 años y Danilo de 14) ahora tienen una niña de 4 años, Johanna. También están cuidando a otra pequeñita de seis años que se la dio su hermano Simón porque no puede cuidarla, ya que la madre los abandonó.
Esto fue lo que nos dijo Olivia de aquella terrible situación vivida en el 2010.
"Me recuerdo pero muy poco, yo entiende casi no bien. El tiempo en la cárcel me salió duro a mí porque yo pensaba mucho por mis hijos, estaban pequeñitos, de seis o nueve años. Yo estaba sufriendo mucho, pero gracias a Dios me mandaron pa' la casa y yo estoy bien ahorita mismo y ellos también”, indicó la mujer.
Sobre lo ocurrido con la muerte de su primo Joaquín, Olivia no entra en detalles.
Según una publicación de La Nación de noviembre del 2011, la víctima era una especie de “krokodiangas” (curandero en lengua guaymí o gnöbe).
Según esa publicación, algunos en la reserva de Copey lo acusaban de “poseer” a cinco familias con sus brebajes de cacao.
La Fiscalía atribuyó a los imputados en la acusación matar a Joaquín Bejarano “arguyendo que él hacía brujería” y que antes de darle muerte “le colocaron una especie de libro en la cara y lo increparon”.
De Olivia Bejarano, la Fiscalía dijo: “agitaba más la situación de violencia y agresión hacia el ofendido, manifestándoles (a los hermanos García) que le dieran muerte al agraviado porque había cometido pecado”.
En un proceso abreviado (los imputados aceptaron la pena) a los acusados se les impuso 13 años y cuatro meses de cárcel, excepto a Rubén García, a quien dieron ocho años de prisión.
El último perdón
Hoy, 10 años después, Olivia cuenta que finalmente recibió el perdón en su familia.
Agregó que ahora se lleva bien con su tía María Antonieta Bejarano (madre de Joaquín) y ya se hablan. Esta semana precisamente doña María llegó a visitarlos y se ayudan dándose arroz o café.
“Ella no dijo nada de ese coso, y como nosotros no hablamos así de pidir (sic) perdón, pero ya está haciendo amigo conmigo otra vez, y habla conmigo todo tranquilo. Ella dijo a otra persona que cree en Dios y debe perdonar”, comentó Olivia.
Fue muy poco lo que la indígena contó de esa trágica noche.
"Nosotros no sabía nada de esa cosa y mi esposo dijo que no tenía mente, no se recordaba. Nosotros no tenía problemas con él, ellos estaban tomando, por eso, ellos hizo esas cosas y pelear.
"Yo no sentía bien, como que no podía respirar bien y se iba mente a mí. Mi primo era muy tranquilo, él llegaba donde nosotros y recibía bien, amigos, saludar, trata bien, pero de repente pasa eso”, comentó la mujer, quien en una publicación anterior de La Nación reconoció que su primo les daba una bebida de cacao muy fuerte “que los volvía locos”.
Pero antes de este perdón de su tía, Olivia recibió otro de parte del Consejo de Gobierno ocho años antes, cuando le otorgaron el indulto y su caso hizo que la Corte sometiera a revisión 73 expedientes en los que figuran como imputados indígenas.
Así lo ordenó la Subcomisión de Pueblos Indígenas del Poder Judicial, que recomendó verificar, en cada caso, si se utilizó un intérprete y si se hizo el estudio cultural. La defensa argumentaba que no contar con un intérprete es una violación a los derechos fundamentales y una limitación al acceso de la justicia para una “persona en situación de vulnerabilidad por ser mujer, indígena, pobre y perteneciente a una minoría y privada de libertad”.
Fue el 22 de diciembre del 2010 cuando Olivia salió de prisión, en la víspera de la Navidad.
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Al salir del “Buenpa” llevaba en sus manos un pequeño banco decorado con la imagen del osito “Winnie the Pooh” en pintura mate. Esa fue la última artesanía que hizo en prisión. Ella en aquel momento no sonrió ni respondió las preguntas de los periodistas.
Ocho años después, Olivia se mostró con La Teja más tranquila y abierta, hasta se rió en algunas ocasiones porque “periodista no entendía bien lo que decía”.
Aunque reconoció que la situación económica es dura, "a veces solo se puede comer bananito”, nos dijo.
Ella hace arreglos de ropa para ganarse alguito y a sus 40 años acaba de pasar por una operación de piedras en la vesícula. No obstante, está feliz de que sus hijos fueron al colegio y ya les queda poco para graduarse, aunque ha pulseado ayuda en el IMAS para que les den becas y botas de hule, asegura que no se las han brindado. Ambos jóvenes andaban esta semana en San José cosechando café para colaborar con los ingresos familiares.
Cárcel fue para bien
Por su parte, su esposo, Ceferino, sí aprovechó bastante su estancia de 3,5 años en la cárcel de Pérez Zeledón (pues el resto de la pena la asumió en libertad condicional). Encerrado sacó el sexto grado y ahora está a punto de sacar el quinto año en un colegio nocturno.
Gracias a estos estudios Ceferino ahora se desempeña como facilitador judicial (arregla ciertos conflictos vecinales), y en la Caja Costarricense del Seguro Social colabora con trámites de pensiones en su reserva, para lo cual ha llevado varios cursos. También tiene cinco años de ser el presidente de la junta administrativa de la escuela de Copey Abajo, llamada Jonkruhora.
En prisión también aprendió a hacer artesanías y ahora vende hamacas.
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“Estoy muy contento con mi familia y con Olivia, tenemos un hogar de bastantes años. Agradezco todo lo que aprendí en la cárcel y acá la gente me toma más en cuenta en la comunidad.
“Me arrepiento de lo que hice, pero también, si no hubiera ido a la cárcel no sé si en este momento estuviera peor. Antes de ese homicidio yo estaba en malos pasos, andaba con malos amigos. Ahora no tengo amigos y me siento más libre. Gracias a Dios conocí un poco, vi cómo es la situación en la cárcel, cambié y ahora la gente en la comunidad está tranquila con nosotros”, indicó Ceferino, quien nos envió fotos de los cursos en los que participa, las cuales muestran que es una persona útil y activa en su reserva indígena.