Un desgarrador recuerdo por un accidente en el que murieron 23 personas llevó al experto en montañismo José Campos, 35 años después, al mismo sitio donde se produjo la mayor tragedia aérea en el país.
Esta vez, la misión no tenía la misma prisa, como aquel 15 de enero de 1990, cuyo reporte indicaba que un avión de Sansa, matrícula TI-SAB, había caído en las montañas de Escazú.
El vuelo 032 iba para Palmar Sur y Coto 47, y había salido del aeropuerto Juan Santamaría a las 8:15 de la mañana, pero seis minutos después ya no se sabía su ubicación.
El pasado 15 de enero, José y uno de sus amigos, quien es un excelente caminante, y a quien por su trabajo no podemos identificar, decidieron ir a Pico Blanco, donde el aviocar cayó cerca del cerro Cedral y del río Negro, aunque muchos recuerdan el hecho como “el accidente de Pico Blanco”.
”Este año se cumplieron 35 años y yo quise ir porque uno no sabe si después va a poder, si va a tener las condiciones físicas, y hasta si va a estar. Me encantaría estar cuando se cumplan 40 años, pero esta vez todo se dio para ir. Ese amigo me dijo que si quería ir, y yo no tenía que trabajar, por lo que nos fuimos”, relató Campos.
Campos, quien es experto en rescates de accidentes aéreos y montañismo, y además trabajó en Cruz Roja por muchos años, emprendió el viaje a las 4 de la mañana que salió de Belén, Heredia.
Una hora después ya estaba con su amigo y se fueron directo a San Antonio de Escazú.
”Lo que sí fue igual que hace 35 años fue el mal clima, llovió desde que llegamos hasta que salimos, igual que cuando se dio el accidente. Era un barreal que llegaba hasta la rodilla”, contó Campos.
Reciente tragedia
José cuenta que este 15 de enero amaneció muy tarde en la montaña, como a las 6 de la mañana, y vacila asegurando que dejó de llover cuándo ellos salieron.
La travesía completa de este par de caminantes fue de siete horas. De donde dejaron el carro y luego de trolear por hora y 50 minutos, se toparon con los restos de la avioneta Cessna 206, matrícula TI-GER, ocurrido el pasado 25 de noviembre en Pico Blanco.
En el accidente fallecieron Gabriela Calleja Montealegre, de 64 años; Jean Franco Segura Prendas, de 28, y Enrique Arturo Castillo Incera, de 56.
Además, el piloto Mario Molina, de 40 años, y Ruth Pamela Mora Chavarría, de 26 años.
La única sobreviviente es Paola Amador Segura, de 31 años, quien fue dada de alta el pasado 31 de diciembre del Hospital del Trauma del INS.
”Llegamos hasta el lugar de impacto de la avioneta; lo que hay prácticamente, son aluminios, restos de chatarra, que ya están listo para ser recogidos; posiblemente, no los han extraído por las condiciones del clima, pues es complicado para el helicóptero. Prácticamente, lo que se ve son las alas y la cola”, dijo Campos.
”Esa mujer (Paola Amador), la sobreviviente, tuvo mucha suerte, es casi imposible pensar en sobrevivientes al ver el sitio. Salvarse de algo así es casi cómo ganarse la lotería, a ella también la salvó que los baqueanos no quisieron acampar y no dejaron de buscarla”, dijo.
José y su amigo siguieron caminando hasta llegar a su objetivo, a una hora y 20 minutos de donde cayó el TI-GER, en noviembre anterior.
”Nos quedamos apenas unos minutos, hay cintas amarillas para que la gente no se acerque. Muy cerca hay un sendero y seguimos caminando por una hora y 20 hasta el accidente de Sansa de 1990″, dijo.
José Campos asegura que el rescate de las víctimas de Pico Blanco, hace 35 años, lo marcó para siempre como rescatista.
Cuando él llega a ese sitio, los recuerdos de su mente se transportan a lo vivido ese 15 de enero, como si las imágenes que vio volvieran a pasar intactas por su mente.
José y su amigo sacaron el termo con café y pan, se sentaron un rato y él le contó lo que había ocurrido en ese sitio.
Campos recuerda que, en 1990, cuando le avisaron del accidente, le informaron que los pilotos y la avioneta eran conocidos suyos, pues había viajado con ellos a unas inundaciones en Limón. En ese momento agarró el mapa y la brújula, porque en aquella época jamás pensar en un GPS.
Él y otros socorristas entraron a buscar por Escazú, igual a cómo lo hicieron en noviembre pasado los socorristas; sin embargo, hace 35 años un baqueano fue quien encontró la aeronave cuando se detuvo a orinar y le llegó un fuerte olor a gasolina, por lo que empezó a buscar y dio con el avión y la trágica escena.
“Cuando llegamos todos estaban fallecidos, nos dio la medianoche verificando. No podíamos sacar los cuerpos a esa hora, entonces nos tocó dormir ahí en la montaña. Ahora que fuimos me acordé como desde un roble, el capitán Luis Boza Cordero, quien era el jefe de la patrulla, nos dio la orden de tirar unos plásticos negros, apuñarnos y enrollarnos para no morir de frío”, dijo.
“Uno aún cierra los ojos y siente el frío; esa noche no comimos nada, no llevábamos, hasta el día siguiente que entraron las demás patrullas con alimentos”, añadió el experto.
Los pasajeros del avión eran el piloto Carlos Echeverría Rodríguez, el copiloto Diego Prieto Vargas, el sobrecargo Jorge Alfaro y el también piloto Fernando Campos, la microbióloga Ileana Ramírez, el agrónomo Sergio Umaña, el odontólogo Danilo Pacheco, Luis Francisco Murillo y la niña Adriana Umaña, de dos años, y además 14 extranjeros.
“Íbamos por 22 personas y encontramos 23, una hija de una estadounidense que no fue reportada”, mencionó.
En aquel entonces no existía ninguna posibilidad de sacar los cuerpos en helicóptero, por lo que los valientes socorristas tuvieron que bajarlos de uno en uno.
Campos recordó que el ala derecha del avión pegó contra un roble, giró y se estrelló contra la montaña. Eso causó que los rescatistas debieran levantar el fuselaje para dar con los cuerpos.
José afirma que ahorita lo único que hay en ese sitio, como recuerdo de aquella tragedia, es una cruz.
“Hay una cruz colocada por los familiares; creo que es una segunda versión, porque siempre le han dado mantenimiento. Esa cruz la han respetado mucho, es un lugar sagrado donde murieron 23 personas. No sé si algún familiar aún viene, pero es muy probable”, dijo Campos.
Este 15 de enero el rescatista le dio, nuevamente, las gracias a su amigo por acompañarlo, pues con las lluvias de estos días de enero cualquiera hubiera preferido no levantarse. Más adelante, recordó que Andrés Echeverría un sobrino del piloto Carlos Echeverría se hizo paramédico por la labor humanitaria que hicieron los rescatistas por su tío. Cuando el accidente ocurrió Andrés era un niño de apenas 9 añitos.
Niñas en su mente
Le preguntamos a don José si existe algo emocional que lo lleve hasta ese sitio. Su respuesta fue que sí.
“Me engancha mucho recordar el ver los cuerpos de las dos niñas que fallecieron en el accidente. Un año después yo ya tenía una niña, y esa escena tan dolorosa me recuerda que luego crie una hija, que cumple 34 este año″, dijo Campos.
Después de tantos años, este hombre, conocido por ser el buscador del avión argentino TC-48, que desapareció con 69 cadetes, en 1965, asegura que les queda la satisfacción de saber que los entrenaron muy bien.
“En esa oportunidad hicimos lo que teníamos que hacer”, dijo el consultor y entrenador en búsqueda y rescate.