Alejarse de la violencia que se vivía en Nicaragua se volvió una pesadilla para una familia que fue víctima de una de las masacres más dolorosas que han sacudido el país.
Humberto Rodríguez era agente del Organismo de Investigación Judicial (OIJ). Él asegura que fue una de las escenas más dolorosas que le ha tocado vivir en su función como investigador.
La paz de la comunidad del Concho de Pocosol fue arrebatada el 8 de mayo de 1991. Ese lugar se ubica apenas a 15 kilómetros al sur de la frontera con Nicaragua.
El nicaragüense Adrián López Cisneros, de 30 años, vivía en una humilde casa con su esposa, María Hernández Condega, de 39 años, y su suegra Clementina Condega Navas, de 60 años.
Adrián y María tenían cuatro hijos, Giselle de 6 años, Alfredo de 4 años y Adrián de 7 meses. La mujer tenía otras hijas más grandes, pero no vivían en la casa. Una de esas hijas tenía una pequeña que estaba al cuidado de doña María, se llamaba Cindy, de año y siete meses.
Don Humberto asegura que la familia de nicaragüenses conocía a los dos hombres que habían atacado a Vicente Salmerón Rojas y a Guillermo Aguilera Miranda.
Aguilera había sido compañero de don Adrián en la guerrilla.
Sara Hernández era muy pequeña cuando ocurrió la desgracia, pero conocía a don Adrián y doña María.
“Él tenía tres años más o menos de vivir en la finca cuando se dio el asesinato, ellos cuidaban esa tierra y trabajaban ahí. Él contaba que en Nicaragua había estallado la violencia al máximo, y que él no quería eso para su familia. Por eso se vinieron a Costa Rica, no solo en busca de una vida mejor, sino para poder trabajar”, dijo la allegada.
Muy peligroso
Al parecer, don Adrián sabía que Aguilera y Salmerón eran peligrosos y, por miedo, en algún momento les tuvo que dar hasta posada. Él no sabía cómo decirles que no, por temor de que les hicieran algo. Si la Policía llegaba, más bien tenía que decir que ellos no estaban ahí y mentir si los había visto.
Incluso, los sospechosos les tapaban la boca a los chiquitos para que no dijeran nada.
Aguilera era sospechoso de varios delitos; entre ellos, se le ligaba con el secuestro de Adrián Cordero, el 15 de diciembre de 1990 en La Ceiba de Pocosol, por lo que había jurado venganza para quien lo delatara con la Policía.
El sospechoso había visto un recorte de periódico que doña María tenía en la sala, en el cual se veía que él era buscado por la Policía y esa situación lo había enfurecido.
El 6 de mayo, Aguilera y Salmerón llegaron a buscar a don Adrián a su casa, pero no lo encontraron. Anduvieron por la propiedad y lo encontraron trabajando. Desde ese momento nadie supo más de él.
Dos días después, los exguerrilleros llegaron a la casa de don Adrián y obligaron a María y a Clemencia a salir de la casa y caminar a una zona montañosa, a unos 500 metros de la casa.
Las mujeres fueron amarradas a un palo de tamarindo, así pasaron varias horas hasta que doña María se logró soltar y pedir ayuda a la Guardia Rural.
A doña Clemencia no le hicieron nada.
Los oficiales llegaron rápido y se escucharon varios balazos, pero los sospechosos huyeron.
Cuando volvieron a la casa, los niños no estaban, los hallaron cerca, pero la escena era desgarradora, todos habían sido asesinados, Giselle fue golpeada y asfixiada.
Adrián fue ahogado en un lodazal, mientras que Alfredo y Cindy recibieron golpes en sus cabezas.
Cuando los policías llegaron, no podían creer la magnitud de la escena que estaban viendo.
“Nos llamaron a la oficina del OIJ para avisar que había una escena con varios niños fallecidos. Ya solo la información es difícil de asimilar. Yo fui uno de los primeros en llegar, fue muy impactante, uno jamás espera ver algo así. En ese momento, yo ya era papá; mi hijo tenía dos años, como uno de los niños, y la verdad, me dio mucho sentimiento ver a aquellas criaturas indefensas lo que había sufrido”, dijo Humberto.
El 10 de mayo, los pequeños fueron sepultados en el cementerio Valle Dorado en Ciudad Quesada, pero para ese momento no habían encontrado a don Adrián.
“A don Adrián lo anduvieron buscando porque la gente tenía temor de que le hubiera pasado algo, pues él nunca se ausentaba de su familia y el miedo era que le hubieran hecho algo”, dijo Sara.
Ese temor se confirmó un día después, el 11 de mayo, cuando el cuerpo de don Adrián apareció, a las 10:10 de la noche, en la finca ganadera Los millonarios, que se ubica a un kilómetro y medio de su casa.
El cuerpo estaba semienterrado en una quebrada; se cree que primero lo golpearon y luego le provocaron múltiples heridas de cuchillo.
La policía estaba concentrada en encontrar al sospechoso, que trataba de llegar a su país natal. Una niña de 11 años, con la que se topó en el camino, fue quien le prestó un bote para que pudiera cruzar. Esa pequeña fue quien dio la alerta de que el hombre estaba cerca de las autoridades.
“Nosotros estábamos a cargo de la investigación y anduvimos detrás de capturar a los sospechosos, pero las autoridades nicaragüenses detuvieron primero a Aguilera”, dijo el investigador.
El hombre fue capturado por un comando del ejército sandinista el 18 de mayo de 1991, y lo llevaron a la guarnición del ejército en El Castillo.
Según data en los periódicos de esa época, como La Nación, el hombre pedía que lo fusilaran porque, según él, eso pasaría cuando las autoridades ticas lo agarraran.
“Los nicaragüenses andaban detrás de Aguilera porque había matado a varios familiares de uno de los coroneles del ejército. Yo me fui a Nicaragua a traerlo, pero no se podía extraditar porque ningún nicaragüense puede ser extraditado. Tratamos de hacerlo por la vía de amistad entre ambos países, pero no lo querían entregar. Me dijeron que ellos hacían justicia”, dijo don Humberto, quien es abogado penalista y profesor universitario en la actualidad.
A Aguilera le amarraron una cadena pesadísima para que no pudiera escaparse; mientras estuvo detenido contó al teniente Marvin Mairena que él y Salmerón estuvieron involucrados en el secuestro de Adrián Cordero, y que ambos pelearon y se dieron a los golpes cuando se despertaron y vieron que el secuestrado había logrado escapar cuando ellos se quedaron dormidos. Eso impidió que cobraran un millonario rescate.
Violentas muertes
Las autoridades nicas y ticas decidieron hacer el trasladado del prisionero y que ambos fueran testigos.
“Ellos (los nicas) se llevaron a Aguilera y luego apareció con cuatro balazos en el pecho. Lo que dijeron fue que él había intentado fugarse y tuvieron que dispararle”.
Don Humberto contó que él, incluso, viajó a Nicaragua a la autopsia del sospechoso para confirmar que se trataba de él.
Las autoridades siguieron buscando a Salmerón, pero hasta un año después hubo noticias de él y fueron en Nicaragua.
“Salmerón, según supimos, estaba involucrado en una banda en Nicaragua que andaba delinquiendo y fue asesinado”, dijo Humberto.
Al parecer, según las investigaciones de ese país, Salmerón y sus cómplices cometieron un asalto y él quiso quedarse con la mayor parte del botín, por lo que en la noche los mismos miembros de su grupo lo asesinaron.
“Esa familia se fue de aquí, era demasiado para ellos tener que vivir en ese sitio después de lo que habían vivido; de hecho, la casa es un recuerdo de lo que pasó para quienes aún viven allá”, dijo Sara, quien ahora vive en Pital de San Carlos.
Don Humberto asegura que como profesor ha contado la desgracia varias veces, y siempre lo conmueve lo que la familia sufrió, pero también asegura que algunas personas a lo largo del año le han pedido que les hable del caso.
“En algún momento vi a una familiar de ellos y hace como un mes pasé por la casa, ahí se mantiene igual”, dijo el investigador, quien también fue fiscal.
Don Humberto guarda recortes del crimen y lo recuerda como uno de mucha maldad; él asegura que ahora la gente se asombra de que pasan muchas cosas, pero dice que antes era igual, solo que hoy en día hay mucho más acceso a la información.
El OIJ consigna este hecho como uno de los crímenes más violentos en Costa Rica.