A través de una ventana fue como Héctor Luis Bonilla Bonilla, de 54 años, fue visto por última vez con vida por su hija mayor Anne Marie Bonilla.
Esta misma ventana se convirtió en el escudo para ella, quien se asomó al escuchar unos balazos y vio como unos delincuentes le causaban el daño más grande que ha sufrido su familia.
Los desalmados le dispararon en, al menos, siete ocasiones a don Héctor y, de esta manera, le robaron un carro y un bolso en el que llevaba dinero.
La víctima se dedicaba a cambiar plata en Peñas Blancas, Guanacaste, frontera con Nicaragua; manejaba colones, dólares y hasta córdobas.
Diecinueve años han pasado de ese triste hecho y por más que el tiempo pase esa terrible imagen no se borrará de la memoria de Anne, quien en ese momento se convirtió en una de las testigos principales de este cruel asesinato.
“Fui testigo porque yo los vi, mi apartamento queda a la par de donde a él lo mataron, yo escuché los disparos y salí, los vi porque se fueron en el carro de mi papá.
“Era el último día de la cuarentena de mi segundo hijo, cuando escuché los estruendos no sabía que era lo que estaba pasando; en ese momento, recordé que a mi papá lo habían intentado matar antes, lo asocié y me hice tirada de la cama, pero Dios todo lo hace y yo no encontré la llave para abrir la puerta, cuando logré abrir ya ellos (los pistoleros) se estaban yendo; tal vez, si hubiese abierto antes me hubiesen matado a mí también”, recordó la hija.
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Este ataque sucedió cerca de las 5 a.m. del miércoles 27 de abril del 2005, en La Cruz, Guanacaste.
Debido a los impactos, Héctor fue declarado sin vida. Mientras los desalmados escaparon rumbo a Nicaragua, en la huída dejaron el carro abandonado en la comunidad de Sonzapote y cruzaron la línea limítrofe; sin embargo, la Policía nicaragüense logró detenerlos en la zona conocida como Cárdenas. De inmediato, los entregaron a las autoridades ticas.
A los despiadados les decomisaron una escopeta calibre 16 y gran cantidad de dólares y córdobas.
Diecinueve años han pasado de la ausencia física de don Héctor, pero su familia mantiene recuerdos intactos de todo el esfuerzo que realizó este padre para sacar a su familia adelante.
Las fotos y hasta una mudada permanecen en la casa que él mismo construyó con gran esfuerzo para sus seres amados.
Papá dejó buenas herramientas antes de ser asesinado
Anne cuenta que uno de los sueños de su papá era ver a sus tres hijos profesionales, esa ilusión lo motivaba para ir trabajar.
Además, apoyó a su esposa para que ella también continuara con la universidad y se convirtiera en docente.
“Mi papá era un ser superespecial, muy cariñoso, él amaba sobre todas las cosas a su familia, a su esposa, a sus hijos, a su mamá.
“Mi abuelita decayó en su salud con la muerte de mi papá, y luego falleció. Mi papá era el menor de sus hijos; siempre se iba a las cinco de la mañana y regresaba como a las seis o siete de la noche, se bañaba, comía y se iba a ver a mi abuelita todos los días, eso lo hizo siempre y a ella le afectó el no verlo, por lo que sufrió mucho”, recordó la hija.
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Don Héctor también era una persona que creía en Dios y amaba al prójimo; los jueves acostumbraba a ir a la Hora Santa y los domingos asistía a misa.
“Él trató de inculcarnos la necesidad de estar cerca de Dios”, afirma.
Señala que antes de ese ataque lo habían intentado matar y, quizás por eso, don Héctor buscaba estar cerca del camino bueno.
“En los últimos seis meses antes de morir, no sé si es que él presentía algo, ya que lo habían intentado matar antes y él estuvo acercándose más a Dios”, detalló Anne.
A don Héctor lo sepultaron en el cementerio de La Cruz de Guanacaste.
“Vamos algunos fines de semana, para el día de los difuntos; a veces, uno siente la necesidad de ir y sentarse para estar cerca de la tumba de nuestro papá”, expresó.
Cuando sucedió el fatal ataque Anne ya se había graduado como administradora de empresas y su mamá también ya contaba con el título de maestra. Gracias a estos estudios ellas siguieron sacando adelante a la familia, lo cual ayudó a que la hermana que le sigue se convirtiera en psicóloga y el hermano menor en ingeniero eléctrico.
“Fue muy duro todo lo que pasamos, sufrimos, pero gracias a Dios, ya todos estamos en paz, nos esforzamos por cumplir el sueño de nuestro papá de ver que nos convertimos en profesionales y cada uno ha salido adelante; eso era lo que quería de su familia.
“Él fue quien nos sacó adelante, fue él quien nos dio estudios, nos dio todo”, manifestó la hija.
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Recuerdos de papá asesinado dejaron marcas
Entre todo lo bueno que realizó don Héctor no solo fue velar por su familia, sino también por los más necesitados.
“Me acuerdo que él se iba con mi mamá y compraban diarios para regalarlos a las personas que él sabía que necesitaban.
“Tenemos tantos recuerdos bonitos; mi hijo mayor tenía seis años cuando él murió, y como mi papá lo veía como un hijo, él también sufrió mucho esta pérdida”, dijo su hija.
Después de la balacera, Anne también sufrió el trauma de seguir escuchando balazos.
“Con los juegos de pólvora me daba mucho miedo, llamaba mi mamá y le preguntaba qué era lo que sonaba, y ella me tenía que tranquilizar”, señaló.
Lo más importante para este hogar es que no guardan rencores, pues consideran que este padre de familia se ganó el cielo con todo lo que hizo en vida.
“Héctor era un hombre excepcional, muy dado a los demás, el que tocó a su puerta sabe que nunca se fue sin recibir ayuda, él era así, con una fe en Dios increíble; por eso tengo la convicción de que Él lo tiene en un buen lugar”, así lo manifestó su esposa, Elsie Morales.
Los jueces Rodrigo Campos Esquivel, Sergio Quesada Carranza y José Salazar Navas, del Tribunal Penal de Liberia, Guanacaste, condenaron a dos hermanos costarricenses de apellidos Peña Pomares, y a otros dos hombres guatemaltecos, de apellidos Gabriel Sanabria y Aguirre Marroquín, a 35 años de cárcel cada uno.
La condena era de 25 años por homicidio calificado y 10 años por el de robo agravado.
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Durante el debate, el fiscal Ricardo Quirós indicó que uno de los hermanos Peña fue el autor intelectual del asesinato.
Junto con su hermano definieron cuál sería la ruta de escape y contrataron a dos extranjeros, al taxista de apellido Sanabria y al expolicía nicaragüense Aguirre. Estos dos últimos llegaron a Costa Rica el 19 de abril del 2005 y se hospedaron en el hotel Bella Vista, en La Cruz, hasta el día del asesinato.
Aún así, la memoria de don Héctor tuvo justicia aunque de forma parcial, porque a pesar de que los responsables fueron condenados, ninguno cumplió con el tiempo de sentencia establecido por el tribunal.
Incluso, trascendió que ninguna de estas cuatro personas está en la cárcel, pese a los recursos que se interpusieron; sin embargo, la familia de don Héctor no pierde la paz y asegura que no le dieron seguimiento al caso y solo se refugiaron en su unión familiar y confianza en Dios, tal como les enseñó su papá.