La declaración más importante en el juicio contra Delvis José Sevilla Bonilla, sospechoso de matar a una familia, de cuatro intregantes en Santa María de Dota en el 2015, fue la de su expareja, a quién él le habría contado todo lo ocurrido.
El testimonio de la mujer, Hannia Muñoz, era clave para el Ministerio Público.
La mujer habló de manera privada (sin público en la sala) y por medio de videoconferencia debido al miedo que le tiene al acusado. Muñoz solicitó que durante su declaración el hombre no estuviera frente a la pantalla porque no quería verlo.
Sin embargo, el hombre tenía derecho a escuchar la declaración, así que lo colocaron en otro lugar de la sala.
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Muñoz fue víctima de violencia doméstica cuando vivía con Sevilla Bonilla y recibía constantes amenazas del hombre, quien le decía que si contaba algo de lo que sabía (en relación con el crimen de la familia) se las iba a pagar.
El próximo lunes darán inició las conclusiones por este doloroso caso.
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Durante este viernes, el tribunal también explicó como el sospechoso se comunicaba por medio de mensajes de texto con otras personas de la zona de Dota cuando empezaron a publicar la foto de él en los medios de comunicación porque las autoridades lo buscaban.
Solo que en esa parte del país lo conocían como Jairo Díaz Aragón (nombre de un miembro de la familia que lo adoptó en Nicaragua y que había fallecido), identidad que usó para entrar al país.
Buscando escondite
En los registros telefónicos con que cuentan las autoridades hay una conversación entre un hombre identificado como Silvio y Jairo (el acusado). Este último le cuenta a Silvio que está saliendo en las noticias y que va para el lugar donde él (Silvio) se encuentra (en apariencia para esconderse). Silvio le pregunta si él es de la foto y Jairo lo confirma, pero que sale con otro nombre.
En esos mensajes se menciona que la familia de Hannia también vio las fotos y que quiere que se vaya con ellos porque estaban de “necios”. Silvio le aconseja que mejor se vaya a dormir al monte.
Otro detalle revelado durante la audiencia fue que, según la prueba documental, las víctimas tenían entre 20 y 36 horas de fallecidas antes de que se realizara el levantamiento de los cuerpos.
Las personas asesinadas fueron Ramón Suárez Espinoza, de 50 años; su esposa María Haydée Miranda, de 32, y los hijos de ambos, Abraham (11 años) y Elena María Suárez (9).
En la sala de juicio estuvo Raquel García, una de las hermanas de crianza del acusado, pero no quiso referirse al caso. Sí aseguró estar en contra del sospechoso y dijo que no podía explicar qué siente al ver al hombre que también asesinó a su madre y a una sobrina en Chinandega, Nicaragua, antes de venirse para Costa Rica.
Aquí se le relaciona con siete crímenes.