Tengo unos pocos meses trabajando en un nuevo empleo. Pasó mucho tiempo desde la última vez que trabajé. Durante un tiempo mi misión de vida fue dedicarme por completo a la crianza de mis hijos y a mi hogar.
Entender esta postura es complicado para algunas mujeres, pero la verdad es que no quería alejarme de mis bebés mientras estuvieran pequeños. Acepté convertirme en ama de casa por ellos, pero con el tiempo, las cuatro paredes de mi casa, el jabón de lavar platos y los trabajos del hogar empezaron a ahogarme.
Ya no disfrutaba de esta vida, especialmente por el trato de mi pareja. Él daba por hecho de que, al llegar a casa, se encontraría con la esposa con etiqueta de empleada. El trato ya no era igualitario, a pesar de que mi trabajo muchas veces resultaba tan - o más- extenuante que el de él.
Así que decidí actualizar mi hoja de vida y empezar a tocar puertas. Logré conseguir empleo después de algunos meses.
Me gustó mucho el trato en mi nueva oficina, fueron comprensivos con mi proceso de reincorporación y ha sido realmente muy gratificante trabajar como profesional nuevamente. Casi había olvidado lo bien que se siente ser parte de un proyecto, aportar ideas y ser tomada en cuenta.
En todo este tiempo mi esposo parece no interesarse en los detalles de mi empleo, solo en que las cosas sigan funcionando en casa, ya saben que la ropa está lavada, etc., y eso me desanima. Realmente no tengo ganas ni de que me mire con deseo.
Ya tengo varios meses en el nuevo puesto y hace unos días mi jefe entra con ese porte de grandeza, perfumado y elegante. Me mira y sonríe, y esa fue la gota que derramó el vaso.
Todo cambió de ahí en adelante, al menos para mí.
Ya no lo veía de la misma manera, ya no me arreglaba igual para ir a trabajar, mi motivación cambió. Pero todo estaba bien, porque esa emoción era solo mía, era una ilusión de una sola vía. Quería convencerme de que esa mirada había sido exactamente igual al saludo que le da a cualquier persona, hasta que un día, de la nada, se acerca a mi cubículo y me pregunta por unos papeles. Fingí buscarlos, pero me puse muy nerviosa, solo por el hecho de que estaba cerca, y entonces se atrevió a decirme, en susurro y un tanto inclinado: “qué rico hueles”.
En ese momento se me vino el mundo abajo ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que me dijeron un piropo? Sin entrar en comparaciones, pero mi esposo ni se percata del perfume uso. ¿Alguien me entiende?
El jefe consiguió mi número y me envió un mensaje con una excusa laboral, para luego decirme que me invitaba a comer algo. Me aseguró que él no mordía y que era solo para conocernos.
No ha pasado nada y no pasará, pero la curiosidad mató al gato. Acordamos en salir. No estoy segura si mi salida será una traición, pero de verdad por pura curiosidad, voy a ir.
¿Qué harían ustedes en esta situación? Déjenos sus comentarios abajo.
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