Perfil Anónimo

Je pense à toi

Ya tiene 52 años, y aunque ella no se sienta vieja, las arrugas en sus manos se encargan de recordárselo. Eliette es madre y decidió convertir sus clases en un refugio seguro tras la pérdida de su esposo el mismo año en que nació su segunda hija. Sin embargo, en ese mismo salón se ve sorprendida por un amor imposible.

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Los seres humanos creen tener el control de todo lo que está a su alrededor, incluso de las emociones. Hay quienes dicen poder escoger de quien enamorarse mientras otros lo niegan rotundamente. El hombre cree saber mucho pero es incapaz de imaginar lo mucho que ignora.

Cargada de artilugios nuestra protagonista corre para llegar temprano a la clase. Ya tiene 52 años y aunque ella no se sienta vieja las arrugas en sus manos se encargan de recordárselo. Inmediatamente al llegar, deja su suéter sobre la silla y todo lo sostenido en sus manos en el escritorio, toma un sorbo de té y da la bienvenida a un nuevo grupo. Anuncia su nombre, dice llamarse Eliette y ser orgullosamente quebecoises, cuenta un poco sobre la historia de Quebec, lugar de su nacimiento.

Como de costumbre cada persona se presenta, dice de cual país viene y la razón por la que decidió emigrar. Justo en la fila del medio Sebastián, el más joven de la clase, no puede dejar de contemplarla. Observa con bastante atención sus tristes ojos y cree haberse enamorado de ellos. Con mayor atención vigila sus movimientos, es capaz de observar cómo arrastra su pie derecho cuando algo le provoca incomodidad y cómo ríe sin vergüenza alguna al bromear, esperando siempre que los estudiantes la acompañen.

Eliette es madre. Su esposo falleció el mismo año que su segunda hija nació, decidió hacer de sus clases un lugar seguro, donde no debía preocuparse de nada. Podía escoger la personalidad que quisiera, pues ningún alumno la conocía. Las bromas formaban parte de sus clases, el sarcasmo y una sutil burla hacían de su forma de enseñar, no la más convencional.

Pasan las clases y en cada una de ellas el jugueteo. Por parte él, sin disimulo alguno intenta por medio de miradas hacerle saber que piensa en ella. Ha pensado no callar lo sus sentimientos y hacérselo saber, pasa días buscando la mejor alternativa. Cree, por medio de una carta, que confesarle sus pensamientos le puede hacer quedar como un niño, y está algo cansado de la gente que lo trata como tal debido a su corta edad.

Por otra parte ella, quien cree estar loca por pensar en su alumno fuera del salón de clase, es consciente de la diferencia de años y lo mal que se vería mantener una relación con él, pero le es imposible dejar de pensar en esos ojos que la miran, que están pendientes de ella y la hacen recordar cuando tenía 20 años. Incluso en medio de la clase cuando es consciente de las miradas, pequeños temblores de nerviosismo atacan sus manos y por instantes olvida donde deja los marcadores, se extraña a sí misma cuando el amor le hacía sentir viva.

Lo que era un salón de clases de francés se ha convertido ahora, en patio de primaria; donde dos adultos, uno más que el otro, juegan a ser niños de nuevo, buscando constantemente la mirada del otro, inventando excusas para intercambiar palabras y cuando la situación lo permite un roce adolescente, les concede encender cada vez más la pasión que ambos sin precaución alguna, están gestando.

Sin embargo el tiempo pasa, y durante este transcurso ninguno de los enamorados se ha atrevido a enfrentar sus emociones. Con la intención de aliviar su corazón si todo sale mal y no dar paso a la vergüenza, nuestro protagonista espera el último día para romper la brecha invisible que los separa. Prepara un pequeño discurso, desea hacerle saber lo mucho que piensa en ella, sin falsas pretensiones ni promesas infantiles de por medio.

El último día ha llegado. De camino Sebastian se debate si realmente debería hacerlo, piensa en lo peor que pueda pasar, pero decide desobedecer su mente. Espera fuera de la clase pues sólo debe buscar la nota de los exámenes. Llega su turno, de los nervios traga el chicle que estaba mascando, toma asiento al frente de la profesora. Ella empieza a hablar de su rendimiento durante el curso, alaba su constancia pero critica lo poco participativo. Sebastian clava sus ojos sobre los de ella, pero con una suavidad a la que ella completamente se somete. Un silencio invade la clase, ambos desean confesarse al otro.

En un intento desesperado Sebastian toma aliento, respira profundo pero ella lo interrumpe. Le pregunta si le puede decir algo, él, con un tímido gesto asiente con su cabeza. Los nervios han secado su garganta y sus ojos ya no están húmedos, extiende sus manos buscando las de Sebastian y en francés le confiesa:

—Je te pense, je pense à toi beaucoup

Entre todos los compañeros decidieron ir a un bar cercano, y así celebrar el final del curso. Para sorpresa la profesora los acompañó. Sebastian aún está procesando la conversación que mantuvo con la profesora, aún se repiten las palabras dentro de su mente y no es capaz de entender qué quiso decir.

Entre tragos el tiempo fue pasando y el alcohol se encargó de cambiar las tímidas miradas por salvajes insinuaciones que fueron creando el momento justo que ambos habían creado en sus mentes. Los roces dejaron de serlo, dando paso a las caricias que con sutileza, tratando de esconderlas de los demás, ambos fueron partícipes. Era ya medianoche, y por medio de murmullos los estudiantes acuerdan que ya es hora de dar por terminada la celebración.

Todos se despidieron de la profesora, Sebastian le ofreció su mano y ella con gusto la tomó. Rumbo al metro, se detuvo, les dijo a sus compañeros que olvidó algo dentro del bar, les hizo saber que podían seguir sin él. Sebastian corrió de vuelta al bar con la esperanza de encontrarla. Eliette quien estaba pagando las cervezas que había tomado, reconoció al muchacho de lejos, cuando los dos estuvieron cerca, ella le intentó preguntar qué había pasado, mientra fue tomada por la cintura y por un instante sus labios recordaron la pasión que habían olvidado.

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