La sicóloga Geovanna Chacón Calvo está haciendo un esfuerzo increíble por adaptarse a una vida con un corazón nuevo.
Hace unos meses, ella sentía que la vida se le escapaba de las manos porque a sus 46 años los médicos se dieron cuenta que tenía un enorme daño en el corazón y por eso pasó de vivir con normalidad a estar en la lista de espera porque le urgía un trasplante.
Ahora, luego de enfrentar sus miedos, la complicada cirugía y también los riesgos propios de la recuperación de una operación tan invasiva, siente que poco a poco se aferra a la vida nuevamente, pero eso sí, a una distinta, porque ya nada es como antes.
La vecina de San Francisco de Dos Ríos relató la dramática experiencia que empezó en mayo del año pasado tras un accidente cerebrovascular.
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“Siempre tuve una vida sana, nunca padecí de nada, mucho menos del corazón, tampoco tengo antecedentes familiares de problemas cardíacos, pero la vida me cambió de un día para otro.
“El día que comenzó todo estaba haciendo teletrabajo en mi casa, eran como la 5:30 de la tarde, acababa de terminar una reunión cuando me mareé y sentí como una explosión en la cabeza. También me dieron ganas de vomitar, empecé a perder la coordinación de mi brazo y pierna derechos, se me nubló la vista. Caminé hasta la puerta para ver si veía a alguien que me ayudara, pero no había nadie y me desmayé”, narró.
Geovanna estaba con su perro Eros y él le empezó a chupar la cara y la despertó. Pasó cerca de hora y media en que la sicóloga se sentía muy mal y débil, se desvaneció como cinco veces, pero su perro la despertó cada vez.
Mamá la encontró
Cuando llegó la mamá de Chacón, la encontró tirada en el suelo y llamó una ambulancia.
Cuando llegaron los paramédicos la paciente tenía dificultad para hablar, sudaba mucho y tenía una debilidad extraña, pero ellos le dijeron que lo que tenía era una crisis de ansiedad y la mandaron a descansar.
Al día siguiente, un doctor del trabajo llegó a verla a la casa y cuando escuchó los síntomas que había presentado la mujer se alarmó y la mandó a hacerse exámenes, los cuales revelaron que lo que ella había sufrido era un accidente cerebrovascular.
“Tuve un infarto cerebral, un coágulo se desprendió del corazón y se me fue para el cerebelo, como secuela me dejó una dificultad para hablar y problemas de memoria corta. En el trabajo me incapacitaron y me mandaron a hacer mucho reposo, porque ese tipo de cosas hace que a uno se le inflame el cerebro, entonces lleva un proceso de recuperación.
“Fueron pasando los meses, pero yo no me sentía bien, tenía un agotamiento que iba creciendo y sabía que algo pasaba en mi cuerpo, algo que no estaba nada bien, así que en agosto me fui para el hospital Calderón Guardia y conté todo lo que me había pasado, así que decidieron internarme para hacerme varios exámenes”, añadió.
Los médicos descubrieron que el infarto cerebral de Geovanna se dio porque su corazón estaba fallando. No lograron determinar qué fue lo que causó el daño cardíaco, pero se dieron cuenta de que era severo.
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Empezó la lucha
Los doctores le explicaron a la paciente que su corazón se había agrandado y por eso ella se cansaba tanto al hacer cosas sencillas. En setiembre le recetaron medicamentos para tratar de mejorar el corazón y empezaron un monitoreo constante de la salud de la sicóloga.
En diciembre del 2021 le hicieron de nuevo exámenes y se dieron cuenta de que su condición había empeorado mucho, el corazón seguía deteriorándose y se empezó a hablar de la posibilidad de un trasplante.
“Yo escuché lo de la cirugía, pero la veía muy lejana, creía que eso ya sería en una situación extrema.
“Siguió pasando el tiempo y llegó el momento en el que hasta bañarme representaba para mí un esfuerzo enorme. Mi vida cambió por completo, ya no podía ir a misa los domingos porque sentía que no llegaba, aunque la iglesia quedaba cerca, ya no podía salir. Cuando estaba sentada y me levantaba hasta se me nublaba la vista, poco a poco sentía que se me escapaba la vida de las manos”, recordó.
Ya para mayo del 2022 estaba muy mal y la internaron cerca de un mes, le dijeron que ya su única opción era un trasplante, eso la asustó muchísimo, pero tomó fuerzas y empezó a poner sus cosas al día y hasta regaló lo que no necesitaba, quería llevar una vida tranquila porque en cualquier momento su corazón podía fallar.
En junio le pusieron un desfibrilador, que es un dispositivo que detecta cualquier latido cardíaco rápido y potencialmente mortal y actúa para controlarlo. Una semana después apareció el donador que tanto urgía.
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Dura despedida
Cuando la sicóloga recibió la llamada en la que le dijeron que debía ir corriendo al Calderón Guardia porque había aparecido un donador y necesitaban saber si eran compatibles, se despidió de su mamá y llamó a su hermano que estaba en otro país para hacer lo mismo. Lloró porque sentía miedo, pero sabía que debía enfrentar el proceso, era su única esperanza.
Cuando entró el quirófano le preguntaron qué música quería escuchar y escogió canciones de los ochentas. Después de eso pasó cuatro días sedada y cuando abrió los ojos en su pecho latía un corazón nuevo, fuerte y lleno de vida.
“Me costaba creer que los médicos habían abierto mi pecho, cortaron mis huesos, metieron sus manos en mi cuerpo y sacaron mi corazón, durante muchas horas estuve conectada a una máquina que hizo las funciones de ese importante órgano porque se tarda mucho mientras ponen el nuevo corazón y conectan las venas y arterias, también mientras reconstruyen la caja torácica, para eso unen los huesos con alambres de titanio.
“Después de la cirugía sentía como una taquicardia, pero en realidad lo que sentía era el corazón latiendo de forma normal, mi antiguo corazón latía muy despacio, por eso noté a diferencia”.
Ocho días después de la operación empezó a hacer trabajos de gimnasio en el hospital para empezar a fortalecerse, tuvo que aprender a vivir de una forma diferente. El aseo de todo se tuvo que intensificar tanto así que cualquier cosa que llegue a su casa tiene que desinfectarla. Después de la operación no podía comer frutas ni ensaladas, todo tenía que ser cocinado para matar cualquier bacteria. La mascarilla se volvió su mejor amiga y la usa cada vez que sale de la casa para protegerse.
Actualmente Geovanna está muy recuperada, ya puede hacer cosas que antes la agotaban demasiado, eso sí, tiene mucho cuidado para no esforzar el corazón más de la cuenta.
Todas las semanas va unas tres o cuatro veces al hospital para asegurarse de que la recuperación va bien y para continuar con la rehabilitación.
El mejor regalo
Pese a que ya pasó lo más duro de todo, la paciente reconoce que el proceso mental que va de la mano del trasplante es muy fuerte y desgastante.
“Tuve que pasar mucho tiempo aislada, estoy sola la mayor parte del tiempo y eso me deja mucho tiempo para pensar y reflexionar. Una noche no hace mucho me desperté y sentí miedo de pensar en la gran operación que me hicieron, pensé que algo podía salir mal en el futuro, pero me dije a mí misma que ya todo estaba bien, que la operación era algo bueno y puse el tele para distraerme.
“El 30 de julio pasado cumplí 47 años y entre tantas emociones decidí, por primera vez, después de la cirugía, peinarme con una cola, me puse aretes, una pulsera, estrené ropa y pedí que me hicieran una lasaña con ensalada, quería disfrutar de ese día porque en realidad recibí el regalo más grande de todos: un corazón nuevo”, concluyó.