Bailando y saltando una gran canción roquera de los años setentas, con el ataúd en los hombros, amigos y compas del trabajo despidieron a don Adrián Granados Núñez, un taxista informal que amó hasta su último día al Club Sport Cartaginés.
El pasado lunes fue el funeral que comenzó con una misa en la basílica de Nuestra Señora de los Ángeles en Cartago. Antitos de las diez de la mañana toda la familia y amigos comenzaron a caminar los dos kilómetros y medio de distancia que hay entre la basílica y el Cementerio General de Cartago.
Iba una carroza fúnebre, pero todos los que querían a don Adrián decidieron cargarlo en hombros y cuando llevaban como unos 200 metros, sin haberse puesto de acuerdo y sin planearlo, comenzó a sonar la canción del italiano Adriano Celentano que se llama “Prisencolinensinainciusol” y esa fue la chispa que les hizo recordar a todos los presentes que don Adrián siempre dijo que en su funeral quería un fiestón y a nadie llorando.
De un pronto a otro y con la canción sonando en una tumbacocos, todo el mundo se puso a bailar (el video lo puede ver en www.lateja.cr), incluso los que llevaban a don Adrián en los hombros se movían más y mejor que los africanos que cargan un ataúd en el video viral de redes sociales.
Camisetas de Cartaginés, de Saprissa, de Alajuelense, bailaban junto con los taxistas informales del centro de Cartago y trabajadores del Mercado Central local.
Don Adrián tenía 48 años, el jueves le dio un derrame y el domingo partió a la casa del Señor.
Un hermano
El bailongo no se detuvo hasta como a 100 metros del cementerio. Todos los que menearon el cuerpo estaban muy dolidos, pero también felices porque lograron cumplirle el deseo al amigo, realmente le montaron un fiestón con buen rock setentero y ochentero, que era la música que don Adrián siempre amó.
Marilyn Quirós Gómez, de la Marisquería Reina de los Ángeles, en el Mercado Central de Cartago, nos aseguró que no murió un amigo sino un hermano.
“Ha sido un golpe terrible, se me quebró el corazón cuando me dieron la noticia. Todavía el jueves pasado él me dio un abrazo bien fuerte y me dijo que era porque yo era el amor de la vida de él, pero hablo de un amor de hermanos. Es muy duro”, comentó.
“Mamá descalza”, a quien muy pocos en el centro de Cartago conocen como Roy Venegas Martínez, estaba también desecho.
Mamá fue uno de los que se pegó la gran bailada camino al cementerio.
“La barra del mercado y los piratas del mercado montamos el jolgorio casi desde que salimos de la iglesia. Fue una bailada con todo el respeto, lo hicimos porque él quería eso, amaba la música de los setentas y ochentas y la canción de Celentano era su preferida.
“Nosotros no bailamos ni movimos el ataúd en los hombros por el video de los negritos africanos. Lo hicimos de forma espontánea, nadie planeó nada, nos salió del corazón”, explicó Mamá Descalza, quien recordó que también bailaron otro piezón setentero, “Soul Makossa” canción del camerunés Manu Dibango.
Brumoso de cepa
Alejandro Zúñiga Maroto, conocido por los brumosos como Chambers, era supercompa de don Adrián, era la yunta con quien organizaban los viajes de la afición brumosa a los partidos de visita del Cartaginés, anduvieron por todo el país.
“Más de 25 años de conocernos, por eso bailé, porque sé que eso era lo que quería. Adrián era boxeador, taxista pirata y comerciante. Cuando Cartago ganaba era el más alegre del mundo y cuando perdía se ponía de un chichón insoportable.
“Siempre fuimos aficionados brumosos pura vida y las barras de los otros equipos lo saben, los de Hatillo de Saprissa y La Doce, siempre nos han tratado muy bien, eso tenemos que reconocerlo”, comentó Chambers.
Otro compa, don Ricardo Láscares, quien también es taxista informal, lo recordó como un gruñón cariñoso, alegre, bueno para dar consejos, responsable y amable con la gente.
“Quince días antes de morir, de casualidad, estábamos hablando de la muerte y nos dijo que él quería alegría, fiesta y carnaval en su funeral… se nos llevó un pedacito de nuestros corazones”.
En el cementerio llegó el duro momento del adiós y fue imposible que los presentes no lloraran al despedir a un amigo muy querido.