El quijongo, un instrumento musical, goza de muy buena salud gracias a los cuidados y chineos de personas guanacastecas, quienes se dedican a protegerlo y a darlo a conocer en esa provincia y en todo el país.
Sin embargo, hace diez años la historia era otra, la presencia de este instrumento en Costa Rica se resumía así: había tres maestros quijongueros, Eulalio Guadamuz, Isidoro Guadamuz y Felipe Quirós, este último falleció en enero de 2018.
“Es de herencia africana, posiblemente llegó con los primeros africanos durante la conquista. Se compone de una vara de árbol de guácimo ternero, un alambre que funciona como cuerda, una jícara que es el resonador, un pulsador (palito de madera) y, en algunos casos, se usa una caja de resonancia.
“Sobre la ejecución y construcción, los músicos no solo saben ejecutarlo, sino también construirlo. Antes se usaba como cuerda una tira de cuero o un bejuco (liana), pero con el tiempo los músicos buscaron otros materiales más resistentes, siendo el alambre de llanta el mejor que encontraron”, explica explica la antropóloga Adriana Méndez González, guanacasteca de la pura cepa y estudiosa del tema.
En el 2010, Adriana junto con otra antropóloga, Estíbaliz Hidalgo, arrancaron sus investigaciones sobre el instrumento. Unos cinco años antes ya habían iniciado los primeros trabajos serios en la provincia.
De hecho fue Adriana, en el 2014, la que postuló para el Premio Nacional de Cultura Popular Emilia Prieto a dos guanacastecos quijongueros: a don Eulalio Guadamuz, de Bagaces, y don Isidoro Guadamuz, de Santa Cruz, quienes lo ganaron.
En ese momento no se incluyó a Felipe Quirós, también de Bagaces, porque no lo habían conocido.
Enfermo
La investigación que hicieron dejó muy en claro que el quijongo estaba muy enfermo, en claro peligro de extinción. Por eso un grupo se dedicó a proteger esa tradición.
Karol Cabalceta, profesora de educación musical, fue una de las que se apuntó a aprender cómo fabricarlo y tocarlo, gracias a don Isidoro Guadamuz.
A partir de 2015, y con el apoyo de la oficina de Gestión Cultural de Guanacaste y del Ministerio de Cultura, se dedicaron a dar talleres para que niños, jóvenes y adultos de la provincia también sepan construirlo y ejecutarlo.
Deiby Rojas, profesor de música nicoyano, le sacó jugo a uno de esos talleres.
“Inmediatamente conocí el quijongo, me enamoré de él. Me llamó la atención que es una tradición de muchas generaciones. Es un instrumento muy íntimo, se debe afinar el oído para entender sus melodías. Es un instrumento sencillo, simple, pero su técnica de ejecución necesita de gran aplicación.
“Ya he fabricado como unos 30 quijongos, uno se fue para Siquirres y otros a diferentes partes del país, incluso para el extranjero. Hacer uno es un proceso largo, no todas las ramas de guácimo ternero sirven, tampoco todos los jícaros. Cuando ya se tienen los materiales, la construcción se puede llevar un par de días”, explicó el profesor que da clases de música en la escuela León Cortés Castro de Corralillo de Nicoya, donde unos 400 alumnos suyos conocen perfectamente qué es ese tradicional instrumento.
De hecho, Yaisa Obando Lawson, una de sus alumnas, aprendió a tocarlo y ella nos comentó: “Me gusta porque cuando lo toco siento alegría y pasión. La melodía que sale del jícaro es muy dulce y suave, es un instrumento poco común.
“Le agradezco al profesor Deiby por darme el privilegio de aprender a tocarlo, estoy muy feliz por ser parte de los quijongueros. No he aprendido a construirlo porque justo cuando iba a empezar inició la pandemia, pero sé que cuando pase todo esto del coronavirus aprenderé a hacerlo”, nos dijo esta nicoyana de quinto grado.
Toda una vida
También hablamos con el maestro Eulalio Guadamuz, cariñosamente conocido como don Lalo, quien nació el 25 de diciembre de 1925, este año cumplirá 96 y aprendió a tocar el quijongo a los 14 años.
“Yo trabajaba haciendo de todo en las haciendas de aquí en Bagaces. Entonces en las noches, como había tanto tiempo libre, me dedicaba a tocar quijongo. Aprendí a hacerlo al quedar muy lleno de curiosidad cuando lo vi por primera vez, en una hacienda a donde llegó a trabajar Máximo Sotela, a mis 14 años.
“No solo aprendí a construirlo, sino que también a ejecutarlo, a dedicarle horas todos los días para tocarlo. Cuando lo toco siento un gran orgullo, me encanta tocar música folclórica y alegrar a la gente. Estoy muy feliz porque se están dando clases, porque ya hay niños tocándolo, la herencia del quijongo jamás debe desaparecer. Tuve miedo de que se perdiera, pero ahora veo que tiene buena salud, lo están cuidando y vienen nuevas generaciones que lo aman como yo, eso me tiene muy contento”, nos dijo el maestro desde Llanos de Cortés en Bagaces.
La antropóloga Méndez asegura que los talleres se mantienen en Guanacaste, incluso la meta es llevarlos por todo el país; sin embargo, la pandemia tiene detenidos los intentos.
El pasado 17 de febrero, la Asamblea Legislativa aprobó en primer debate la ley para declarar el quijongo guanacasteco como patrimonio cultural intangible costarricense; sin embargo, para ese proyecto jamás le preguntaron nada a la comunidad quijonguera guanacasteca.