Este año en pandemia ha dejado personajes positivos, valientes que lejos de arrugarse ante el covid-19 le pusieron el pecho a las balas y lideran la lucha contra el peligroso virus, uno de ellos es el doctor Marco Vinicio Boza, médico intensivista del hospital Calderón Guardia, quien pelea en la unidad de Cuidados Intensivos del centro médico y con su mensaje en los medios de comunicación.
Ya está a pocos meses de pensionarse y sí piensa acogerse a este periodo para disfrutar con su familia, luego de todos los sacrificios que la carrera de Medicina y más en su especialidad demandan,.
Pero sabía bien a lo que iba a meterse antes de entrar a estudiar, pues su familia le pidió al Dr. Abel Pacheco, expresidente de la República, que pusiera en autos al joven estudiante sobre lo que afrontaría, para que luego no se arrepintiera.
La expectativa de vida de los intensivistas, los siquiatras y los anestesiólogos es menor a la de otras especialidades por el constante estrés que afrontan, por eso su terapia para olvidarse de todo lo malo que ve a diario en el hospital es ir a caminar al Chirripó, aunque claro, no puede ser tan seguido como quisiera.
Por eso, mientras está en casa disfruta de la lectura, escuchar música clásica, new age y clásica fusión. Aunque también es bueno para el baile, cuando surge alguna actividad social, cuando se podía.
Es amiguero, mantiene contacto con varios de sus excompañeros del cole, excompañeros de trabajo en Limón, donde breteó por 18 años y medio, así como en varias partes del mundo donde se ha ido a capacitar o tan solo conocer por su afición a viajar y conocer otras culturas.
Habla inglés, español, italiano francés y hasta Creole (el mal llamado Mekateliu).
Infancia soñada
Marco Vinicio nació en San José el 7 de abril de 1959, tiene 61 años y toda su infancia se desarrolló en los barrios Tournón, Amón y Luján, cuando no había casi construcciones y la mayoría era naturaleza, árboles, a los que se encaramaba con sus amiguitos a apear frutas.
“La aventura era ir al río Torres a cazar olominas y como no había problemas de inseguridad, los niños podíamos irnos caminando solitos por todo lado sin riesgo a que nos pasara algo. Además, teníamos la avenida central a 500 metros y era infaltable irse de avenidazo en grupo a ver los ventanales”, recordó el médico.
Aún recuerda la tradición de escribirle carta al Niño Jesús en noviembre, cuando en la librería Universal las repartían a los chiquillos y él se la daba a su abuelo, para que la mandara por correo.
Estudió en la escuela Buenaventura Corrales (Metálica) que para entonces era solo de niños y en el Colegio Seminario, antes de entrar a la Universidad de Costa Rica, donde cursaría sus estudios universitarios.
Recientemente recibió un mensaje en Messenger de Emilia Cartín, la hija de la niña Aida María Meléndez de Cartín, su maestra de escuela, en el que le contaba lo feliz y orgullosa que se encontraba su madre de tan destacado alumno.
“Las llamé y hablé con la niña y le agradecí por todos los actos cívicos y actividades en los que me ponía a participar por mi privilegiada memoria que me permitía aprenderme los poemas, discursos y demás textos que fuera necesario.
“Ese gesto aparentemente inocente, me permitió ir formando la habilidad de hablar en público que actualmente ejerzo”, explicó el también salubrista público con énfasis en gerencia de la salud.
Quedó pendiente la visita para cuando termine la pandemia, pero la educadora quedó muy contenta.
Limón marcó su vida
Cuando se graduó en 1985, el doctor se fue para el hospital Tony Facio de Limón, lo que a su criterio marcó su vida tanto a nivel personal como profesional.
“Conocí los territorios indígenas, todas las culturas que conviven en Limón y aunque inicié como médico general, atendía en el servicio de emergencias, lo que me abrió las puertas a trabajar en la UCI, donde me fui a preparar con el tiempo”, recordó el ahora vecino de Tres Ríos.
Le tocó vivir el terremoto de Limón en 1991, para entonces vivía en el Park Hotel y debió buscar posada con unos amigos en su casa por los daños que sufrió el edificio.
Con algunos intervalos por estudios en Chepe, el doctor permaneció en el Caribe tico hasta el 2003, cuando optó por aceptar la dirección de la clínica de la Universidad Unibe.
No todo era trabajo en sus años por el Caribe, recuerda perfectamente cómo vivía los carnavales donde se iba bailando detrás de la comparsa los Brasileros, mientras gritaban que les echaran agua desde los balcones.
Así como los infaltables miércoles bailables en Acuarios (discoteca de la época) y también uno que otro fin de semana.
Duro primer día
El 12 de julio del 2005 se incorporó al hospital Calderón Guarda y si se pregunta por qué le resuena esa fecha, es porque justo ese primer día del doctor, fue el incendio del centro médico josefino en el que perdieron la vida 19 personas.
Como no puede quedarse quedito en una sola cosa porque no le gusta que lo etiqueten, ha estado a cargo de proyectos en ébola, vigilancia epidemiológica con el manejo de dengue, zika y chikungunya, también estuvo en el manejo de AH1N1, lo que lo valió estar al frente hoy de todo lo relacionado con el coronafurris como le dice Boza.
El año pasado, con todo el trabajo que tuvo, sacó el tiempo para cursar una maestría en bioética que es todo lo relacionado con las decisiones de vida, que pudieron haberse presentado en los meses más críticos del virus en el país y que por fortuna no llegamos a necesitarlo.
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Avalancha de mensajes
Actualmente está alejado de las redes sociales porque recibe avalanchas de mensajes y es abrumador para él.
Mientras en la calle quienes se lo topan no pueden evitar decir “mirá, es el doctor de la tele”. Los señores, lo paran tímidamente, pero entre las señoras mayores es un pegue.
“Soy un hombre tremendamente bendecido, donde quiera que voy la gente me llena de bendiciones, me encomiendan a todos los santos, a los ángeles custodios y me cubren con la sangre de Cristo, me dicen que oran por mí y el personal de salud, aunque no nos conocen y me agradecen por protegerlos”, orgulloso el josefino.
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