Franchestta Padilla es una venezolana que llegó a Costa Rica en el 2016 buscando una mejor vida para su familia.
Su llegada al país no fue nada fácil, derramó muchas lágrimas, enfrentó obstáculos y hasta una depresión, que casi le cuesta la vida, pero ahora sonríe porque al fin está viendo el resultado de tanto esfuerzo.
Su esposo Yoel Hernández se vino dos meses antes que ella para buscar un lugar donde vivir, y luego ella viajó con sus dos hijos Miguel y Santiago.
Se trajeron, prácticamente, solo la ropa que andaban puesta, pero en el bolso, además de muchas ilusiones, la mujer echó una licuadora para hacer los juguitos de Santiago, quien apenas tenía cuatro años, y una plancha pensando en que cuando consiguiera trabajo siempre quería llevar su ropa bien bonita.
Franchestta tenía planeado llegar a Costa Rica y ponerse a trabajar; ella es profesional, tiene estudio en Ciencias Administrativas y Fiscales, y está especializada en aduanas e impuestos, pero la realidad que se encontró fue muy distinta.
Poco después de llegar quedó embarazada de su tercer hijo, Franco, y eso hizo que le costara aún más conseguir un trabajo.
La mujer cayó en una depresión postparto severa, que la tuvo internada y al borde de la muerte, pero gracias a Dios, logró recuperarse.
Pasaron necesidades, pero nunca se rindieron
Yoel empezó trabajando en fincas, cortando el zacate y luego consiguió trabajo como mesero en un restaurante, pero les costaba mucho salir adelante con un solo salario.
Franchestta cuenta que, a veces, hasta la comida escaseaba. Vivían con otros venezolanos amigos en una casa, en la que había unas 14 personas.
Les tocaba dormir en el suelo y las necesidades que estaban pasando la hizo pensar en devolverse a Venezuela, porque se sentía mal por no tener un trabajo para ayudar a su esposo, pero el cuidar a los niños y llevar los dos mayores a estudiar, en horas diferentes, le imposibilitaba cumplir con un horario laboral.
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A como pudieron se fueron a vivir a una casa aparte, pero los problemas económicos continuaban ahogándolos.
La mamá cuenta que no tenía dinero para sacar a sus hijos a pasear, así que cuando podía los llevaba a un parque que había cerca de dónde vivían, en Alajuela, para que se distrajeran un poco.
Pero un día tuvo una idea, a ella siempre le ha gustado la cocina y le pidió a su suegro que le explicara, por teléfono, cómo se hacía el quesillo venezolano, porque quería vender.
“Al principio no me quedaba bien, se veía feo, entonces fui probando, cambiando materiales y porciones hasta que ya me fue quedando un quesillo presentable para vender.
“Se me ocurrió que cuando llevaba mis hijos al parque podía llevar quesillo en una canasta para vender. Yo ofrecía mi producto y nadie me compraba, me sentía tan mal que se me salían las lágrimas; al final para no botar el quesillo lo regalábamos. Entonces, yo invertía, pero no ganaba nada, más bien perdía, pero seguí intentándolo, les daba a las personas mi número para encargos y, poco a poco, me empezaron a comprar”, narró la pulseadora.
Le dieron el empujón que necesitaba
Franchestta cuenta que un día el PANI la invitó a una actividad para niños de escasos recursos y mientras sus hijos disfrutaban de la actividad, una funcionaria de la institución estuvo conversando con ella.
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“Le conté que me dedicaba a hacer postres y ella me dijo que el PANI siempre andaba buscando emprendedores para ese tipo de actividades, pero necesitaba tener facturación electrónica y yo no tenía. Ella me explicó cómo debía empezar a gestionar todo lo que necesitaba para poner mi negocio en regla, por lo que ese día decidí hacer de mi empresa algo formal”, contó.
“Algunas personas me decían que para qué me iba a meter en esos enredos si yo casi ni vendía postres y yo decía: ‘mi empresa ahorita es pequeña, pero mi visión es grande’ y decidí creerle a Dios”, agregó.
Las puertas se le fueron abriendo a la venezolana; primero hizo un curso de manipulación de alimentos, luego estudió en el INA y se graduó como pastelera. Además, recibió capacitaciones en la Fundación Mujer y eso la terminó de afinar para que su negocio despegara.
Ahora Franchestta tiene un negocio fuerte que se llama Franymigsan, y ya no solo hace quesillo, sino que tiene una gran variedad de bocadillos.
“Tenemos el quesillo en diferentes presentaciones; ofrezco el servicio de catering service para eventos sociales con hamburguesas, pasteles, gastromonía venezolana, como arepas, tequeños, empanadas. Tenemos todo tipo de repostería dulce y salada; churros, todo tipo de repostería mini. También ofrecemos pasteles personalizados para bodas, 15 años, tablas de fiambres, de quesos, frutales y hasta tenemos una oferta de productos congelados para restaurantes y hoteles”, dijo orgullosa la valiente.
La mujer atiende su negocio solo con la ayuda de su esposo y sus hijos, pero su sueño es poner una planta de producción que pueda dar empleo a bastantes personas.
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Franchestta llora cada vez que recuerda lo difícil que fue empezar una nueva vida en Costa Rica, pero ahora esas lágrimas ya no duelen, más bien la llenan de orgullo y felicidad porque al fin está tocando con sus propias manos el éxito que viene del sacrificio y el esfuerzo.
Si usted quiere contactar a esta pulseadora puede hacerlo al WhatsApp 7295-3027. También puede buscar las redes sociales del negocio en el Facebook Franymigsandulceysalado y el Instagram y Tiktok con el mismo nombre.