Un verdadero trapichero tico de la pura cepa, junto a sus tres hermanos, siguen trabajando en el trapiche que heredaron de su papá, quien a su vez lo recibió del suyo.
Está ubicado en Atenas y tiene más de 100 años de funcionar sin parar.
Iván, Greivin, Célimo y Berny Alpízar Arce, son los cuatro hermanos que no le aflojan al “Trapiche Don Uriel”, ubicado, desde hace más de un siglo, en barrio Mercedes de Atenas, en donde, actualmente, los bueyes Tizón y Carbón le ponen bonito para sacarle todo el jugo a la caña dulce.
“Para mí el trapiche es la vida, es la patria. Desde el abuelo, pasando por papá y ahora sus hijos, no hemos dejado que sus puertas se cierren. Seguimos haciendo tapas de dulce con un trapiche original, movido por bueyes, no usamos motor.
“Nosotros tenemos la caña, el trapiche, los bueyes y el conocimiento, es un pecado no hacer tapas de dulce. Ahora bien, para ser trapichero, hay que estar enamorado de esto. No hablamos de algo que deje mucho dinero, hablamos de una tradición que se hace porque se lleva en el corazón, en la sangre, en ese amor por el país que no se puede explicar”, reconoce don Iván, quien nos atendió muy amablemente.
El ateniense explica que hoy día esa labor sí le deja unos colones, pero lo más importante para la familia es que las nuevas generaciones aprendan sobre un verdadero trapiche, que lo conozcan y disfruten todo el proceso. El resultado final es una tapa de dulce 100% artesanal y hecha tal cual la hacían los abuelos.
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“Los trapiches son generadores de historias, espacios que sostienen nuestras tradiciones. Entre tapa y tapa de dulce se entiende quiénes fuimos y quiénes somos los ticos. La herencia aprendida viene del abuelo y papá nos la enseñó.
“Tarea, así se llama al trabajo de hacer tapas de dulce. El que comienza una tarea no la puede dejar a medio palo, se debe terminar totalmente. Se arranca a las 4 de la mañana y por ahí de la 1 de la tarde ya va uno finalizando. Todos mis hermanos y yo fuimos criados a punta de trapiche”, comentó.
No cerraron
Don Uriel falleció por sorpresa hace dos años y medio. Los hijos debían tomar la decisión de si seguían o no con esa noble labor. Por dicha dijeron que sí. Don Uriel era el que molía la caña, el que le daba el punto al dulce, los hijos ayudaban, nada más.
Desde hace dos años la familia se ha dedicado a mantener la calidad de don Uriel. Parece que lo lograron porque la gente les sigue comprando sin pensarlo, así como algunos negocios del mercado de Atenas, en donde es conocido como “el dulce del señor de barrio Mercedes”.
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“La mejor época para el trapichero es el verano porque la caña tiene menos agua, el dulce está más concentrado. Actualmente logramos unas 18 tamugas (cada tamuga trae 4 tapas) por tarea, dependiendo de la caña.
“Cuando papá estaba vivo, hubo épocas en las cuales comenzaba a moler a la una de la madrugada, se ocupaban dos y hasta tres yuntas. Se molía lunes, martes y miércoles; el jueves y el viernes era para ir a entregar las tamugas que se transportaban en una carreta con bueyes a Alajuela y San José. Eran tiempos de 200 tamugas por tarea y todas se vendían, más bien faltaban”, recordó.
Definitivamente el trapiche y los trapicheros se volvieron especies en peligro de extinción. Nos cuenta don Iván que solo en Atenas hubo hasta 15 funcionando al mismo tiempo, de acuerdo a lo que les contaba don Uriel. Después bajó a 8 y ahora solo hay 2.
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Los bueyes
Aprendimos tanates con don Iván, por ejemplo, ignorábamos que no todos los bueyes sirven para un trapiche porque algunos de dar vueltas y vueltas se marean, se echan y no hay poder sobre la tierra que los haga levantarse. La raza criolla es la que mejor se adapta a esa tradicional labor.
También aprendimos que antes cuando alguien compraba bueyes para usarlos en un trapiche se los daban como con una especie de garantía, si no les servían porque se mareaban, se los cambiaban
“Es muy doloroso ver cómo los trapicheros se están perdiendo. Cuesta mucho encontrar trapiches con bueyes. Nosotros estamos decididos a conservar la tradición. Somos una familia 100% trapichera y no queremos que eso desaparezca.
“Siempre estamos recibiendo escuelas, grupos de personas de todo tipo y extranjeros quienes vienen a aprender. Eso es lo que nos llena, que aportamos un poquitico al ser costarricense. Uno siente que está haciendo patria con esto por eso lo amamos”, aseguró con tremendo orgullo don Iván.