“La comida que nos dan aquí, un perro un poco delicado no se la come”, dice un reo en el documental tico “Los presos”, filmado en 1975.
El escenario es la Penitenciaria Central, a la cual los costarricenses aún llamamos la Peni y que durante más de setenta años fue una escuela de crimen y delincuencia. Allí nació la célebre y temida banda “Los hijos del diablo”, cuyos miembros habrían jugado mejenga en el patio de la cárcel con la cabeza de un enemigo.
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Hoy es posible conocer la historia de terror de la cárcel al recorrer las 24 celdas que forman el Museo Penitenciario y que este 2022 cumple cinco años abierto. Sus salas cuentan pasajes de la prisión, que empezó a ser concebida en 1905, cuando se fijó que sería para 350 internos.
Al fin listo. En 1907 la Peni estaba lista para ser estrenada, pero un terremoto la dañó y fue necesario aplazar la apertura y arreglarla. Hoy parece una broma decir que construir un edificio tan grande costó ₡587.424,40., pero así fue y al fin en 1910 estaba terminado.
Llamaba mucho la atención la fachada con estilo de fortaleza que cada diciembre se llena de luces, como si quisiera apagar los ecos de las tragedias allí ocurridas y que hoy el Museo Penitenciario nos recuerda.
En la prisión faltaban el agua y la comida adecuada, pero abundaban la promiscuidad, las drogas, la suciedad y las ratas.
Un sitio sin ley
Había un intenso mercado sexual controlado por los líderes y los abusadores sexuales. “Las víctimas principales eran los internos de menor edad, que se convertían en prendas para ser usados en negociaciones o intercambios de dinero, drogas o armas”, se lee en un cartel explicativo.
El tiempo y la falta de una política humanitaria de los gobiernos fueron agravando la situación y a finales de los años setenta, los presos eran más de 2000.
Es en aquella época cuando aparecen las pandillas, cuyo poder creció tanto que llegaron a controlar el penal. Los líderes, a los que se llamaba “jachudos”, eran quienes daban las órdenes.
“Tenían guardaespaldas y una persona denominada ‘cabo’ o ‘asistente’, quien se encargaba de la limpieza, la cocina y demás oficios ‘domésticos’”, se explica en una sala del museo.
“Adicionalmente, era común que estos líderes tuvieran un amante, generalmente un travesti”, añade.
Los temidos “Hijos del diablo” surgieron cuando ocurrió la unión de dos de los jefes de las bandas más poderosas. A esa pandilla se le atribuyen algunos de los crímenes más atroces que hubo en la Peni.
Luis Gerardo Quesada, alias “Pico’e lapa”, uno de los fundadores de la banda, narró en una entrevista lo que hicieron con “Canalete”, a quien señalaban por varias violaciones.
“Se idea matarlo en la forma más sangrienta y más dura para que todos los demás sintieran temor y miedo hacia nosotros”, dijo.
Puro horror
Lo que hicieron fue entrar a la celda, dominarlo y acostarlo en el catre metálico al cual antes le quitaron el colchón. Lo colocaron en cruz y le dieron descargas eléctricas; después lo abrieron en canal y, dicho en palabras de Quesada: “se le saca parte de los intestinos y Caballón le sacó el corazón”, que le fue lanzado a un gato.
En setiembre de 1979 la Peni fue escenario de un motín y fue incendiada. En diciembre de aquel año, el gobierno de Rodrigo Carazo la cerró.
Pasaron 15 años y el edificio estaba abandonado cuando se le dio forma al proyecto que haría nacer de las cenizas el Centro Costarricense de Ciencia y Cultura, dentro del cual está ahora el Museo Penitenciario, una ventana a un pasado lleno de dolor.