El fraile costarricense Erick Marín Carballo estuvo desde el 2022 al 2024 en el Amazonas y compartiendo con indígenas aprendió a comer mono, insectos de todo tipo y enamorarse del sabor de la piraña, las cuales comió muchas porque son riquísimas.
Tiene 47 años de edad y 25 de ser fraile; es de San Isidro de Alajuela y pertenece a la Orden Franciscana Conventual, en la que los frailes de esta orden practican la vida fraterna o sea, siempre buscan darle fuerza a la vida en comunidad, a crecer como hermanos unidos en sociedad.
El alajuelense pidió a la orden el poder vivir una experiencia con un equipo itinerante (que va de un lugar a otro sin quedarse mucho tiempo en los lugares; o sea, siempre tienen el maletín listo). Estos grupos están integrados por religiosos, laicos y personas de organizaciones que buscan ayudar a los más necesitados.
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“Antes de los 18 años mi objetivo era ser biólogo tropical; de hecho, lo comencé a estudiar en la Universidad Nacional. A los 18 años conocí a los frailes y me impactó mucho su forma de vida, su espíritu de servicio a los más pobres y, al final de mis 18 años, ingresé a la orden.
“En esta experiencia de los últimos tres años estuve en la región del Amazonas que se conoce como panamazonia e incluye a Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Surinam, Guyana, Guyana Francesa y Brasil”, aclara el fraile alajuelense.
Belleza y dolor
Lo primero que destaca es la belleza natural de la región, pero al mismo tiempo y con mucho dolor, acepta que es una zona muy amenazada por diferentes peligros como la explotación sexual y de los recursos naturales.
Por donde se movió el tico habitan 304 pueblos indígenas que hablan unas 275 lenguas. Los indígenas del Amazonas enfrentan problemas fuertísimos que los amenazan a diario. La naturaleza y sus peligros no son nada comparado con, por ejemplo, el secuestro para trata de personas.
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“Parte de la misión era recoger las historias de los indígenas, entender los dramas para poder conectar esas historias con instituciones de la iglesia, universidades y otro tipo de organizaciones que están dispuestas a ayudarlos. Además, llevar esperanza a la gente.
“Nosotros hablamos de lograr una presencia gratuita, eso significa vivir el día a día con los pueblos: salir a pescar con ellos, recoger semillas en la selva, ayudar en los cultivos, o cazar diferentes animales para poder comer”, comenta.
Es cierto que hay riesgo en el Amazonas de que mientras se están recogiendo semillas en la selva salga algún animal, o al estarse bañando en un río sufrir un accidente con algún otro bicho, pero lo más peligroso no es la selva, son los humanos.
Impotencia
“La minería ilegal es una práctica muy consolidada en la región, la deforestación. Hay enormes intereses de empresas extranjeras que ven el Amazonas como un depósito de recursos que se pueden explotar totalmente.
“La minería trae consigo la explotación sexual de los niños, la contaminación de los ríos por mercurio. La deforestación arrasa con los hogares ancestrales de los indígenas y los deja sin zonas para vivir”, asegura.
De los tres años vividos lo que más le dolió fue el eterno sentimiento de impotencia ante los peligros que enfrentan día a día los indígenas, tanto así que el fraile deseaba como tener una varita mágica para arreglar los problemas.
“En ocasiones uno solo puede acompañar a los indígenas en el nuevo dolor diario que están viviendo. También me tocó escoltar a migrantes que iban de paso hacia otras regiones más al norte y ocupaban atravesar el Amazonas para poder continuar su viaje, por ejemplo, a Perú.
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“En una ocasión me tocó acompañar a migrantes que llegaron a un punto en que su única forma de continuar era ponerse en manos de un grupo conocido que traficaba personas. Había que confiar en ellos porque no había más allá. Esa impotencia tan grande golpea demasiado el corazón”, reconoció.
Sintió la muerte
“En el Amazonas la muerte camina con uno todos los días. Me tocó sentirla y verla muy de cerca. Le puedo asegurar que en el Amazonas la vida y la muerte avanzan de la mano.
“Es dura la experiencia, porque en medio de la alegría de los indígenas, sus danzas, sus fiestas como pueblos, se encuentra la muerte esperando para atacar. Los indígenas danzan alegres y la muerte también danza con ellos””, confirma.
¿Qué le tocó hacer?
“Parte del trabajo es reconfortar a las comunidades. Se trata de estar con ellos sin grandes pretensiones. Buscar generar esperanza, un poco de alegría, animarlos a luchar y a defender sus territorios. Ayudarlos para que se unan en grupos y de la mano de organizaciones internacionales se defiendan porque solos es casi imposible.
“Un objetivo principal es ayudar a los indígenas a recuperar sus prácticas espirituales ancestrales, la cual se les manifiesta con el dios de los mil nombres. Alguien puede pensar que vamos a evangelizar a toda costa, pero se debe entender que en esas realidades lejos de ir como maestros, vamos como aprendices”.
¿Cómo son esos indígenas?
“Demasiado sabios y respetuosos de su planeta. Para todo lo que hacen le piden permiso a sus dioses, que son los dueños de la selva. No ven la naturaleza como un conjunto de recursos a explotar, sino que la ven como un ser que siente, camina, cuida, acoge.
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“La madre tierra es vista como esa que los alimenta y los protege. Están convencidos que está viva y la respetan absolutamente. Cazar, bañarse, cultivar, son actos espirituales para los que piden permiso. No cazan para acumular sino para alimentarse”.
Alegres fiestas
¿En verdad los indígenas solo cazan lo que se comen?
“Cuando vuelven los hombres de la cacería montan una clase de fiesta y todo lo cazado se comparte en comunidad. Puede que al otro día no haya comida porque ellos no acumulan, cazan día a día”.
¿Qué comía con los indígenas?
“De todo lo que usted pueda imaginarse y como nunca he tenido problema con comer lo que sea, ellos se alegraban mucho. Comí insectos de todo tipo, gusanos, mono, culebra, todo tipo de animales.
“En esos lugares se agradece cada poquito de comida; además, como la preparan con tanto amor sabe riquísimo lo que sea. Comprobé que el ingrediente principal de cualquier comida en el mundo es el amor”.
¿Todo es tan difícil ahí?
“Todo. En verano la falta de agua es un tema muy fuerte. Uno se baña cuando puede por eso se pasan días sin baño y usando la misma ropa. En verdad que la sequía es un drama,porque como se comunican por los ríos, con las sequías los pueblos pasan meses incomunicados, sin acceso a salud, educación. En una zona con el río más caudaloso del planeta se vive falta extrema de agua”.
¿Cómo es bañarse en el Amazonas?
“Hay que hacerlo con demasiado cuidado, hay peligros como las mantarrayas, los peces eléctricos, las corrientes ocultas. Se debe tener mucha precaución y dejarse guiar por los indígenas”.
¿Las pirañas?
“Como le dije, comí mono, insectos de todo tipo y también comí pirañas que saben riquísimas. Me encantaron por eso comí muchísimas”.
¿No les tenía miedo?
“Uno se puede bañar en un río con pirañas siempre y cuando no se tenga alguna herida expuesta que bote sangre. En el momento que alguna parte del cuerpo bota sangre, es mejor salir corriendo, pero si uno no tiene raspones ni nada, todo tranquilo… tranquilo, pero sin descuidarse.
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¿Algo que también lo haya impactado?
“Viví una situación dramática e irónica. Estuve en Manaos (Brasil), en plena Amazonía, que el mundo sabe es sinónimo de naturaleza, pero respiraba el peor aire del planeta por los incendios forestales. En medio de la selva tropical más grande del mundo y respiraba la peor calidad de aire.
“Son incendios provocados para quemar amplias zonas y meter ganado vacuno, y búfalos. Eso también es un drama porque provoca demasiadas enfermedades respiratorias en los indígenas. También me impactó que me enteré un mes después de la situación bélica en Israel. Como no hay nada de tecnología, un celular no sirve para nada ahí, me informé tiempo después y me golpeó mucho”.
¿Volvería?
“Claro. Siendo fraile con los pueblos de cualquier parte del mundo es como me siento pleno y feliz. Servir es para lo que nací”.