¿Quién no ha soñado, alguna vez en la vida, que le paguen por recorrer el mundo? Esa es la realidad de Lleyton Julian quien, si bien su nombre y apellido no son muy ticos, es tan costarricense como el gallo pinto.
Hoy, Lleyton, con tan solo 24 años, ha viajado a casi 30 países y todo gratis, pero no es lo que se imagina.
“Soy tripulante de cabina, vivo en República Checa, pero paso fuera de aquí. Dependiendo de la etapa del año paso, ya sea en Egipto, España, a veces en Dubai, en todos lados”.
Lleyton trabaja para la aerolínea checa Smartwings y se sentó a contarnos lo bueno y lo malo de su trabajo y, hasta cómo lidia con saber que todos los días su vida está en riesgo.
De tal palo...
Para muchos trabajar como tripulante de cabina o, sobrecargo, podría sonar como una carrera un tanto extraña, pero en la familia de Lleyton, corre por sus venas.
“Yo estaba estudiando Ciencias del Movimiento Humano en la Universidad de Costa Rica, pero como que no me llamaba mucho la atención”, contó.
“Como mi mamá fue tripulante de cabina durante 10 años, decidí matricularme en el Instituto de Formación Aeronáutica. Empecé a estudiar ahí para ver si trabajaba en Costa Rica, pero como solo hay dos aerolíneas y contratan muy poco, decidí irme para Francia a sacar mi licencia”.
Luego de mucho esfuerzo, Lleyton logró obtener la licencia y, buscando empleo, le salió la oportunidad de irse a Praga (República Checa), donde ha estado viviendo desde hace dos años.
Y, en todo este tiempo, ha tenido la oportunidad de conocer todo tipo de países, culturas y comidas.
Extravagante
Para él, los tres mejores sitios a los que ha ido son: La isla Gran Canaria (España), Dubai y Omán.
Cada uno tiene sus encantos, las playas en la isla son espectaculares; en Dubai la oferta gastronómica es enorme (dependiendo de la zona se puede comer por menos de 3.000 colones), y Omán, en sus palabras: “es precioso”.
Al otro lado de la moneda, tenemos Bangladés que, a sus ojos, es “un mundo completamente diferente”.
“Es un shock de realidad más que todo. Hay demasiada gente, no hay semáforos, todo el mundo maneja por donde quiere, todos los carros están chocados, la gente cruza por donde quiera”.
Incluso, nos contó que allá es muy normal que los “taxistas” los lleven en una bicicleta con un cajón atrás y, la economía está tan mal, que un viaje de esos cuesta 80 centavos de euro (unos 400 colones) y eso es suficiente para comprar comida para dos personas.
Hablando de comida, nos contó la vez en que se comió una hamburguesa medio sospechosa.
“A mí me gusta probar de todo, no me da miedo enfermarme. Cuando estaba en Bangladés, había unas hamburguesas de pollo en la calle, de las que se ven en los videos de la India, tenían unas moscas ahí encima y todo”, dijo entre risas.
“Y me dije: vamos a probarla. Estaba con un francés, nos comimos la misma hamburguesa y a mí no me pasó nada, pero él se enfermó”.
Pero, si hablamos de experiencias culinarias extrañas, ninguna va a superar cuando comió cachete de vaca.
“No sé qué tan raro sea, aunque nunca he escuchado de alguien que coma eso.
“La verdad, es que sabe bastante bien. La textura es como carne mechada, pero con un sabor un toque más fuerte, es raro de explicar. Casi siempre lo sirven con salsa, puré o con unas papas”.
Más de lo que aparenta
Ahora, vivir viajando no es tan glamuroso como podría parecer y, definitivamente, no es una vida para todos.
“Hay muchos vuelos, se sacrifica ver a los amigos, a la familia y las horas de sueño. Volamos siete días a la semana y tenemos 10-12 horas de descanso, después de trabajar 12 horas”.
“Al final de la semana se vuelve bastante pesado y, mentalmente, no es muy fácil. A veces hay compañeros de brete o pasajeros que no son los soñados. Es más, hasta los cambios de presión a veces no son fáciles”.
Y a esto, hay que sumarle el constante recordatorio que todos los días su vida está en riesgo.
“Es raro, pero a mí me gusta cuando hay turbulencia, aunque he tenido un par bastante fuertes que vienen de la nada. Una vez, estaba con un compañero de trabajo, él tenía un vaso de Coca-Cola y de la nada llegó una turbulencia fuertísima y había Coca-Cola por todo lado, los pasajeros, claro, gritando y todo.
“Pero, aparte de eso, un par de fallas en el avión antes de un despegue, que el avión va cogiendo velocidad y tiene que pegar un frenazo en seco”.
Y si bien Lleyton tiene claro que los aviones son muy seguros, hace poco se llevó el susto de su vida.
“Iba volviendo de Ras al Qaim, que es un Emirato de los Emiratos Árabes Unidos y, despegando de ahí, el avión pegó la cola en el piso”.
“Entonces tuvimos que quedarnos una hora volando mientras los pilotos decidían qué hacer y hubo que aterrizar de emergencia en Dubai. Cuando llegamos estaban bomberos, paramédicos, había de todo. Al final no fue nada muy grave”, admitió.
“Pero sé de gente que tiene experiencias difíciles. Una de las chicas con las que estaba en ese vuelo, está yendo al psicólogo porque le quedó un trauma, un miedo de: ¿y si me pasa otra vez?, ¿y si no sobrevivo?”.
De hecho, nos aclaró que la regla de salvar primero a los pasajeros no está escrita en piedra. La directriz es que, si su vida está en peligro extremo, debe priorizar su seguridad.
“Si digo no, qué va, si yo me quedo acá tres segundos más me muero, entonces tengo que irme. Entonces, claro, dicen salve lo que pueda, pero sálvese usted siempre”, concluyó.
Otros datos curiosos que nos contó son que para ser sobrecargo, a los hombres se les pide medir más de unos 1.68 metros y las mujeres deben medir mínimo 1.60, además de que tienen que saber nadar.
Y, en promedio, un sobrecargo puede ganar desde los 1.300 hasta los 3.000 euros; es decir, entre 680.00 y 1.600.000 colones.