Elizabeth Murillo Fletes, una pulseadora upañela, tiene más de nueve años de hacer cajetas, jalea, confites, alfajores y hasta tartaletas de harina de frijol.
Toda su producción es 100% artesanal y upaleña porque todos los frijoles que usa se los compra a productores locales. Le toca pelar los frijoles que usa uno por uno porque no tiene una máquina peladora, que sí existen, pero ella no tiene el dinero para comprarla.
¿Por qué cajetas de frijol?
“Recuerdo que cuando estaba chiquilla (el 24 de diciembre cumple 60 años) probé la cajeta de frijol y me encantó. Aquella vez las había hecho una señora de Upala que ya falleció y se me quedó ese sabor tan rico”.
Siempre ha sido de hacer artesanías y comidas; sin embargo, nos explica que todo le cambió en el 2016 cuando Upala fue tremendamente golpeada por el huracán Otto, el cual dejó a su paso diez fallecidos.
“Para antes de Otto vendía más pan casero y comidas típicas costarricenses, las cuales todavía hago, pero luego del huracán tuve que reinventarme y fue cuando me acordé de aquel sabor tan rico de las cajetas de frijol y comencé a investigar.
“Las producen en Nicaragua y México. En China hay cualquier cantidad de productos de harina de frijol, pero aquí no hay, o al menos yo no he visto”, comenta la upaleña.
Nos cuenta que realmente cuando se metió más fuerte fue a partir del 2020, con la pandemia por el covid-19 porque, otra vez, se vio obligada a reiventarse para seguir metiendo platica en su casa.
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“No distribuyo grandes cantidades porque no tengo la máquina descascaradora y el molino para moler, todo lo hago yo solita y a mano. Me toca sentarme a pelar frijol por frijol, debo dejar todos los frijoles sin cáscara.
“Realmente yo comencé solita a pura prueba y error. Me gané un premio de 500 dólares y compré un molino artesanal que me funciona muy bien para hacer un kilo y cuando mucho dos, pero después se recalienta. Ya para trabajar más en grande no sirve ese molino”, aclaró.
Las cajetas y la jalea de frijol llevan canela, leche, azúcar, clavos de olor, vainilla y a algunas les pone cacao, entre otros ingredientes 100% naturales.
Amor y paciencia
“No me quejo, todo lo que hago se vende completo. Hago poquito porque el proceso dura mucho, pero gracias a Dios se vende”, nos explica la emprendedora.
Para pelar frijoles que le alcancen para un kilo de harina debe dejarlos en agua con cáscara por un día para que amanezca la cáscara suavecita y después se lleva entre 6 y 8 horas en la pelada y dura tanto porque no puede estar solo en eso, hay otras cosas más que hacer en la casa.
“Una vez que tengo la harina, hacer las cajetas, los confites, los alfajores, la jalea, es rapidito. Una sueña con tener las dos máquinas que se ocupan para poder hasta vender en las pulperías de la zona la harina de frijol, pero es que entre las dos máquinas hay que invertir un poco más de tres millones de colones y no los tengo.
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“Mi emprendimiento se llama “Artesanales Eliz”, es un esfuerzo familiar. El paquetico de cuatro cajeticas vale mil colones y 1.200 colones si son las que traen cacao. Por cierto, el cacao que uso es de Upala también. Si alguien quiere mis cajetas puede llamarme al 8483-7031″, comenta la trabajadora.
Bien empunchada
No podemos dejar de contarles una muy positiva parte de la historia de doña Elizabeth. Cuando estábamos hablando nos contó que al meterse como emprendedora entendió que no le alcanzaba con solo leer y escribir, le urgía estudiar.
Ella no sacó el sexto grado de la escuela por dedicarse de lleno a sus hijos (tiene 4) por eso hace 6 años, con 54, tomó la decisión de buscar la forma de sacar su titulito de sexto grado a pesar de tener más de 40 años de no tocar un cuaderno.
“Con mucho orgullo le digo que logré hace cinco años sacar mi título de sexto grado, jamás creí que lo lograría a pesar de que siempre quise estudiar. Saqué ese sexto por madurez y de una vez me metí al CINDEA de Upala a sacar el colegio, ya estoy en noveno, si Dios quiere este año me gradúo de noveno y no voy a parar hasta tener el bachillerato colegial.
“Usted no tiene idea de lo que me ha costado. En mi vida había ni siquiera visto una calculadora científica. Ha sido un gran reto, pero ahí voy, dominando poco a poco a esa calculadora. Tampoco sabía nada de computación, ni prender una computadora sabía, pero también ahí voy por lo menos ya le perdí el miedo”, reconoce.
Y es que esta breteadora no tiene computadora, cuando le dejan trabajos se va a meter a la biblioteca de Upala de 10 de la mañana hasta las 4 de la tarde, no sale hasta que tenga las tareas hechas.
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“Estoy aprendiendo a tropezones día con día, pero no me arrugo. Tengo una hija de 16 años (Meylin) que ahí me va guiando, solo me guía, no me ayuda en nada como debe ser…y ya estoy pensando en la universidad”, dice muy segura esta luchadora.
Estamos seguros que lo logrará.