Una costarricense que vive en Estados Unidos desde hace año y medio vivió una pesadilla para llegar a ese país, en busca del sueño americano y por eso, abrió su corazón para contar su testimonio y que otras personas no experimenten lo que ella sufrió.
La tica, de apellido Hernández (quien no quiso revelar su identidad, por seguridad) quería mejorar su calidad de vida, las de sus hijos y la de sus padres y por eso recurrió a los coyotes para llegar a la Yunai, sin conocer lo que enfrentaría en su travesía.
Esta vecina de la zona sur del país contó todo lo que pasó a lo largo de los nueve días que duró el trayecto para tocar suelo estadounidense. Luego de tantos miedos y angustias, logró llegar a su destino y actualmente vive en California, con su pareja.
“Yo le recomiendo a la gente que no cometa el error que yo cometí. Sinceramente no quise pedir la visa porque me daba miedo que me la negaran y los coyotes te garantizan que con ellos vas a llegar.
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“Según ellos, te hacen el viaje más atractivo y por eso acepté. Me cobraron $11 mil (unos ₡5.7 millones) y para lograr juntar ese dinero vendí todo lo que tenía en mi casa y mi pareja también me ayudó con una parte del dinero”, comentó.
La tica reconoció que la forma de llegar a Estados Unidos no fue la correcta y lo ideal para ella hubiera sido irse con todas las de la ley.
“La verdad soy una persona positiva, pese a lo que sufrí, todo ha valido la pena, he ayudado a mis papás, a mis hijos y ahora viven un poco mejor, mi hijo va a salir del colegio y quiero pagarle la universidad, que es el sueño de toda madre, que tenga las oportunidades que yo no tuve”, afirmó.
Vida difícil
Esta costarricense afirmó que para ella, la vida en el sur era muy difícil.
“La vida está muy dura, soy costurera y aprendí a hacer ropa interior, almohadas y arreglos de costuras, también hago pan viendo a mi mamá, pero no hay plata que aguante.
“Localicé a los coyotes en Pérez Zeledón, pero no es nada bonito lo que uno pasa”, añadió.
El “viaje” de esta señora duró 9 días. Tardó dos días en cruzar México y contó que durante el día permanecía en una especie de casa completamente cerrada, sin tener la posibilidad de ver en dónde estaba y por la noche se desplazaban en camiones, en donde iban con ella hasta 250 personas.
“Esto es de las cosas más horroríficas por las que había pasado y eso que era el inicio. En los camiones había como puertitas para que uno pueda respirar, pero todo era muy cerrado, los coyotes te quitan los teléfonos.
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“En Monterrey estuvimos un día y luego pasamos a Piedras Negras, el último punto antes de cruzar el río Bravo. Llegamos por la tarde, nos dejaron descansar y en la noche cruzamos el río”, recordó.
En la frontera se vivirían momentos más tensos ya que los coyotes aprovechan los cambios de turno de los policías, para que la gente pueda pasar.
Hernández agregó que la montaron en una lancha, junto a cuatro personas más para cruzar. A cada persona le dan un maletín que pesa unos 20 kilos y que tiene comida, agua, atunes, suero y es responsabilidad de cada uno cargarlo para alimentarse en el desierto.
Impacto emocional
Luego de cruzar el río, a esta madre de familia le llegó el turno de atravesar el desierto, durante tres días.
“Durante estos días sentía que me iba a morir. Caminábamos de noche y durante el día nos quedábamos escondidos en el monte, nos metíamos debajo de cuánta planta encontráramos. Uno duerme debajo del zacate mojado, en el día hace un calor incréíble y por las noches el frío es extremo.
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“El segundo día en el desierto lloraba y le pedía a Dios que me sacara de ahí con vida y luego de cruzarlo uno sale con la piel rota, se siente horrible, a uno le cuesta caminar y todo el impacto emocional de lo que pasó”, manifestó.
Ya en suelo norteamericano, a esta costarricense la llevaron a una casa, en San Antonio, Texas, y luego le dieron la posibilidad de irse en carro a California, en donde se encontró con su pareja y hasta el momento, poco a poco va escribiendo su historia.
Sueños
En la actualidad, esta mujer se gana la vida con dos trabajos: limpia casas y trabaja en un restaurante de comida mexicana.
Uno de sus fuertes es la cocina y eso le abrió puertas recién llegada al país norteamericano, porque primero trabajó en una panadería y luego le dieron la oportunidad de irse al restaurante.
Además, de vez en cuando también hace arreglos de costura.
“Mi sueño es ser chef, me encanta la cocina. No le miento, el trabajo en el restaurante es muy pesado, porque hago de todo, tengo cinco meses de estar ahí y hago desde recibir órdenes hasta cocinar, pero es lo que me apasiona”.
Hernández tiene un sueño: quiere ponerse un carrito para vender comida típica, porque ama a Costa Rica y más de una persona le ha piropeado las delicias que prepara.
“La gastronomía tica es muy rica y me gustaría compartirla con la gente acá. Mi jefe le lleva de mi comida a su jefe y él, que es guatemalteco, dice que no ha probado platillos tan ricos.
“Mi plan es quedarme acá durante cinco años, pero hay gente que se ríe cuando les digo eso, porque son personas que llevan más de 30 años acá”, relató.