En la noche del domingo 3 de junio, la costarricense Evelyn Ordóñez por fin se permitió llorar y lloró a cántaros.
Así expresó el dolor que sentía por las personas a las que mató el Volcán de Fuego, en Escuintla, Guatemala. También por toda la tensión que enfrentaron ella y su grupo de trabajo.
La lista de muertos sería mayor de no haber sido porque Evelyn tomó las decisiones acertadas que permitieron poner a salvo a más de 300 personas que se alojaban en el hotel La Reunión, del cual ella es gerente general desde el año 2014.
El hotel se encuentra a 7 kilómetros del coloso.
Evelyn es hija de papá guatemalteco y mamá tica, por eso vivió en Costa Rica muchos años. Sacó sexto grado en la escuela Abraham Lincoln, de Alajuelita, porque su abuelita es una alajueliteña de cepa. El cole lo terminó en el Brenes Mesén, de Hatillo 2, y fue a la Universidad de Costa Rica, donde comenzó Lenguas Modernas, pero no terminó porque la hotelería la enamoró a medio camino.
Tiene un hijo y dos nietos nacidos en Tiquicia. Está comprometida con un guatemalteco y se siente “chapin-tica” de corazón. Llegó a Guatemala en el 2008, después de trabajar en el mundo hotelero en toda Centroamérica.
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Evelyn accedió a contarnos lo que vivió ese domingo 3 de junio entre las 11 de la mañana y las 7 de la noche, tiempo durante el cual el volcán hizo una de sus erupciones recientes más fuertes. Hasta este martes 14 de junio las víctimas mortales iban por 114, hay 197 desaparecidos, 4.175 personas en albergues, 12.407 evacuadas, 182 damnificadas y 1,7 millones afectados.
¿Cómo comenzó para usted ese domingo?
Normal. Eso sí, comencé a notar que el volcán, nuestro amigo de todos los días, tenía erupciones muy seguidas, más seguidas de lo normal. Por eso activé de una vez el protocolo de seguimiento, lo que significa estar muy pendientes en Internet de lo que informara el Insivumeh (Instituto Nacional de Sismología, Vulcanología, Meteorología e Hidrología).
¿Qué la hizo pensar que el volcán hacía erupciones fuera de lo normal?
Comenzaron a ser fuertes y seguidas. Yo lo conozco, por eso entendí que algo estaba sucediendo, por eso pedí que revisáramos los informes más seguido.
¿Cuándo y por qué decidió que era momento de evacuar?
Con el reporte de las 11:30 a.m. del Insivumeh me decidí a encender las alarmas para que todo el mundo entendiera que iniciaba la evacuación.
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¿Se puso el ambiente de locos?
No. Solo en este 2018 hicimos dos simulacros de evacuación ante una posible erupción del volcán. Por eso los empleados sabíamos perfectamente qué hacer y cómo hacerlo. Fuimos puerta por puerta de todos los huéspedes para decirles que debían evacuar inmediatamente, lo único que les dejé sacar fue el pasaporte. No podían ni hacer la maleta, el asunto era urgente.
¿Alguno se puso mozote?
Dos familias se pusieron mozotas. No querían irse sin alistar las maletas, me tuve que parar muy firme y decirles que lo único que ocupaban era el pasaporte, lo demás era material, que apreciaran sus vidas. Me hicieron caso pero hasta que me vieron chiva.
¿Durante la evacuación sintió miedo?
No tuve tiempo de sentir miedo, había mucho qué hacer. Lo importante era sacar la gente, convencerla de que no era un simulacro y de que realmente sus vidas podían estar en peligro. El hotel tiene zona de golf y condominios, así que tuvimos que correr por tres grandes zonas para sacar la gente.
¿Cuánta gente había ese domingo en el hotel?
Como 130 empleados, 190 entre huéspedes y habitantes de los condominios.
¿Cómo coordinó el transporte?
Tuvimos muchas ventajas: la mayoría de huéspedes llegaron en sus carros, los dueños de condominios tienen carro y con los empleados usamos las microbuses del hotel. El personal hizo un trabajo perfecto.
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¿Qué le tocó hacer a usted?
Como gerente general me ubiqué en la recepción para explicar rápido a los huéspedes qué pasaba. Era asunto de convencerlos de que era algo serio.
¿No sintió miedo de tomar una decisión tan importante y que le costaría mucha plata al hotel si todo terminaba en falsa alarma?
Fue una decisión difícil, no lo niego, me sentí entre la espada y la pared, dudé en tomar la decisión, tampoco lo niego, pero cuando la tomé no pensé en nada más que cuidar de los huéspedes. No pensé en qué pasaba si todo terminaba en nada, pensaba más bien en que debía correr porque podía ser que el volcán no nos diera tiempo.
¿Durante la evacuación sintió que habría una gran explosión?
Sí. Hubo un momento en que sentí que el volcán no nos daría tiempo. Corrimos ordenadamente porque el tiempo se convirtió en oro.
¿Cómo comprobó que no quedaba nadie en las zonas del hotel?
Porque yo fui la última en salir con el equipo de seguridad. Hasta que no se tocó hasta la última puerta y se sacó el último huésped, no me fui. Digámoslo así, yo puse el candado.
¿Cuánto duró la evacuación?
Comenzó a las 11:30 y terminó a las filo de la una de la tarde. Fue, gracias a Dios, una evacuación perfecta, porque todos sabíamos qué hacer.
¿Dejó algo a medio palo para irse a tomar la decisión de la evacuación?
Dejamos todo listo para la misa, como es tradicional todos los domingos, pero no la pudimos hacer.
¿Lloró durante la evacuación?
No tuve tiempo, además, creo que la adrenalina no me dejó. A eso de las siete de la noche, cuando ya todo había pasado, sí lloré mucho. Fue como el desahogo por todo lo que viví en tan pocas horas. Lloré y lloré y después llamé a mi familia para que no se preocupara.
¿Tiene trabajo ahora que el hotel no está en funcionamiento?
Pusimos una oficinita cerca de la zona del desastre para ayudar a los que están en albergues, para ayudar a las familias de los empleados que se vieron afectadas porque vivían cerca del volcán y para ayudar a que la mayoría de empleados consiga otro trabajo. En eso estoy ahorita.
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¿Cuál fue su secreto para evitar tantas muertes?
Sentido común y conocer un poquitico al vecino que se convirtió en enemigo. Activar los sentidos al máximo y, lo principal, tener un equipo de trabajo totalmente preparado y fogueado para la evacuación, porque en los cuatro años que yo he sido gerente general se realizaron ocho evacuaciones.