Siempre había querido subir el Chirripó, pero fue hasta ahora que me armé de valor y pasé del querer a la acción.
A mediados del año pasado reservé un espacio para subir el pico más alto de Costa Rica en la segunda semana de enero. Unos amigos senderistas se dieron cuenta de mi plan y se ofrecieron para prepararme.
En julio hice mi primera caminata, subí la piedra de Aserrí y casi me da algo, a miles costos llegué, así que tanto mis amigos como yo nos dimos cuenta de que había un gran trabajo por hacer.
Con paciencia, madrugadas y mucho esfuerzo fui agarrando ritmo. Cada 15 día me iba a subir montañas: la Cruz de Alajuelita, las montañas de Aserrí, Pico Alto, Pico Blanco y otras rutas se convirtieron en mis paseos de domingo. Llegaba a la casa llena de barro, con raspones y cansadísima, pero feliz de que cada vez me sentía más fuerte y cerca del Chirripó.
Mis amigos me fueron aconsejando a siempre andar hidratación, frutas, barritas, zapatos y medias adecuadas para senderismo, bastones, aunque fueran de caña, entre otras cosas y todo eso me ayudó mucho.
Desde hace unos cuatro años nado, pero en estos últimos meses intensifiqué ese ejercicio para preparar los pulmones, iba tres veces a la semana a la piscina. Además, empecé a mejenguear una vez a la semana mentalizada en que todo ayuda.
Inició la aventura
Luego de tanta espera llegó el momento. El jueves 11 de enero llegué a San Gerardo de Pérez Zeledón con un bulto lleno de ilusiones, tres mudadas cómodas de esas para hacer ejercicio, dos bastones de senderismo y un suéter bien caliente que me prestaron, ¡y bastantes nervios!
Ese día dormí (si le puede llamar dormir) dando vueltas y vueltas, me despertaba a cada rato pensando que ya era hora de levantarme, el plan era iniciar el día a las 2 a. m. para empezar a subir el cerro a las 3 a. m., pero a la 1 a. m. me rendí de luchar contra la ansiedad y me levanté para bañarme y alistarme.
No pude desayunar, en el hotel me dieron un burrito de pinto y lo guardé en el bolso para comérmelo en el camino. A las 3 a. m. llegó el momento por el que había esperado durante siete meses, me puse un foco en la cabeza y empecé a subir la montaña.
No se veía nada por la extrema oscuridad, pero con el foco me la fui jugando. No caminé sola, me acompañaron en la aventura mi hermano José, Zaida --la esposa de él-- y mi sobrino, Daniel.
Sabíamos que eran 14 kilómetros de subida intensa para llegar a base Crestones y empezamos a buen ritmo. Cada kilómetro estaba rotulado así que uno va viendo el avance, los primeros cinco kilómetros los sentí durísimos, pura subida y bastante empinada. El sendero por ratos se volvía más grosero, porque tenía muchas piedras, gradas y raíces, pero bueno, como estaba fresca todavía y con toda la fuerza no me quejé.
Los kilómetros 6 y 7 los sentí un poco mas suaves, había llanitos que permitían descansar las piernas y retomar aire. Vi cómo se fue aclarando el día y poco a poco empecé a disfrutar del paisaje, sin embargo, aparecieron uno tábanos bien necios que por ratos me hicieron perder la paz, me persiguieron varios kilómetros.
A la mitad del camino uno se topa una casita en la que puede descansar. Llegamos ahí como a las 7 a. m. y aunque no sentía nada de hambre me comí el burrito con un jugo de naranja, porque sabía que faltaba lo peor y necesitaba energía. Cuando me lavé las manos me sorprendí de lo fría que estaba el agua, hasta sentí dolor en los dedos.
La ingrata cuesta del agua
Cada kilómetro estaba rotulado y al llegar al 8 empezamos a subir la “Cuesta del Agua”. ¡No les puedo explicar el nivel de cuesta!, fueron prácticamente dos kilómetros de subir y subir sin descanso, cuando llegué al kilómetro 10 ya estaba realmente cansada, pero no había nada que hacer, mi meta estaba clara.
Los kilómetros 11 y 12 tenían algunos llanitos y eso me permitió tomar aire, además, se empieza a ver la vegetación del páramo y eso refresca la vista.
Cuando llegué al kilómetro 13 me encontré una toma de agua que me supo a gloria y de inmediato empecé a subir la “Cuesta de los Arrepentidos”, nada más imagínense cómo puede ser si tiene ese nombre.
Ya para ese momento sentía que las piernas no me daban, tuve que parar como cuatro veces en ese último kilómetro para agarrar aire. Esa parte del camino tiene una afectación sicológica fuerte, porque se ve siempre la cuesta interminable y eso desgasta mucho, pero nunca me pasó por la mente devolverme.
Cuando vi el techo del albergue de base Crestones fue como ver la meta de una maratón. Llegamos como a las 11 a. m., me dolía todo, pero luego de bañarme con esa agua friísima y almorzar, me sentí mucho mejor. Ese día descansé en la tarde.
Miedo y gloria
El sábado 12 de enero me levanté a la 1 a. m. y a las 2 a. m. me puse de nuevo el foco en la cabeza para subir a la cumbre del cerro Chirripó. Fueron cinco kilómetros bastante duros porque cargaba aún el cansancio del día anterior, pero la ilusión y la voluntad me sostuvieron.
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El camino se iba haciendo cada vez más empinado y peligroso, les confieso que la última parte de la cumbre me dio mucho miedo. Como estaba oscuro, no podía ver casi nada, solo el vacío a los dos lados y sentía mucho miedo de caer. Dejé de usar los bastones porque prácticamente tuve que empezar a gatear y confiaba más en mis manos para agarrarme de las piedras.
Cuando veía hacia arriba el cerro se iba haciendo más pequeño, pero también se gastaban las fuerzas, me aferré a Dios, le pedí que me ayudara a llegar. De un pronto a otro levanté la cabeza por entre las piedras y vi el rótulo más bonito del mundo, el que dice: Cerro Chirripó, Altitud 3.820 metros, se me salieron las lágrimas (uno que es muy sentimental).
Llegué a las 5 a. m. y en pocos minutos empezó el amanecer, fue algo mágico, no hay palabras para describir tanta belleza. Hacía mucho frío porque estaba a unos -5 grados celsius, pero la alegría calentaba el alma, hasta las nubes estaban por debajo de mí.
Cuando el Sol se abrió, en el cielo se empezó a revelar un paisaje increíble y comenzó a sentirse un calorcito riquísimo. Ya en ese momento no había dolor ni cansancio, sólo gratitud, fue como tocar la gloria.
El regreso a base Crestones fue muy cansado, bajar la cumbre es peligroso, tanto como subirla, así que hay que tener cuidado. Entre más caminaba más me dolían los pies, deseaba llegar rápido para bañarme y descansar, porque sabía que el domingo tenía bajar los 14 kilómetros que tanto me costaron subir el viernes.
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Una vez en el albergue almorcé y dormí un poco para recuperarme. Luego de la cena me acosté para descansar lo suficiente.
El domingo me levanté a las 6 a. m., desayuné, me alisté y emprendí el regreso a mi casa. Los primeros kilómetros fueron fáciles, pero entre más caminaba aumentaba el cansancio, además se iban resintiendo las rodillas y los pies.
Cuando terminé de bajar sentí muchas emociones, estaba cansada y con dolor, pero a la vez feliz y satisfecha porque lo logré. Varias personas me han preguntado si volvería a subir el Chirripó, pero aún no puedo responder a esa pregunta, tendría que pensarlo bien.