“Reconozco que me descuidé. Fui tarde al hospital. Uno siempre cree que eso a mí no me va a dar, por eso me dejé y me dejé a pesar de tener una tos muy fuerte. Fue hasta que comencé a pasar todo el día en la cama, supercansada, que le hice caso a mi familia y dejé que me llevaran al hospital”.
Con una sinceridad absoluta doña Roxana Arguijo Arguedas, de 65 años y vecina de La Aurora de Heredia, nos confirmó que desde el inicio de su guerra contra el covid-19 comenzó perdiendo porque dejó que el virus la afectara varios días sin atenderse.
Decidió hablar con nosotros para contar su verdad, desde su descuido que fue total, porque cuando se montó al taxi que la llevó al Hospital San Vicente de Paúl en Heredia se desmayó casi de inmediato por lo mal que ya iba, hasta su gran batalla contra los ataques de pánico durante los días internada.
“Por no hacer caso y ponerme de jupona, el 24 de octubre cuando llegué al hospital pasé directo a ocupar una cama en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) severos. No olvido que antes de montarme al taxi le decía a mi familia que no tenía nada y después me desmayé, así hay muchos, no creemos y hasta nos enojamos”.
Una pesadilla
Era tan duro el asunto con doña Roxana que recién llegó al hospi la montaron en una camilla y con un coma inducido estuvo los seis primeros días en UCI severos. Cuando despertó pensó que todo era un sueño, pero se dio cuenta que no era así porque tenía varias máquinas puestas, incluido un respirador, además, estaba boca abajo.
No olvida que los doctores y enfermeras del salón especial para covid-19 que tiene el San Vicente de Paúl la recibieron como a una reina y le dijeron que ella era un milagro, de hecho, no creían que iba a salir de UCI. Le repetían que volvió a nacer.
Pero, lo difícil recién comenzaba al llegar a ese salón que tiene 12 camas y todas estaban llenas de personas afectadas por la pandemia.
“Uno en esa unidad realmente entiende qué es que lo traten a una como una reina, todo se lo hacen en la cama, las placas, por ejemplo, en verdad que lo chinean a uno.
“Lo que sucede es que cuando se pasa a la sección covid-19 uno se aterra. Realmente me entró un miedo tremendo, porque con todo lo que uno ha visto que hace el virus es ingresar a una unidad, al menos así lo sentí yo al inicio, llena de muerte, entonces uno cree que uno se va a morir, que es cuestión de tiempo, que uno está solo haciendo fila para morir”, reconoció con dolor.
Después de ganar la batalla en UCI y tener como cinco días en el salón covid-19, le llegó un momento horrible que le provocó un profundo ataque de pánico.
“Póngase en mis zapatos, estaba a punto de cumplir 65 años y bueno, tengo sobrepeso, ese es un factor de riesgo, entonces uno se siente como que tiene más números de la rifa. Cuando a la par mía una muchacha de 32 años, sin ningún factor de riesgo, se agravó y después de mucho trabajo por parte de los doctores y enfermeras no fue posible salvarle la vida, ahí fue cuando reventé por primera vez, me quebré por completo y me puse muy mal, pero las enfermeras me tranquilizaron”.
“El salón de covid-19 es un salón de muerte, el personal lo sabe y por eso lo llenan de vida”, explica doña Roxana. Por eso, tras el ataque de pánico, las enfermeras y sicólogas llegaban y le decían que ella no estaba sola, que estaba con Dios y con ellas. Porque esa es otra cosa fatal, algunos creen que se van a morir y que morirán solos.
“Es imposible olvidarme de una enfermera que siempre que llegaba ponía música en su celular, se paraba en el puro centro del salón y comenzaba a bailar para todos nosotros los enfermos. ‘Hoy es día de baile, vamos, todos, a moverse’, nos decía, y no crean que no, uno se alegraba y al ritmo de la música olvidaba por un rato tanta enfermedad y los miedos”.
En otro momento, doña Roxana llamó a un enfermero, muy guapote y con un cuerpazo (cuidado pierde), para reclamarle que por qué nada de televisión y el enfermero se fue sin decirle nada, ella creyó que la había dejado hablando sola, pero al rato llegó con un tele, bien viejito, pero ya podían los pacientes distraerse un poquito.
Todo iba bien, no estaba del todo recuperada, pero ahí iba avanzando; sin embargo, el segundo ataque de pánico, el peor, llegó cuando le dijeron que le tenían que poner una sonda porque no estaba orinando bien y le dijeron que debía hacer sus necesidades en la cama.
Guerra mental
“Algo me pasó y convencí de que yo me iba a morir, que era la siguiente. Uno tiene fe, pero también es humano y falla. Comencé a gritar a pedir la muerte, llegaban enfermeras y enfermeras, pero no me podían tranquilizar, yo gritaba ‘Dios, ten piedad de mí, llévame ya porque no quiero estar aquí, no quiero sufrir’. Yo se los gritaba a las enfermeras en la cara, les decía, ‘¿no entienden que yo lo único que quiero es que Dios me lleve ya’?
“Las pobres enfermeras lloraban conmigo, me agarraban las manos y luchaban por tranquilizarme, pero yo no les hacía caso, seguía gritando por mi muerte”, recordó entre lágrimas.
Una de las sicólogas del hospital herediano comenzó a hablarle, le dijo que pensara en la familia, en los hijos, en los nietos, pero doña Roxana nada que entendía, entonces a la sicóloga se le ocurrió la genial idea de hacer una videollamada para que hablara con la familia.
Llamada de vida
“Jamás olvidaré a esa sicóloga porque ella lloraba conmigo y así llorando las dos llamó a mi familia, cuando vi a mi gente, a mis nietos, comencé a volver, a salir del ataque de pánico, no sé, fue como que me inyectaron pasión por la vida y me tranquilicé y volví a mi lucha.
“Todas las enfermeras y la sicóloga terminaron llorando conmigo, fue un trago tan amargo que la sicóloga me pidió un abrazo… ese abrazo fue fundamental, yo sentí en los brazos de la sicóloga a mi familia, me traspasó su energía de vida y me llené de fuerza.
“Yo me entregué a la muerte, si hubiese sido por mí no estaría contando el cuento, pero en el San Vicente de Paúl me robaron de esa muerte que yo pedía, todo el personal me llenó de vida, yo le gané al covid-19 gracias a ellos”.
Cumplió sus 65 años
Poco a poco se fue recuperando. El día que le dijeron que ya podía irse a bañar sola, sintió esa bañada como la mejor de la vida y aprendió a valorar esas pequeñas cosas que hacemos todos los días, pero que en la enfermedad se pierden.
El día que salió, todo sucedió rapidísimo, como la orden es que los pacientes covid-19 lleguen a sus casas en ambulancia, de un pronto a otro apareció una. El esposo, los hijos y los nietos que estaban planeando un superrecibimiento, no tuvieron tiempo de nada, eso sí, se abrazaron, ya en la casa, muy fuerte y lloraron como locos de la alegría.
Tiene secuelas del covid-19, las piernas le tiemblan en las mañanas; sin embargo, ahora ama demasiado la vida porque la pudo valorar desde un sentimiento de muerte y es por eso que el pasado 21 de enero celebró sus 65 añitos en casa, con su familia, todavía no recuperada del todo, pero sí llena de energías positivas y amor por su familia.