Sheila Rosales Ortega, una licenciada en sociología de 68 años, se sentó con La Teja para hablar de “Los desaciertos en la juventud”, el libro que escribió el año pasado, en el cual cuenta su historia de vida que está marcada por cuatro abortos totalmente decididos por ella cuando era joven, cuando realmente no entendía muy bien los profundos efectos de esas cuatro decisiones.
“Es un testimonio duro, fuerte, eso lo entiendo. No es fácil abrir el corazón, sobre todo cuando se han tomado decisiones tan difíciles en la vida, pero justo como digo en el libro: ‘Decidí hablar para que mujeres jóvenes y adultas conozcan sobre las huellas para toda la vida que deja un aborto. Por eso, les voy a contar mi historia de cuatro abortos’”, dice la socióloga.
Nació en San José, pero fue criada en Nicoya, Guanacaste. Creció en un hogar con una hermana y una mamá a tiempo completo en la casa, sin televisión y chiroteando en la calle con los amiguitos del barrio.
En su hogar faltó el papá, quien vivía en San José y, a pesar de que la mamá luchó para que entre los dos creciera un amor de padre e hija, cada vez que ella iba a verlo a la capital él estaba borracho y eso le molestaba mucho.
“Tengo que decir que a mí me afectó mucho no haberme criado con mi papá, cuando estaba en la escuela me dolía mucho no tener uno como lo tenían mis compañeritas. Sufría los lunes cuando ellas contaban que sus papás las habían llevado de paseo, y yo no tenía nada que contar”, recordó.
Libertad sin límites
Una vez que terminó el colegio dejó Nicoya y se fue a estudiar a San José. En aquella época, de principios de los setentas, las mujeres lo que más estudiaban era Educación, Enfermería, Contabilidad y Secretariado. Sheila se decidió por Secretariado en español en la muy reconocida, por esa época, American Business Academy.
Esa institución era la tapa de los peroles en secretariado. Años después también estudió Sociología.
Fue en San José, con 18 años recién cumplidos, estudiando y viviendo con una amiga que era enfermera, además de iniciando en un trabajo, que se inició la libertad sin límites de una joven que ya no era vigilada por la mamá.
Rapidito conoció un muchacho que era 13 años mayor. “Yo era virgen. Del tema sexual yo no sabía nada. En el colegio nunca nos hablaron. Nunca tuve una educación sexual ni se me habló de los riesgos que había en las relaciones sexuales antes de matrimonio y menos me hablaron de cuidarme para no embarazarme, por eso, en automático le di rienda suelta a los instintos sexuales, creyendo que había encontrado mi príncipe azul para toda la vida. Me embaracé”, explica.
Abortos
Cuando le contó al “príncipe azul” que estaba embarazada, este le dijo que eso era problema de ella y que lo mejor era que abortara, palabra que ella jamás había escuchado, no sabía nada. La amiga enfermera, 13 años mayor, apoyó la idea porque ella misma se había practicado uno.
“Mi amiga me dijo que solo tenía seis semanas de embarazo, que el bebé todavía no tenía vida y fui donde una comadrona, quien me practicó el aborto. Recuerdo que fue en Cinco Esquinas de Tibás. No tuve ninguna consecuencia física y tenía 19 años.
“Seguí, como joven que era, en la fiesta, conocí otro hombre y con 20 años volví a quedar embarazada. El camino que seguí fue exactamente el mismo, fui con mi amiga a donde la comadrona y aborté por segunda vez. No tuve que pagar por esos dos abortos, mi amiga los pagó”, reconoció.
A los 21 años llegó el tercer embarazo y el tercer aborto donde la misma comadrona. “Se volvió algo normal en mi mente. Conocía a una pareja, me embarazaba y abortaba, le repito, uno cuando es joven comete errores sin saber bien la gravedad”.
El cuarto aborto llegó cuando tenía 34 años. No quería porque ya estaba adulta y entendía mejor, pero volvió a caer. En esta ocasión el aborto fue con un doctor que trabajaba en un hospital público.
“Esos fueron los desaciertos de mi vida. El aborto es una trampa mortal, mata al bebé y deja a la mujer sufriendo para toda la vida. No me casé nunca, no tuve familia… bueno, sí tengo familia, es esa, los cuatro hijos que nunca nacieron.
“Yo sé que ya Jesucristo me perdonó y entiendo que el hombre me juzgue. Lo entiendo porque, precisamente por agradarle al hombre, aborté cuando debí concentrarme en agradarle a Dios como lo hago ahora y desde hace muchos años. Cuando aborté no tenía temor de Dios ni una relación fuerte con Dios”, asegura.
Después de esas cuatro decisiones de vida tan duras, la socióloga asegura que desde hace muchos años “me casé con el Señor, él es mi esposo”.
“Lucho todos los días para que mi testimonio le sirva a otras mujeres que han abortado, para que no crean que están marcadas para toda la vida. Dios perdona si uno lo busca.
“Dios sana todas las heridas. Es un proceso de un paso a la vez, pero al final Dios toca nuestros corazones y nos devuelve la paz y la alegría”, cree Sheila.