Rosa Álvarez, una mujer indígena de 59 años, tiene una vida sencilla que transcurre entre las labores del campo, con el cuido de unas cuantas vacas, la elaboración de sus artesanías para la venta y los espacios que comparte con otras personas de su comunidad en ocasiones como la pesca, festividades y otras.
Una vida, que, aunque pareciera simple, está llena de significados y valores culturales ancestrales, por ejemplo; ella es una de las personas malecus que hablan con toda propiedad su lengua materna, el “malécu jaíca”, perteneciente a la familia lingüística chibcha.
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“Mi nombre es Rosa Álvarez Álvarez, aunque mi verdadero nombre es ‘Jabanquijija’ en mi idioma malecu, y con el que me identifico. Soy de las señoras que me gusta hacer de todo un poquito y más cuando tiene que ver con mi pueblo y mi cultura como indígena que soy, digo yo que, al cien por ciento. Aquí viví, aquí crecí, aquí hice todo”, afirmó.
En ella es posible reconocer un conjunto de valiosas manifestaciones culturales que, además de la salvaguardia de su lengua nativa, se relacionan con otros ámbitos del patrimonio cultural inmaterial, como tradiciones y expresiones orales; artes del espectáculo; usos sociales, rituales y actos festivos; conocimientos y usos relacionados con la naturaleza y el universo; así como la práctica de diversas técnicas artesanales tradicionales.
Por esta razón, Jabanquijija es la ganadora del Premio Nacional al Patrimonio Cultural Inmaterial Emilia Prieto 2023, que le será entregado este lunes 11 de marzo, en la ceremonia de gala de Premios Nacionales de Cultura, en el Teatro Nacional.
Superación
Jabanquijija vive con la ayuda de una pensión que le da su hijo y también hace presentaciones para turistas.
“Me gusta trabajar, yo no soy vaga, tengo una parcelita en la recuperación de territorio, donde quiero sembrar 500 matas de achiote y mil arbolitos, porque estos productos son muy importantes para nuestra cultura. Tiene plátano y pejibaye, aguacate y árboles nativos”, expresó.
Rosa comentó que en la cultura malecu, cuando ella era una niña, los varones podían llegar y pedir a alguna de las hijas para casarse. “Así fue que el papá de mis hijos le dijo a mi mamá que quería que le entregara a esa hija, a mí. Yo tenía 13 años, y yo lloraba, pero no había nada qué hacer”, comentó.
Esta valiente mujer superó la violencia doméstica y es un ejemplo de fuerza y tenacidad.
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“Como a mí me mandaban al monte y a sembrar, entonces no sabía nada de cocina, no sabía ni chorrear café y fue ahí donde empezaron los golpes, los jalones, y todo. Yo le decía a la gente que cargaba una espina que no sabía cómo sacarla, porque aquello era un dolor para mí como mamá.
“Con cinco meses de embarazo, mi marido me llevaba a las cosechas de aguacate y si no me subía a ayudarle y a decirle cuáles aguacates bajar, él me golpeaba con lo que encontrara y por eso tuve a una niña sin vida -pero yo soy una mujer valienta y yo dije que iba a salir adelante-. Yo sentía en mi ser como que aquella carga que yo tenía, yo ya no la cargaba, y ahora cuento todo eso como testimonio y siento paz y tranquilidad”, expresó.