Un cartago que se respeta ha comido alguna vez, tiene una anécdota o al menos sabe dónde queda el restaurante La Puerta del Sol.
Este reconocido lugar de la Vieja Metrópoli, que queda al costado norte de la plazoleta de la basílica de Nuestra Señora de los Ángeles, tiene motivos de sobra para estar de fiesta ya que este 15 de agosto celebra su aniversario número 60. El lugar abrió las puertas en 1957.
"En ese momento no había restaurantes en la zona entonces mi papá vio la necesidad de hacer uno en este lugar, especialmente por la posición estratégica al estar ubicado diagonal a la basílica de los Ángeles", explicó Paulina Mora, hija de don Édgar Mora, fundador de ese emblemático lugar de comidas.
La brumosa comentó que desde el inicio el lugar empezó a jalar mucha clientela hasta que con los años se posicionó a tal punto que la gente de Correos toma ese lugar como punto de referencia para las direcciones.
"El restaurante se ha ganado la fama por la trayectoria, porque a lo mejor con el paso de los años los jóvenes no conocen el lugar, pero luego oyen hablar al abuelo o al tío entonces lo descubren. Cuando las personas prueban nuestra comida sienten que es hecha en la casa, eso también ha sido un punto a favor. Además de la tradición de las personas de ir a la basílica y después venir a comer acá", añadió Mora, quien le prometió a su papá que cuidaría el negocio.
Hablando de eso último, doña Paulina reconoce que siempre ha existido un vínculo entre La Puerta del Sol y la basílica de los Ángeles.
"Muchos romeros son clientes fijos todos los años, también las personas que vienen a la novena", comentó la administradora del lugar, quien también contó que el 1.° y 2 de agosto se dividen en grupos para dar abasto con la cantidad de gente que llega.
O sea, después de rezarle a la Negrita se van a apretar para llenar la pancita.
Un edificio bien viejito
Aunque la historia del famoso restaurante arrancó hace casi 60 años, el edificio en el que se ubica tiene muchísima más historia ya que fue construido en 1929.
"La edificación es de 1929 y pertenecía a mi abuelo Tadeo Mora. Al principio era de una sola planta y lo que había era una pulpería. En 1949 se construyó la segunda planta y ahí había unas mesas de billar. A los hombres les gustaba pasar la tarde jugando pool", mencionó Paulina, quien administra el lugar junto a su mamá, doña Paulina Sáenz y sus hermanos Adolfo y Vinicio.
En los años 50, las mesas de billar desaparecieron para dar campo a un salón de baile que se mantuvo durante toda esa década.
"Una anécdota con ese lugar es que el padre de la basílica estaba un día dando misa y la música estaba muy fuerte entonces se bajó del púlpito y fue a regañarlos", contó entre risas.
Pocos años después de abrir el restaurante, ese segundo piso se convirtió en la casa de habitación de don Édgar y doña Paulina Sáenz. Desde hace unos 25 años pasó a ser un hotel que cuenta con siete habitaciones al que mayoritariamente llegan turistas europeos.
Inspiración española
De seguro en este punto más de uno se habrá preguntado porqué ese edificio esquinero con tanta historia y tan famoso se llama La Puerta del Sol, la respuesta es sencilla.
"Mi abuelo exportaba naranjas a España y le llamaba mucho la atención el pórtico conocido como La Puerta del Sol (que está en el centro de Madrid) y por eso el nombre que tiene desde que era pulpería", contó Paulina, quien sacó pecho diciendo que es de los comercios más viejos que quedan en la provincia.
Mora confirmó que en estos años son muchas los novios que le han salido al restaurante, desde chinos hasta franquicias han querido hacerse del lugar, pero esta familia no quiere soltarlo, quiere mantener el legado.
Como es de esperarse en el lugar han pasado bastantes anécdotas.
"Un cliente una vez se sentó en uno de los sillones y se durmió, nadie lo vio al cerrar. Los de seguridad me llamaron porque había movimiento en la cocina, entonces nos fuimos y de verdad vimos a alguien adentro. Luego nos contó que se despertó con hambre entonces se levantó a prepararse algo", recordó entre risas.
También recuerda que había un grupo de cinco compas que siempre se sentaban en la barra en la misma posición cada uno. Tres de ellos murieron y los que quedaron nunca se sentaron en los campos de sus amigos.
Toda la vida
En el restaurante bretean 20 personas, uno de ellos es Franklin Morales quien empezó a trabajar en el lugar en 1973, o sea, hace 44 años.
"Mi mamá siempre que iba a comprar al mercado pasaba por acá y preguntaba si no necesitaban un chiquillo para trabajar hasta que un día le dijeron que sí", dijo Morales quien tenía 16 años cuando empezó a bretear ahí.
Él asegura que en ese lugar se siente como en una familia, ha podido hacer muchos amigos e incluso ha conocido a chiquillos que luego llegan al restaurante con su esposa e hijos.
Así que si anda por Cartago puede darse una vuelta por una puerta que encierra mucha historia.
"Tengo toda la vida de venir a comer acá, me gusta mucho la comida y la atención, es un lugar al que todo cartago debe haber venido al menos una vez", comentó Antonio Sanabria, cliente fijo del lugar.