Ese 23 de febrero fue un día de contrastes para mí, de muchos ambientes mientras esperábamos noticias de lo que estaba pasando en la sala de operaciones.
Empezando, a las 7:30 de la mañana estuvimos acompañados por unas amistades y algunos familiares que se nos sumaron en la misa a rezar muchos rosarios para que todo saliera bien.
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Incluso, el padre de la capilla del Hospital Nacional de Niños nos dejó expuesto el Santísimo hasta las 2 de la tarde para continuar orando todos juntos.
Después de eso, durante la tarde, la conversación fue distinta, más relajada. Estuvimos contando historias como para no pensar en lo que estaba pasando en la sala de operaciones.
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Pero al caer la noche llegó lo más pesado porque ya eran muchas horas y no teníamos noticias de nada. Todo mundo fue cayendo rendido por el sueño, mis suegros, mi esposo y solo quedaba yo en pie, caminando de un lado a otro, ya iba a hacer un hueco en el piso de tanto caminar, ahora lo recuerdo y me río, pero en ese momento estaba desesperada.
Cuando vi pasar a una enfermera a la 1 de la madrugada me le fui corriendo detrás y le rogué que por favor me averiguara qué estaba pasando porque yo sentía que me moría sin saber nada de mis bebés. ella fue a preguntar y la anestesióloga (Alejandra Sánchez) me vino a decir que ya estaban separados,
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En ese momento exploté en llanto y le besé las manos a la anestesióloga que fue la que vino a darme noticias y le eché miles de bendiciones. Por el alboroto todo mundo se despertó y empezamos a alabar a Dios y darle gracias por el milagro.