Don Alonso Ventura, de 51 años, tenía una buena vida, un trabajito honrado y un techo bajo el cual dormir calientito, pero de un momento a otro lo perdió todo y quedó viviendo en la calle.
Desde diciembre del 2019 y durante tres meses dormía donde lo agarrara la noche, en cualquier rincón y con un cartón como cama, esto luego de que la dueña del apartamentito que alquilaba lo desalojó tras tres meses de no pagarle la renta por estar sin brete.
Él trabajaba en una empresa de limpieza como misceláneo, pero el desempleo está tan rudo en nuestro país (550.000 personas), que no ha podido conseguir otro brete.
Unos familiares le guardaron sus cositas, pero le dijeron que no podían recibirlo porque estaban un poco estrechos y perderían intimidad, por lo que no le quedó más remedio que vivir en las calles.
Fue a finales de marzo que un conocido se apiadó de él. Cuando se ordenó el cierre total por la pandemia, le recomendó un lugar, el Dormitorio Solidario, y le pagó lo correspondiente a casi un mes para que no pasara la cuarentena a la intemperie.
“Ha significado muchísimo para mí dormir aquí. Para nadie es un secreto que dormir bajo techo, tener comida (desayuno, almuerzo, cafecito con pan por la tarde y cena), y dónde bañarme, a estar en la calle, pasar dos o tres días sin comer, ni bañarse, la diferencia es abismal y gracias a Dios que hay lugares como este que le dan a uno ese apoyo”, contó don Alonso.
Le pone bonito
Los meses que estuvo en las calles se iba a dos bares y una pulpería a hacerles limpieza y mandados, sin que le dieran trabajo fijo, y le regalaban de los vueltos ¢200 a ¢300 que iba juntando para comprar tortillas en las tortillerías de Chepe y salchichón en las carnicerías y así se la jugaba para echarle alguito al estómago.
“De vez en cuando que los señores de los bares se compadecían de mí y me regalaban una comida”, recordó don Alonso, quien es separado desde hace 11 años y padre de cinco hijos, el menor de ellos de 16 años.
Ahora forma parte de los colaboradores en el mantenimiento del dormitorio y así paga su estancia y comida en el lugar.
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Antes de llegar a este centro, ubicado en Calle 20, 250 metros al norte del Hospital de Niños, don Alonso probó suerte en dos albergues más, uno en plaza González Víquez y otro en Cristo Rey pero no se pudo porque en los primeros días que durmió en las calles lo asaltaron, le quitaron el maletín con la poca ropa que tenía y sus documentos de identidad y se los pedían para poder ingresar.
“Lo describo así: después de tener castillo, reina y todo, dar un vuelco totalmente y llegar a la calle, es un golpe muy duro emocionalmente. Todavía no me repongo de eso, porque cuando lo recuerdo me da como escalofríos.
“Hay momentos en los que me siento desesperado y aunque estoy muy bien aquí, gracias a Dios, lo que yo deseo es tener un techo, un empleo para pagarlo y estar en la privacidad de mi hogar”, explicó este pulseador.
Más allá de la pandemia, ve con desesperación la situación del desempleo. Ha ido a dejar currículos a empresas de limpieza, pero le dicen que no hay plazas.
Aunque no hay números exactos de cuántas personas como él, que no es adicto, están en albergues, tanto Rándall Valverde, del Dormitorio Solidario, como Mariela Echeverría, jefa de servicios sociales de la Municipalidad de San José, aseguraron que han notado un aumento de este tipo de casos.
En dos de los centros administrados por la Muni de Chepe hay cinco casos similares a los de don Alonso.
Primer aniversario
Primer aniversario. El pasado 29 de julio el Dormitorio Solidario de San José cumplió su primer año ayudando a las personas de la calle y por eso conversamos con su director, Rándall Valverde.
Tienen capacidad para 80 personas; sin embargo, por motivos de la pandemia funcionan al 50%.
Previo a la llegada del covid-19 brindaban un espacio para que los habitantes de las calles tuvieran donde dormir y cenar, pero con la situación que vivimos lo han adaptado para que sea más un albergue preventivo, en el que les dan lavado de ropa, descanso, alimentación, higiene personal y espacios para estudiar.
Reciben hombres, mujeres o personas de la comunidad LGTBQ y lo único que deben presentar es la cédula y estar entre los 18 y 65 años.
“La lógica de este lugar es romper el asistencialismo. Hemos venido trabajando para que las personas entiendan que todos los seres humanos mayores de edad tenemos derechos y deberes, por eso les pedimos una contribución de dos mil colones porque asumen el velar y ganarse lo que se les brinda, para romper con el pensamiento de que el Estado tiene la obligación de darles ayuda”, explicó Valverde.
Desde que arrancó la pandemia en nuestro país el 6 de marzo, ingresaron 35 peronas y cinco de ellas se quedaron en el dormitorio y los restantes 30 se integraron a sus familias, lo que abre oportunidad a otros.
A quienes tienen problemas de adicción se les da apoyo con especialistas.