Quiero compartir un tema que nos orienta al poder que opera en nosotros y que nos permite romper con el pecado.
En Juan 8: 1-11 se nos narra como una mujer a la que pillaron en adulterio fue llevada ante Jesús por los dirigentes de la iglesia.
Posiblemente la mujer se mostró molesta, en actitud de rebeldía y amargada, tal vez golpeando a sus acusadores.
Pero cuando ella ve la forma en la que Jesús se enfrenta con los jueces hipócritas, siente que Él simpatiza con ella, de alguna manera la misericordia y el amor que se reflejaron en su rostro y en su voz comenzaron a impresionarla.
Ella se dio cuenta de lo equivocada que estaba, que había pecado, y se arrepintió. Cuando lo hizo, Jesús la perdonó, evidentemente anticipándose a su muerte en la cruz por ella. La prueba la hallamos en las palabras que Él dijo: “vete y no peques más”.
Los pecados del pueblo que vivió en los tiempos del Antiguo Testamento fueron perdonados sobre la base de la muerte de Jesús en la cruz. No hay ninguna otra manera en la que Dios pueda perdonar el pecado.
Esa es la palabra que me gustaría dejar para que suene en nuestros oídos. Si nosotros hemos reconocido nuestra culpa y hemos escuchado las palabras de perdón de Dios, Él nos está diciendo a nosotros: “vete y no peques más”.
A veces no podemos ayudarnos a nosotros mismos. “El hombre nace para la desdicha”, nos dicen las escrituras (Job 5:7b).
Todos nacemos teniendo que compartir esta naturaleza y a menos que el poder del pecado sea eliminado en nuestro interior, a menos que Dios haga algo para liberarnos y darnos la posibilidad de una nueva vida, nunca nos dirá a nosotros: “Vete y no peques más”.
Él nunca le dice a nadie que haga algo para lo cual Dios no capacita a la persona a fin de que pueda hacerlo. “Fiel es el que os llama, el cual también lo hará” (1Tes. 5:24).
Por lo tanto, Él no nos perdona para que nosotros volvamos y continuemos viviendo en nuestros pecados.
Pablo escribió estas palabras a su hijo en la fe, Tito: “Él se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda maldad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito 2:14).
Esta historia nos coloca en el lugar en el que podemos entender… que cuando nuestros pecados son perdonados es para que seamos libres y podamos comenzar a vivir un estilo de vida diferente por el poder de su espíritu, que mora en nosotros, nunca para que regresemos a las cosas que hemos dejado atrás.
¿Que hará ahora que es libre?