Vivir despotricando contra una persona por su fe o por la forma en que lleva su práctica religiosa es un engaño del mismo infierno.
Hay muchos que, como dice Santiago 1:26, se creen religiosos, pero realmente son fanáticos. El fanatismo religioso lleva a muchos a pensar que católicos y evangélicos somos enemigos, como si le diéramos culto a dos dioses diferentes, se nos olvida que, salvo algunas prácticas religiosas de ambos grupos, los dos amamos y servimos al mismo Dios.
Es Dios quien quita y pone reyes, en el Antiguo Testamento leemos muchos casos donde Dios decidió poner reyes aún en los pueblos paganos porque, al fin y al cabo, nada sucede sin su debida autorización.
Cuando Donald Trump aspiraba a la presidencia de los Estados Unidos, se tejieron muchas historias sobre su vida, se inventaron cientos de cuentos y hasta había gente que decía que una vez que ganara había que salir en carrera del país.
Yo no soy partidario de Trump, pero no ha habido un presidente en los últimos años en esa nación que se haya amarrado los pantalones y le haya devuelto a la iglesia y a la fe, el lugar que siempre tuvo en el país del norte.
La constitución de los Estados Unidos está basada en la Biblia y en la fe, pero poco a poco se fue sacando a Dios de la escena política al punto de prohibir leer las sagradas escrituras en sitios públicos, por fin ahora se vuelve a la fe y se le da el lugar al Señor, aunque les duela a muchos.
Cuando Jesús estableció el principio de "dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios", estableció las bases para definir el lugar de cada uno. El problema es saber unir dos afirmaciones que parecen contradictorias. Dios pide toda nuestra vida, incluido que las opciones políticas y el trabajo en la sociedad, sean coherentes con la fe, estén penetradas de ella, sean el motor de actuación de cada uno.
Es grande la tentación de poner a Dios en los argumentos electorales o en las pasiones políticas. Pero la tentación contraria es igualmente mala. Si simplemente huimos del compromiso con nuestros hermanos, entonces ¿como nos comportamos como ciudadanos de un país? Porque es en gran parte mediante la acción política que podemos hacer que progrese la justicia social y la calidad de vida.
Permanecer bien cómodos al margen de lo que sucede, elevar muchas oraciones y dejar que en el país las cosas vayan al ritmo de la corrupción, no es ser piadoso. Es ser egoísta, conformista, cobarde e indiferente.