Todos los seguidores de Dios, sin importar su religión o creencia, tienen como enemigo común y número uno a Satanás. Esto sucede porque su intención principal es no dejar que los hijos de Dios logren sus objetivos y que la palabra de Dios sea detenida para salir triunfador y manejar el mundo a su antojo.
Sobradas razones tenemos para declararle la guerra al padre de la mentira: Satanás.
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Hace un tiempo atrás me encontré con un gran amigo, nos sentamos a tomar un café y le pregunté: ¿Cómo te ha ido?, ¿cómo va tu vida? Es respondió: "Muy bien, pero creo que Satanás esta muy enojado conmigo". Le pregunté que por qué pensaba eso y me respondió: "Porque le estoy sirviendo como nunca antes a Dios". Seguimos hablando de todo un poco y cuando le pregunté por su trabajo y su respuesta fue: "Estoy sin trabajo por ahora, lo que me queda es orar para que todo ataque del enemigo no prospere contra mí".
Seguimos hablando por un rato más y cuando le pregunte por su vida privada pude ver que había un gran problema con mi amigo al decirme: "Mi vida privada ha sido muy difícil hasta ahora, mis noviazgos no duran y cuando intenté casarme con una de mis novias me di cuenta que ella era infiel. Satanás mete su mano en todo lo que hago y no quiere que yo me case porque sabe que mi ministerio será mas poderoso si eso sucede".
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Ya tenía cerca de dos horas con él y lo único que había salido de su boca era lo grandioso y poderoso que era Satanás y cómo este personaje había logrado derribar todo lo que el construía sin dejar rastro alguno. Por más de dos horas no había parado de hablar sobre Satanás metiendo mano en sus planes y propósitos. En su lenguaje de hijo de Dios lo que prevalecía era lo que satanás aparentemente no le permitía desarrollar en su vida.