El 12 de julio del 2018 es una fecha que don Fernando Soza lleva tatuada en su corazón, porque ese día tuvo que salir de su patria, Nicaragua, y escondido por la noche y los charrales, ingresar a Costa Rica.
Era la única opción que tenía, la otra era que lo mataran, porque ya se lo habían dicho los del régimen del dictador Daniel Ortega, que cuando lo vieran, no iba a durar un segundo más vivo.
En su patria tenía negocios de venta de zapatos, ropa, carros y una barbería. Todos esos negocios fueron saqueados y después quemados por la policía de Ortega. Ya nada más faltaba él y por eso se vino para Tiquicia.
“Me vine con una mano atrás y otra adelante, como decimos nosotros (o sea, sin un cinco). Era comerciante y el régimen me lo robó todo. En Nicaragua dejé mis siete hijos, a mi madre y mis hermanos. Crucé la frontera de noche por el monte. Era la única forma, porque ya estaba en la lista negra, esa lista es que cuando te agarran, te matan”, explica Fernando.
Gracias a la ayuda de amigos ticos no le tocó dormir en la calle, pero estuvo muy afectado sicológicamente, pues pasó muchas semanas soñando que la policía nicaragüense lo agarraba y le disparaba, o que le tiraban bombas que le caían en los pies.
“El inicio aquí fue durísimo, demasiado, sufrí mucho, tanto que casi me devuelvo y sabía que era mi sentencia de muerte, pero los amigos de aquí y mi familia siempre me motivaron a quedarme. Como en octubre del 2018, gracias a la ayuda de un amigo que me compró una silla de peluquería, porque ese es mi oficio de toda la vida, además del comercio, abrí una pequeña barbería (en Alajuela).
“Los dos primeros meses no me gané casi ni un colón. Otra vez los amigos y la familia me ayudaron a pagar las mensualidades del local. Estuve haciendo cortes de pelo gratis para lograr clientela y eso me ayudó, porque ya pasados dos meses comencé a ver la luz con los clientes”, recuerda.
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Una vez que su negocito le comenzó a dar para pagar el local y comer, don Fernando volvió a una de sus pasiones: ayudar al prójimo.
En este caso, se dio cuenta que los migrantes de su país, muchos llegan a Costa Rica sin un cinco y sin haber puesto nunca un pie aquí, entonces, no saben ni para dónde agarrar, lo único que saben es dar gracias porque Ortega no los mató.
Sin pensarlo mucho hizo contactos con el Centro de Derechos Sociales del Migrante (Cenderos), la oficina de las Naciones Unidas para migrantes (ACNUR), entre otras instituciones que ayudan a migrantes, con el objetivo de ayudar a sus compatriotas.
Poco a poco su barbería se convirtió en una oficina de ayuda humanitaria para los suyos, que todos los días ocupan colaboración de todo tipo: dinero, ropa, trabajitos, dónde pasar la noche, comida, etc.
“Dios le pone a uno en el corazón el servicio. Siempre es Dios quien guía mi camino y por eso entendí que debo ayudar para que, ojalá, ningún otro nicaragüense pase lo que yo pasé. Siempre que veo un hermano con una necesidad, lucho por ayudarle.
“Día con día he aprendido hacia dónde dirigir a quienes me buscan por ayuda. Depende de lo que ellos van necesitando, así voy diciéndoles a qué parte irse. Incluso, ese lugar puede ser mi barbería, porque si algún recién llegado ocupa ganarse una platica y sabe cortar pelo, pues le doy un espacio para que se gane la platica.
“Mi barbería es una verdadera oficinita de migrantes nicaragüenses. Trato de ayudar a todos, no me gusta que alguien se vaya sin ser atendido. Recibo una persona, le pregunto sus necesidades y, a partir de ahí, me comienzo a mover. Le cuento que por estos días estoy más ayudando a mi gente que cortando pelo. Dios no le falta a uno”, asegura.
Aprendizaje
Cuando comenzó a ayudar no conocía ningún camino en Costa Rica, pero sí sabía cuál camino debía seguir su corazón, ya que en Nicaragua iba a cárceles a hacerle la barba a los privados de libertad, visitaba hogares de abuelitos y luchaba por ver siempre a los niños felices.
De hecho, en Tiquicia lo sigue haciendo con sus migrantes, como les dice, porque ya está alistando la fiesta de Navidad para hijos de nicaragüenses con grandes necesidades económicas.
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La lista ya va por 80 niños, pero no es nada raro que llegue a 100 y a todos les dará regalito, confites, queque y diversión.
“Hay que ayudar. Hay que ayudarlos a todos. A mí me ayudaron cuando Ortega me dejó en la calle y eso no puedo olvidarlo. Si no me hubiesen ayudado, me hubiese muerto de hambre, habría dormido en la calle y cuidado sino ya estuviera muerto.
“Ayudar marca la diferencia entre la vida y la muerte. Yo no pregunto nombres, ayudo a quien llegue a mi peluquería o a quien me encuentre en la calle que no tenga dónde dormir, me lo llevo para la casa.
“Dormir en una cama, tener un plato de comida, estoy seguro, hace la diferencia”, afirma con tremenda alegría don Fernando, quien enterró su pasado reciente de dolor y abandono para darle vida a la solidaridad.