La bisabuela de la familia, doña Hilda Monge (que en paz descanse) fue quien comenzó, hace más de 50 años, con la tradición de la familia Carvajal de hacer tamales y siempre les dejó bien claro que para que la masa de un buen tamal sepa rica, solo debe tocarla una mano.
Las hermanas de doña Hannia (la abuelita) y doña Vera Carvajal (la tía abuela), se encargaron por décadas de vigilar que las raíces de la tradición crecieran profundas y firmes, una de las dos se encargaba cada año de amasar la masa, pero si comenzaba doña Hannia, doña Vera ni la tocaba.
En los últimos cuatro años la nieta de doña Hilda, Karina Solano, es quien amasa la masa, por lo que es prohibido que alguien más la vuelva a ver.
“Mi mamá y mi tía por muchos años eran las que llevaban la dirección de la tamaleada, en los últimos años nos comenzaron a enseñar a mi papá (don Miguel Solano, el abuelo) y ahora nosotros llevamos la principal responsabilidad, eso sí, siempre supervisados por ellas, como debe ser”, explica Karina.
Las enseñanzas de la bisabuela fueron perfectas, por eso el día de diciembre que se escoge para la tamaleada, hay que ir en la madrugada al molino por la masa, para que esté fresquita y puras tejas.
Por supuesto que la masa debe llevar su buena dosis de manteca de chancho y ese ingrediente secreto que la bisabuelita les enseñó y que les advirtió no se lo dijeran a nadie, ni a La Teja.
Para esta familia de San Francisco de Dos Ríos, en San José, un buen tamal jamás debe llevar huevo, de ninguna forma. No les gusta para nada.
Eso sí, debe tener ciruelas, garbanzos, petipoas, garbanzos, buenos olores, arroz y lo principal, tal y como les encanta y no perdonan, buenos pedazotes de carne, odian los tamalitos ralitos, por eso le echan a cada uno su pedazote.
“El día de la tamaleada disfrutamos mucho en familia, es un día de gran alegría. Este diciembre (el pasado fin de semana) comenzamos a las nueve de la mañana y fuimos terminando como a las seis de la tarde, en total hicimos ciento treinta y seis piñas.
“Paramos a las tres de la tarde, después papi (don Miguel) se encargó de encender el fogón y comenzamos con la cocinada a eso de las tres y media de la tarde. Uno se da cuenta cuando el tamal ya está listo porque la hoja cambia de color y al cambiar de color es momento de sacarlos. Las ciento treinta y seis piñas las cocinamos en tres tandas”, explicó Karina.
Por supuesto, esta familia cierra la tamaleada cuando se sientan a la mesa con una buena jarra de café y una buena piñita de tamales recién hechos, a los que le ponen un pocotón de Salsa Tica Tío Pelón para que sepan a pura gloria.